Andrés Aylwin, Carmen Frei y los 13 del 13 de septiembre

Aún existe una discusión no cerrada sobre las causas del quiebre institucional de 1973; sí sabemos con certeza cuáles fueron sus duras consecuencias. En toda sociedad democrática, la falta de amistad cívica, pérdidas de confianza o el choque de visiones sobre el país que queremos, siempre deben ser resueltas mediante el diálogo y vía pacífica, cuestión que en aquel entonces no fue posible sostener.

Hemos aprendido que cualquier disenso infranqueable y la controversia más profunda, jamás servirán de contexto para sostener un quiebre democrático ni menos explicar la existencia de dictaduras o el derramamiento de sangre.

Hoy sabemos muy bien que cuando una visión se impone en base a la fuerza o violencia, como sucedió con la dictadura, traerá siempre aparejada como consecuencias seguras la construcción de sociedades fracturadas y rastros de dolor que la determinarán por mucho tiempo. No hay forma posible de que del autoritarismo devenga en una perspectiva de futuro compartido y legitimado.

A pesar de los 16 años de dictadura, hoy vivimos una vida inserta en la democracia y la paz social. Y por lo mismo debemos aprender que ellas tienen un precio muy determinado: la de conquistar la democracia cuando se pierde y cuidarla cuando se tiene.

Por su respeto a la dignidad de las personas, la Democracia es el mejor sistema de vida posible y como tal, debemos promoverla y cuidarla, tanto las generaciones que vivimos la dictadura como quienes tuvieron la fortuna de nacer y crecer en paz.

Para su fomento resulta fundamental que quienes participamos activamente en la vida pública del país, recuperemos la confianza de la gente, un crédito que se ha ido perdiendo al punto de generar desafección e indiferencia. Y la mejor forma de hacerlo es mediante el testimonio vivo; mediante actos, decisiones, gestos e historias de vida, que expresen sin equívocos que trabajamos por el bien común. Una tarea muy trascendental en la que debemos estar involucrados todos.

Por esta razón, la Democracia Cristiana ha determinado este año la creación del “Premio Derechos Humanos Andrés Aylwin Azocar” con el objeto de reconocer y promover diversos actos o trayectorias de mujeres y hombres notables, tal como lo fue el propio Andrés; un hombre valiente y defensor incansable.

Dicha distinción tendrá su primera versión este jueves 13 de septiembre en el Museo de la Memoria, y serán reconocidos los 13 democratacristianos que el 13 de septiembre de 1973 tuvieron la valentía de rechazar el Golpe con una carta pública que hoy es ejemplo de temple y valentía.

También será reconocida Carmen Frei y su lucha permanente por esclarecer las circunstancias del magnicidio que afectó su padre, el ex Presidente Eduardo Frei Montalva.

Estamos ciertos que la decisión de los 13 de oponerse de forma temprana al Golpe de Estado, no solo fue un acto de rebeldía y vocación por la paz frente a una dictadura que comenzaba su tiempo de horror, sino también un duro y claro ejemplo para las nuevas generaciones de que siempre debemos privilegiar las formas democráticas y autónomas, frente al autoritarismo y la oscuridad, siempre portadores de quiebres y heridas a largo plazo.

De la misma forma, también queremos reconocer a Carmen Frei, porque no existe búsqueda más certera y necesaria que la de la verdad. Pues sin la verdad no existe memoria y sin ella ningún futuro pacífico es posible.

Más aun cuando Eduardo Frei Montalva encarnó los valores de la democracia como forma natural de vincularse. Y por más que su memoria hoy sea violentada por el Gobierno ante la elección como Subsecretario de Redes Asistenciales de Luis Castillo, quien ocultó su autopsia, haciendo muchas más víctimas a la familia y mucho mayor su dolor.

A pesar que hoy en la vida pública las instancias para valorizar los actos de democracia y los consensos necesarios para el entendimiento, no siempre son bien entendidos, estamos seguros que son la única vía para volver a poner a las personas y su dignidad en el centro de nuestros esfuerzos. La democracia debe ser un valor tutelado por todos, y lo será mucho más si los postergados gozan de la prosperidad y paz que ella trae aparejada como promesa.

Tenemos tareas permanentes, amar la democracia, promoverla y construir una sociedad pacífica e inclusiva y para todos. Y en esa gesta, nadie sobra. Todos somos convocados y todos somos responsables de responder.

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