Ya son 13 días de intensa movilización social, de un estallido que a las claras es el resultado de los malestares, desigualdades e injusticias que por más de treinta años han sofocado a las familias chilenas, a las que la élite sólo ha respondido con indiferencia y desidia, una élite apegada a las cifras macroeconómicas y los vaivenes del Mercado, que nublan los sentidos, y acostumbrada a regocijarse con su ombligo. Tanto así, que no imaginaron venir el momento detonante de una crisis que muta cada día.
Claro, el alza de las tarifas fue la gota que rebalsó el vaso y provocó una avalancha ciudadana que se expresó de todas formas posibles: cacerolazos, acciones de protesta de carácter pacífico y, también, con focos de violencia, los que fueron respondidos con represión policial y con militares en la calle, dejando como resultado miles de detenidos, centenares de heridos y 20 muertos, cinco de ellos por acción de agentes del Estado.
Este es un estallido que no se veía en el país desde principios del siglo veinte, cuando el por entonces presidente Alessandri Palma se vio enfrentado a lo que él llamaba “su chusma”, respondiendo con una seudo asamblea constituyente mientras, en paralelo, redactaba en su despacho lo que sería la Constitución de 1925.
Hoy la situación, si bien es similar, tiene matices que hacen necesario pensar en una profunda transformación en el país, en el entendido que el pacto de la transición ha sido sentenciado por la ciudadanía y que el modelo neoliberal, donde Chile ha hecho de laboratorio, muestra importantes grietas que no son posibles obviar.
Más aún con una institucionalidad desprestigiada, no caben, al parecer, soluciones cupulares. La gente se hartó y con razón, la multiplicidad de demandas que vemos cada día en las calles es demostración que el “modelo chileno” terminó por agotarse.
Es un momento destituyente, no sólo de las autoridades - a propósito de las acusaciones constitucionales contra el ex ministro Andrés Chadwick y el presidente Sebastián Piñera por su responsabilidad en los casos de violaciones de derechos humanos - sino también lo que ellos representan: abusos, desigualdades, exclusión e injusticias sociales.
Este momento es lo que demanda la ciudadanía que por dos semanas se ha manifestado a lo largo del país, poniendo en las cuerdas al gobierno y al sistema político que ve como el “librito” de fórmulas no da resultado.
Y a ellos les digo, no dará resultado, esas fórmulas de la vieja política ya se agotaron y ya demostraron que no responden a las demandas ciudadanas, precisamente porque la política cupular a la que están acostumbrados no considera a la gente, piensan que deben dialogar entre ellos, cuando el diálogo es con la gente común que ha salido a las calles.
Piñera presentó una propuesta con formato de larga lista de supermercado, donde se daba urgencia a proyectos de su Programa ya ingresados por el gobierno, y un cambio de gabinete que hasta ahora no muestra cambio de orientación. Respuestas que hace un tiempo podrían haber calmado la situación, pero que hoy, son una respuesta absolutamente insuficiente al momento histórico que vivimos.
“No queremos migajas, queremos la panadería completa” rezaba un rayado en una muralla del centro de Santiago. Y refleja el ánimo que se ha ido forjando en estos días: la destitución del modelo político, social y económico, la destitución de la élite como encargada de dar respuestas y ejecutar las soluciones, la destitución de la “cocina” como espacio de decisiones. Para la gente que se moviliza ya no basta ser escuchados sino que es necesario ser parte y actor de la solución.
Para ello se debe dar una respuesta Constituyente, donde la ciudadanía sea protagonista del proceso de construcción del Nuevo Pacto Social que pondrá los marcos para nuestras vidas. Una nueva etapa en la historia de nuestro país, donde las élites deberán ceder el protagonismo, el poder que ostentan y sus privilegios.
Por eso es que hemos impulsado, la posibilidad de reformar la Constitución para poder establecer el mecanismo del Plebiscito vinculante como herramienta para que la gente decida. Dejar atrás la práctica transicional del acuerdo entre cuatro paredes, de las manos alzadas del 2006 y de la cocina de Andrés Zaldívar. Debemos entender que la respuesta debe ser institucional pero que la solución se encuentra en la gente.
El plebiscito debe tener un objetivo destituyente-constituyente, vale decir, sellar el fin del pacto de la transición, que en 30 años sólo benefició a las élites y entregó a la ciudadanía a las fauces neoliberales y por otro lado, iniciar la construcción de un nuevo pacto social a través de una nueva constitución, forjada a través de una Asamblea Constituyente o Convención Constituyente ó Comisión Bicameral. Eso también debe ser parte de la decisión ciudadana.
En estos días se resolverá en el Parlamento esta discusión, pero depende del Ejecutivo que sea discutida con la urgencia debida. Si el gobierno de verdad escuchó estas dos semanas al pueblo en las calles y es responsable políticamente puede encontrar aquí una salida a la crisis.
De lo contrario, dejará en claro que gobierna para unos pocos y, lamentablemente, que no han entendido nada.
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