Existe un viejo proverbio chino que dice, “Cuando soplan vientos de cambio, algunos construyen muros. Otros molinos”. El domingo en las urnas la gran mayoría de chilenos y chilenas optamos por los molinos y de paso, derribamos algunos muros. Fue una experiencia de descompresión, un nuevo aire y estado de ánimo, el de la esperanza.
Uno de los primeros muros que se había instalado en la discusión pública era que estábamos polarizados.
Sin embargo, luego de abrir las urnas y contar los votos, quedó en evidencia que existe un proyecto común que va más allá de la división clásica entre izquierdas y derechas, la necesidad del cambio.
El resultado se expresa por sí solo: un 78,27% de las y los votantes aprobamos que comenzara un nuevo proceso constituyente, y un 78,99%, que el órgano que redacte la nueva constitución sea compuesto por nuevos y nuevas representantes en igualdad de representación. La primera convención constitucional con paridad de género del mundo. Tenemos algo profundo en común.
Un segundo muro derribado es el que tiene relación con la participación. A pesar de estar viviendo una crisis sanitaria, acudimos en masa a votar. El domingo pasado votó el 50,9% del total de electores, una cifra de participación histórica. Los que estuvimos en las mesas como apoderados y apoderadas no sólo lo comprobamos con los números, sino que también lo vivimos.
Nunca dejaron de entrar personas a votar, en la puerta de los colegios había largas filas y las calles hace mucho tiempo que no tenían tanto movimiento. Se veían rostros jóvenes por todos lados; vocales, apoderados, votantes. La política sí les importa a los chilenos y chilenas cuando existe un proyecto común, una promesa de cambio.
Otro muro que cedió con fuerza ante este resultado, fue aquel sobre la insistente idea de que la opción del Apruebo era igual a optar por el camino de la violencia.
Días antes del plebiscito, los medios de comunicación y activistas del rechazo se dedicaron insistentemente a mostrar imágenes de violencia, como si estos hechos aislados fuesen patrimonio y la única forma de expresión de los que estaban por el cambio constitucional.
La verdad es que “el enemigo poderoso” fue sin miedo y sin violencia a expresarse como una mayoría abrumadora a favor del cambio.
Sin embargo, esta necesidad de cambios sobrepasa a la nueva constitución. La ciudadanía que se ha manifestado en las calles y que aprobó el domingo en las urnas, no está pensando únicamente en el texto constitucional, sino en una regeneración aún más profunda. Dignidad, derechos, fin al maltrato y a las desigualdades, una nueva forma de hacer política, que sea transparente, participativa, inclusiva y abierta.
Junto con derribar muros, llegaron los tiempos de construir molinos. Se necesita aire fresco, renovación. La vieja política debe dar paso a la nueva. Una política que se haga cargo de las desigualdades y de la segregación y que opte por el fin del maltrato y el clientelismo.
Una política que no basa su fuerza en la jerarquía y el privilegio, sino en la participación y la toma de decisiones colectivas. Una política que está al servicio de los vecinos y vecinas y no al servicio de intereses individuales.
Devolver la política a la ciudadanía, abrirse al cambio y dejar que entre la esperanza. Menos muros, más molinos.
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