El escenario electoral actual nos plantea una serie de interrogantes en cuánto a formato y fondo de los programas de gobierno que han manifestado las candidaturas a la presidencia de Chile.
A menos de un mes de la primera vuelta electoral, somos muchos los ciudadanos - con la debida inscripción y potencial ejercicio de voto - quienes no nos sentimos representados por ningún candidato y que de alguna u otra manera hemos manifestado el “desencantamiento” con la forma de hacer política en Chile.
Observamos con distancia como las candidaturas se desenvuelven en términos que nos recuerdan a la inquisición española o la formación del Ku Klux Klan, que tergiversan sus propias palabras hasta deformar el lenguaje, desafiando incluso a la física (tratando de romper un martillo en un cráneo humano, por ejemplo); o simplemente vemos como usan su espacio para meramente hacer pantomima respondiendo cosas que no se le preguntan en los debates presidenciales, para qué comentar las candidaturas que evitan participar de éstos.
Observamos, nos hacemos impresiones, reflexionamos, reaccionamos. Muchos potencialmente guardan su molestia, otros abrazan su decisión de mantener distancia, sintiéndose desamparados.
Extrapolando el escenario político, debemos recordar que el proceso que llevó al Reino Unido al Brexit (salida de la Unión Europea) no está lejos de lo que ocurre en nuestro país. Me explico. Los jóvenes de aquel país no ejercieron su derecho eleccionario, por rangos de edad, la salida se concretó por los votos de los mayores de 50 años. En pocas palabras, la decisión de dejar de pertenecer a la Unión Europea se generó por la baja participación de quienes sí querían mantenerse en dicho conglomerado. Tal decisión complica el futuro de quienes no votaron, esparciendo la incertidumbre incluso a la permanencia de la unión formada entre Escocia; Inglaterra, Irlanda del Norte y Gales.
¿Cuál es la lección de todo esto? No participar de la elección no sólo es complicar el escenario, es empeorarlo. Votar en blanco, nulo o no votar sólo enreda las cosas, pensando que en nuestro país no existe el peso político de anular una votación o repetirla en caso de que los nulos alcancen una mayoría.
No votar significa dejar la decisión a otros. Votar nulo o blanco significa dejar la elección a otros.
Si volvemos a lo que da pie a esta columna, descansar en la determinación de no participar por no sentirnos representados, es evadir de alguna u otra forma nuestra responsabilidad de gestionar nuestras propias decisiones.
¿La razón? Es de nuestra responsabilidad levantar candidatos que nos representen.
¿Por qué esperar que aparezca mágicamente un Mesías que satisfaga todos nuestros ideales?
Aun a sabiendas que eso no existe, debemos ejercer nuestra decisión y no dejar la decisión a otros. Aunque no nos representen.
Al menos sabemos lo que NO queremos para nuestro país. Olvidamos que más que un derecho a voto es la única forma que tenemos de decidir y dirigir nuestro futuro. Sabemos que el escenario electoral actual significa mantener un modelo y empeorarlo en alguno de los casos. La decisión es nuestra, de igual forma que lo es nuestra responsabilidad de ejercerla.
El desafío es ser conscientes de que estamos inmersos en un sistema que tiene imperfecciones “perfectibles” y que existen oportunidades de desarrollar mejoras (explotación sostenible de recursos, mejoramiento de nuestra relación con el medio ambiente, salarios y pensiones dignas, entre muchos otros tópicos). Sabemos que hay alternativas, busquemos la forma de presionar para que se implementen.
Una apertura a un cambio radical de un sistema a uno más justo, más colaborativo y por ende más equitativo, no se consigue guardando silencio.
Este es un llamado voluntario a que en las elecciones que se avecinan, los jóvenes quienes resultan tener mayoría en número, decidan su futuro. No dejemos la decisión en manos equivocadas. Chile lo hacemos todos.
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