Una de las características de la derecha cuando está en campaña, cualquiera sea, es apelar al miedo, la inseguridad y, porqué no decirlo, al terror como herramienta preferida para ordenar tanto a sus adherentes como para el resto del electorado y, tal como se han dado las cosas desde el 15 de noviembre, poder buscar imponer sus reglas del proceso constituyente que estamos iniciando y cuya primera estación es el plebiscito del 26 de abril.
Hemos visto cómo, bajo la excusa de las mejoras al acuerdo por la nueva Constitución (paridad de género, escaños reservados para pueblos indígenas y listas de independientes), los sectores más duros de la coalición de gobierno se han puesto en carrera para poner barreras a la oportunidad de tener por primera vez una Constitución donde todas y todos estemos presentes. El senador Andrés Allamand (RN) y su par UDI Ena Von Baer a la cabeza despliegan una campaña que alimenta fantasías de guerra fría y saltos al vacío para mantener con vida a la bestia de siete cabezas de Guzmán y Pinochet.
Estos son síntomas del síndrome que sufre la derecha: perder los privilegios que otorga una constitución redactada por 11 hombres, que no representa ningún paradigma democrático y que en sí representa el molde neoliberal que la dictadura de Pinochet le dejó como herencia a Chile.
Por ende no es curioso que los rancios sectores conservadores del oficialismo se refugien en el relato del orden público y la violencia como bastiones de su rechazo a una nueva constitución - que a la vez - es el rechazo a que se le consulte a la ciudadanía para definir si quiere o no una nueva Constitución, a que la expresión popular sea la que defina el marco político social que queremos para los próximos años.
Le temen a la democracia en pocas palabras, guardan sus credenciales (esas que exponen cuando les convienen) y se visten con sus ropajes históricos.
Por lo mismo no sorprende que estos sectores tengan la capacidad de condicionar al presidente Sebastián Piñera y a sus ministros para que promueva la participación ciudadana en la construcción de una nueva constitución.
“Debe prescindir” de ser parte del debate le han ordenado los sectores más conservadores de Chile Vamos y el gobierno del 6% acató. Con la salvedad del ministro de Hacienda, quien se mostró a favor de la nueva Constitución y terminó recibiendo la respectiva reprimenda y su anotación negativa, tal como en el colegio.
¿Cómo entonces se puede asegurar que se entregue la información que la ciudadanía necesita para entender la importancia del proceso que estamos viviendo?.
La secuencia de esta campaña del terror contra el proceso constituyente cumple dos meses, los mismos que cumple el acuerdo firmado entre la oposición y el gobierno. La memorable expresión de desagrado de la presidenta de la UDI resume claramente el escenario; así mismo en la medida que la discusión de paridad, escaños reservados y listas de independientes fue avanzando, el relato el orden público y la violencia fue subiendo de volumen. No es coincidencia, la derecha ya lo implementó el 88 y lo desplegó como un mantra durante los 90 como herramienta para asentar el modelo neoliberal construido en dictadura.
Ahora, quienes hoy somos parte de la oposición tenemos la responsabilidad de hacer frente a este escenario, de no inmovilizarnos ante la retórica impuesta por Allamand, JVR, Kast, Carlos Larraín o Pepa Hoffmann, debemos ir a la calle, instalarnos junto a nuestras vecinas y vecinos para conversar, explicar y animar a participar de este proceso constituyente. Que lo que está en juego no es un tipo de gobierno sino que el tipo de país que queremos para nuestros hijos. Que le hagan oídos sordos al terror constituyente que se busca imponer.
Nuestra responsabilidad es ponernos a disposición, dejar los muros de las instituciones para poder concretar la posibilidad que la movilización social ha abierto a partir del 18 de octubre: que Chile dé un paso enorme hacia una democracia para todas y todos, con derechos garantizados y donde los grandes intereses económicos dejen de ser los protagonistas de nuestra historia.
Que las profecías del caos no crezcan depende esencialmente de que seamos capaces de organizarnos, de vincularnos, fortalecer la red de quienes queremos que nuestra democracia sea participativa y con alto protagonismo de la ciudadanía. Es la oportunidad que tenemos como país de construir una verdadera democracia y no podemos desaprovecharla.
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