Democracia de ossandones

Lo que ocurrió con Ossandón en Tolerancia Cero es el síntoma de algo mucho peor que el reflejo de su propia ignorancia sobre temas sensibles para un candidato presidencial. Es la señal inequívoca de una democracia desgastada, sustentada por el interés de las élites de perpetuarse en el poder y al mismo tiempo perpetuar sus propias ideas de espalda a la gente, la de la gente que vota por las sonrisas bobaliconas o el hablar campechano de un candidatillo edulcorado y de la de aquellos que quieren cambiarlo todo sólo porque “cambiar” es una palabra de moda.

Sabemos que la democracia no es la fórmula perfecta para la convivencia social, pero la Historia ha demostrado que es la que garantiza una sociedad más justa, más igualitaria y progresista, por eso, para que la democracia pueda desplegar todas sus bondades, debemos procurar tener una ciudadanía más empoderada desde la educación, sacudirla de oportunistas y prestidigitadores, de charlatanes y malabaristas, de simplones y mentirocillos.

No pueden las lágrimas sentidas por un reloj de flores destruido ocultar las falencias de una gestión municipal mediocre, las acusaciones recíprocas televisadas el quehacer de una discusión política de futuro, la convicción de una fe exclusiva la norma ética de la sociedad, el privilegio de unos pocos por el estándar moral del bienestar ciudadano.

De nuevo saldrán a la calle los ciudadanos de pancartas, en la franja veremos a los candidatos de los eslóganes, en los programas impresos en cuatro colores leeremos las mismas monsergas ideológicas colgadas de frágiles modelos en desuso. A la ciudadanía tampoco le importan mucho los Acuerdos de París ni las pocilgas de los cerros, para ellos Bolivia es un país arriba de la cordillera y O’Higgins un héroe nacional, los mapuches terroristas y Viña un Festival.

Tampoco importa mucho que sigamos siendo gobernados por aquellos que van a la misma escuela y comulgan con el mismo cura en el mismo barrio donde conocieron a sus mujeres emparentadas con la genealogía de la oligarquía.

Pero tampoco importa si un futbolista se emborracha; son como Prat, héroes de la chilenidad. Por eso asustan los que escriben las otras Historias o los que se ríen de ella, de la Oficial, esa que nos aturde y adormece, a las elites y al pueblo, a todos sin distinción. Lo que importa es ser campeón mundial, ser rico y poderoso, ser santo en el panteón de los ídolos, estar sentado por la eternidad a la derecha de Dios padre… o que al menos mi compadre quede bien ubicado, porque de su ubicación ganamos todos.

No sé cuántos ossandones están sentados en el Congreso, cuántos ossandones defendiendo sus sueldos reguleques, redactando la Ley de Pesca u homenajeando a Chávez sin saber de Venezuela. Me imagino que no pocos.

No sé cuántos en los ministerios, en las direcciones regionales, en los municipios o en reparticiones públicas de aquí y acullá, la democracia los puso, la democracia los sostiene, misma feble democracia, construida por nosotros mismos, que todavía no ha sido capaz que en este siglo igual de problemático y febril el que llore no mame y el que afane sea un gil.

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