La derecha más dura está girando hacia la consolidación del apoyo que ha tenido durante mucho tiempo y que no quiere perder. Sabe que este esfuerzo tiene resultados permanentes, mientras que todo lo demás, incluida la definición presidencial, es incierto y tiene fecha de término. Así que el resultado no será un alarde de ingenio y de adaptación a las nuevas circunstancias. La apuesta, por el contrario, es la de recuperar la confiabilidad de la que antes gozaba. Eso es lo que representa la candidatura de Víctor Pérez a la presidencia de la UDI.
Lo que se puede esperar del gremialismo, entonces, no será un exceso de imaginación, una capacidad ejecutiva sobresaliente o una visión estratégica de largo plazo. Pero los socios más conservadores de este partido reconocerán en el exministro los viejos y confiables tópicos a que nos tienen acostumbrados.
Lo que hace la derecha también lo está haciendo el gobierno. La administración Piñera está buscando refugio en lo seguro que, en este caso, corresponde a la defensa de la institucionalidad. Es en este aspecto en el que ha decidido centrar la defensa de su posición en el caso del segundo retiro del 10%.
No se trata de una posición para ganar, consiste en parapetarse en un bastión que sería considerado un mínimo indiscutido en cualquier otro gobierno, pero que en el caso de este le permite recuperar algo de autoestima.
Es evidente que el oficialismo ha arribado a la conclusión de que ya no le es posible retroceder más y que ha llegado el momento de detener su pérdida de control de la situación política.
Por supuesto, si se define una última línea de defensa ha de suponerse que se está en condiciones de mantener a firme la decisión y aguantar las grandes presiones que se van a presentar. Como sea, es lo que se ha decidido y ahora queda asumir las consecuencias.
Debe quedar claro que, cuando se prioriza la defensa, lo que se pierde es la posibilidad de alcanzar un acuerdo de largo plazo porque eso requiere un grado de apertura que es imposible de mantener en semejante ambiente.
Llama la atención que un gobierno débil empiece a dar señales de autoridad. Es como si, de pronto, recordara lo que es ejercer el poder. Pero no lo había olvidado de puro distraído, sino por errores propios. Así que recuperar autoridad es lo mismo que dejar de reincidir en esas fallas.
Sinceramente, no parece ser el caso. Es muy evidente que el gobierno actúa con susto. Tomo una decisión fuerte y sin retorno al acudir al Tribunal Constitucional por el segundo retiro del 10%, pero ahora parece sobresaltarse por su propia osadía. Quienes visiten La Moneda en estos días se verá que, literalmente, Piñera se ha refugiado tras sus muros y vallas de contención.
Apenas se han iniciado las inevitables manifestaciones de protesta frente a Palacio, y ya el subsecretario Galli ha declarado que "400 personas no van a amenazar nuestra democracia". Eso es muy cierto, solo que ningún gobierno había considerado necesario hacer una aclaración tan básica. Parecen palabras destinadas a convencer a los cercanos más que a tranquilizar al país.
Lo cierto es que el gobierno de Piñera necesita casi desesperadamente ordenar a sus bancadas en un tema que definió como intransable. No parece ir por buen camino y el diagnóstico del oficialismo es reservado y no muy estable dentro de su gravedad.
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