Carta abierta a Patricio Aylwin

Querido Don Patricio, ¡qué paradoja! En momentos en que los chilenos castigan a la llamada clase política con mucho cuestionamiento y una muy baja valoración, su despedida une a todo el país en un muy profundo reconocimiento al hombre honesto, franco, sencillo, justo, que procuró unir y no dividir al país. En definitiva al estadista dispuesto a entregar su vida al servicio público.

Es que Chile ha reconocido en usted al símbolo de un político con mayúscula, que nunca buscó servirse ni enriquecerse de esta actividad, sino darse entero por el país y muy particularmente por los más necesitados.

Porque fue coherente entre lo que pensaba y lo que vivía. No significa que no se haya equivocado y no haya cometido errores. De eso nadie puede tirar la primera piedra como nos dice el Evangelio y naturalmente que se está más sujeto a ello cuando se opta por jugarse su vida y no solo “pasar” o “existir”.

Qué duda cabe que usted es de los grandes de nuestra historia. La democracia que hoy vivimos lleva su nombre. Usted no solo tuvo la visión y la capacidad política para conducir los primeros pasos de la democracia, sino también y por sobre todo, el haber generado un tremendo cambio como la superación de los tres tercios -izquierda, centro y derecha- en los que se movía la política nacional y que en definitiva tantos problemas nos trajo. Fue capaz de entender el rol que le cabía a su partido y donde debía estar, para ser parte del futuro y no sólo del pasado.

Usted, tuvo la valentía de asumir la conducción de la Concertación en los momentos más complejos para la política y sacó adelante el plebiscito del NO. Asumió el Gobierno con el dictador a cuesta y con todos los tremendos riesgos que se corría como sociedad y usted como persona. Vale la pena recordar que el dictador mandó matar a Prat, Bonilla, Frei, Letelier, Leyton y a todo quien pudiera interferir en sus ambiciones de poder.

Su sensatez fue admirable. Buscó los acuerdos y consensos que posibilitaron el tremendo avance de Chile en todos sus ámbitos. Fue capaz de dar la cara y emocionarse al pedir perdón por las atrocidades contra los derechos humanos. De generar las instancias investigativas para procurar la verdad y la reconciliación.

Muchos le criticaron la frase, “Justicia en la media de lo  posible”. ¿Pero qué otra cosa podía decir, sensatamente, en momentos que la Corte Suprema y en general el Poder Judicial estaba formada por miembros elegidos por la dictadura?  Sin embargo, el tiempo fue mostrando que la medida de lo posible fue haciéndose más y más posible, lográndose que la mayoría de los grandes responsables terminaran en la cárcel e incluso el jefe del servicio de seguridad, algo inédito en el mundo.

En resumen, usted fue el iniciador de este proceso que ha marcado los últimos 25 años más exitosos en la historia de Chile. Tuvo la visión de comprender que este paso que daba el país no era sólo para un gobierno, sino por muchos años de su historia.

Le cuento que también marcó la vida y la historia de mi familia, porque sin duda alguna desde ese momento hubo un antes y un después para nosotros, y estoy seguro, para todas las familias chilenas. Cada cual hoy estará haciendo sus recuerdos y viviendo muy intensamente su partida,  porque de alguna manera usted intervino también en nuestras vidas.

En la hora del encuentro con el Padre, cuando el Evangelio nos señala que lo más importante en nuestra vida son las obras, estamos seguros que las suyas son suficientes como para estar hoy junto al Padre.

Solo nos queda rezar por los suyos, porque usted ya descansa en paz. 

Hasta siempre Presidente Aylwin.

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