A ratos parece que es cosa de buena o mala fe, de tener voluntad o no. Si las encuestas muestran una baja en el apoyo al trabajo de la Convención, se trata de un complot de los medios de comunicación. Mala disposición. Si algún convencional plantea reparos a alguna norma, se lo invita a no mentir. Mala fe. Si en el debate público comienza una discusión acerca de una vía alternativa al trabajo de la Convención "no corresponde".
Pero más allá del folclore, es evidente que lo que está ocurriendo con el apoyo ciudadano a la Convención es consecuencia de los errores propios. Es cosa de salir a la calle, de poner oreja, de tener algo de empatía. Lo que abunda es la duda, la incertidumbre. Y no por no saber, como malamente estiman algunos. Todo lo contrario, por tener claridad absoluta de lo que le falta al trabajo que se está llevando a cabo en la Convención es más diálogo, más renuncia a las posiciones maximalistas y más apertura a pensar que, quizás, tal vez, otros también pueden tener algo de razón.
El punto es que los días avanzan y las oportunidades siguen pasando. Mientras más triunfos de normas radicalizadas ocurren, más lejanía existe con una Constitución que interprete a todos. Mientras más detalle reglamentario de amarre en cada norma, más desencantadas y desencantados. Mientras más aplausos a sí mismos, más tarde es para corregir el rumbo.
¡No son las encuestas! ¿Cómo pretenden una reacción distinta? Ahí está: una propuesta de Constitución que apela a una diferenciación casi adolescente y que abandona a buena parte de los habitantes del país, porque no forman parte de los arquetipos que estiman adecuados, correctos o aceptables.
Una propuesta indigenista, identitaria, maximalista, impulsora de las cuotas y tipologías con exageración, de la doble nacionalidad o nacionalidad con membresía. De ciudadanos de primera y de segunda. De una forma de Estado que los romanos abandonaron hace más de dos mil años... por injusta.
No estoy exagerando cuando hablo de maximalismo, de inventar la rueda. ¿Acaso no lo es cuando hablamos de los derechos de la naturaleza y de los animales como superiores a los del propio ser humano? Tenemos mucho que mejorar como humanidad, como habitantes del país, pero es muy difícil pensar en que nos regirá una Constitución que no tendrá un foco humanista y que, por el contrario, seremos a partir de ahora, constitucionalmente, culpables.
Mucho más adecuado y recomendable sería entender de una vez que este proceso debe ser un primer paso, un catalizador de cambios y transformaciones sociales, y no una camisa de fuerza para las instituciones y los representantes que elijan los chilenos y chilenas en el futuro también.
Mientras más pequeños triunfos acumulen, más alejados de representar los sueños de cambio de todo un país. ¿Habrá tiempo de transformar el voluntarismo en voluntad? Quiero creer que sí.
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