La inesperada llegada de la pandemia interrumpió la movilización social, que se mantuvo presente por un trimestre, para ocultarse posteriormente. Sin embargo, está latente para revivir cuando amainen los efectos del virus, aunque sea con características diferentes.
El análisis de lo que se generó el 18 de octubre, así como evolucionaría en el futuro, sigue pendiente. Son procesos especialmente complejos por lo imprevisto, cobertura e intensidad, ya que ocurren en un país con estabilidad política y social, con conglomerados políticos bastante estables y de larga trayectoria; con una institucionalidad sólida y que funcionaba con relativa eficacia.
Las causas que explican el estallido social son múltiples y variadas, por lo tanto, estas líneas se concentrarán en dos aspectos, los elementos ocultos, presentes en las expresiones populares que aparecieron con tanta variedad en “la calle”; y el estancamiento económico y social del país en los últimos quinquenios.
Previo al estallido, la discusión se centraba en el grado de desigualdad que marcaba a la sociedad chilena, cuya existencia era aceptada generalizadamente. Las alternativas de solución sobre las cuales actuar se ubicaban en las variables socio económicas.
Desde que se recuperó la democracia, el progreso del país modificó profundamente la sociedad; Chile 2019 era otro que en 1990, había escalado a nuevos niveles de requerimientos en que todas las clases sociales, no solo las nuevas generaciones, tenían motivaciones diferentes y aspiraban a logros distintos que los de sus padres.
Lo que se mostró en las marchas fueron diferentes expresiones de segmentos poblacionales que reflejaban distintos tipos de frustraciones, resentimientos y agobios, que se sumaron en un desahogo común.
Si bien la mayoría podía reconocer que su familia había progresado y tenía un mayor ingreso monetario y más bienes materiales, automóvil y mejor TV, estaban insatisfechos porque su aspiración era aún mayor, especialmente en términos laborales y de inserción en la sociedad. La comparación no era con el pasado sino con los compañeros de trabajo o los más cercanos.
Uno de los grandes logros del último decenio fue que la matrícula en la Educación Superior superara 1.200.000 alumnos, 4 veces más que en el pasado reciente.
Esas personas esperaban que una vez egresados tuvieran el nivel de vida que observaban en la generación actual, no solo en su ingreso monetario sino en prestigio social, empleos atractivos y otros privilegios que sus antecesores no conocieron.
Sin embargo, la realidad es diferente para una masa importante de ellos: serias dificultades para encontrar un trabajo estimulante y estable, ingresos que no crecían como los de sus padres en la época cuando ellos eran escolares; la masividad los llevó a ser “uno más”; de allí la frustración y el crecimiento desmedido de los “ninis”; las expectativas soñadas no se cumplieron tal como habían soñado, agravadas por la prédica que los logros se obtenían por el esfuerzo personal, en que la meritocracia era el mecanismo que explicaba el éxito de cada uno.
A lo anterior se agregaban una serie de factores relacionados con el abuso, cada vez más presente en la sociedad individualista que se había creado: del más grande al más pequeño, del poderoso al humilde, del rico al pobre, del criollo al inmigrante.
El panorama se agrava porque se conocen cada vez más abusos empresariales del más variado tipo, dando origen a delitos que no tienen sanción, tales como las “coimas” a políticos o la colusión de empresas importantes a costa de los consumidores. Se generaliza la creencia que los delitos de “cuello y corbata” no tienen sanción en los tribunales. El reino del “pituto”.
Es así como el malestar colectivo es una agregación de molestias individuales, en que cada concurrente tiene su propia “hachita que afilar”. Las marchas son una forma de revancha en que cada persona expresa sus disconformidades, las cuales van mutando en el tiempo.
El distanciamiento con la clase política es creciente, en especial con los partidos, la gente piensa que “no los escuchan”. Un factor ilustrativo es la aprobación del voto voluntario como signo de desinterés y alejamiento.
Los intereses contradictorios de los partidos que formaron la Nueva Mayoría tuvo influencia en las protestas, desde el momento que no generó una exposición clara de los logros que el país y la población habían conseguido durante los gobiernos de la Concertación, permitiendo el progreso de Chile.
Un elemento cada vez más importante es la masividad de las relaciones estrechas entre las personas, en que el celular entra a reemplazar a los “representantes” políticos, estableciendo la comunicación directa de los diferentes grupos y el creciente poder de las redes sociales.
Los valores tradicionales van siendo desplazados por el individualismo, la modernidad y el consumismo, sustituyendo a la familia, la solidaridad y la vida en el barrio, reemplazado por el “mall”, el nuevo templo. Entran a primar “mi propia voluntad” y “todo está permitido”, en una sociedad donde el individuo tiene derechos pero no obligaciones.
En ese contexto, que la explosión del descontento fuera provocada por el alza en las tarifas del Metro podría ser accidental, un pretexto para canalizar una protesta masiva que buscaba ocasión de manifestarse, como podría ser una posterior reunión de la OPEC en Chile.
La coincidencia de la quema de más de una docena de estaciones refleja una preparación del evento, no detectada por la inepcia del sistema estatal de seguridad, en que el Gobierno hasta ahora ha sido incapaz de entregar una versión creíble de los hechos.
El otro factor decisivo que explica la movilización social es la detención del crecimiento económico que había tenido Chile hasta el último decenio, en buena medida por la caída de la productividad total de los factores, a causa que los gobiernos Bachelet I y II y Piñera I no lograron superar las trabas que se generaron en el Desarrollo Económico del país. Pero, ese es tema para un posterior análisis.
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