Tras la derrota electoral del 17 de diciembre, donde la izquierda sufrió una de sus derrotas más profundas, no solo en términos electorales, sino que, trascendiendo a una derrota incluso cultural, que no guarda semejanza alguna con la derrota presidencial que culminó con los 20 años de Concertación hace ya 8 años, sus diversos actores se encuentra en un estado de shock o profunda catarsis, a ratos huérfanas y sin rumbo.
Hoy los partidos de la ex Nueva Mayoría definen sus nuevas estructuras de la mano de un replanteamiento de sus domicilios políticos e ideológicos, como es el caso del PPD y la DC.
Muchos hablan de crisis terminal, algunos preferimos hablar de una oportunidad de refundarnos y de redefinir una ruta política que nos permita cohesionarnos bajo un mismo relato, que en diversas instancias de la historia nos ha sabido convocar y unir, incluso en las épocas más oscuras y duras donde desde la clandestinidad muchos dieron sus vidas por la disputa de un país libre, enfrentando a aquellos que escribían la historia con sangre.
Tras la derrota presidencial se hace necesario que el camino a la reconfiguración de un nuevo bloque tenga como objetivo común la construcción colectiva desde las bases sociales, sin cometer los errores del pasado, entendiendo que la política se hace y practica levantando las banderas de la sociedad civil desde todos los espacios y con sus múltiples actores.
No podemos seguir permitiendo la lógica aburguesada del escritorio que nos terminó alejando de las demandas ciudadanas y mermando las confianzas de los diversos liderazgos del progresismo.
No supimos interpretar a la ciudadanía, pensamos tener las respuestas cuando las preguntas habían cambiado. En este contexto se hace mayor el desafío cuando vemos que hoy el Frente Amplio se ha alzado como un actor relevante dentro del progresismo y la izquierda. No podemos seguir con la soberbia con la cual hemos compartido un mismo domicilio.
Debemos reconocer en ellos parte importante del desafío de reconfigurar una mayoría que nos permita levantar nuevamente la opción de volver a Gobernar.
En esto la ex Nueva Mayoría debe asumir una profunda autocrítica y asumir sus errores, y de igual manera el Frente Amplio termine su condena a los partidos de la otrora coalición.
Partir de la premisa que ninguno puede gobernar ni mucho menos dar señal de gobernabilidad por si solos. En ese proceso no solo cabe apelar a la suma de voluntades para vencer a la derecha, como cometimos el error en la última elección de centrar el mensaje en un vacío “no a Piñera” y en un chantaje que de poco sirvió.
Es imperante la construcción de un camino común bajo una ruta y un ideario programático que nos haga converger en algún momento, un piso mínimo que garantice y de una señal de gobernabilidad, respetando y entendiendo la autonomía de cada partido y movimiento político que compone tanto al Frente Amplio como a los partidos de la ex Nueva Mayoría.
Necesitamos aunar los esfuerzos en superar las desconfianzas entre las distintas trincheras y espacios autónomos que coexisten en la oposición.
Debemos recoger como la derecha se cuadró bajo un mismo liderazgo, donde parte de su triunfo se explica por eso. En la reconfiguración de una oposición cohesionada bajo un objetivo común la voluntad tiene que ser real, las diversas posiciones deben sincerarse, entendiendo la existencia de diferencias legítimas, pero aun así ser capaces de ver que el fin superior es volver a gobernar para seguir en la búsqueda de avanzar hacia un país con mayor justicia social.
Hoy bajo la inmensa diversidad en el que convivimos en la oposición, los liderazgos y las nuevas directivas de los partidos asumen un rol muy relevante dentro de esta construcción, son los llamados a generar las condiciones de sentar un diálogo. En esto reconocer al Partido Socialista y a Revolución Democrática que ya han dado las primeras señales.
Hoy la democracia tiene que encontrar las respuestas a las preguntas que la ciudadanía nos hace, en caso contrario estamos condenados a la instalación de distintos populismos y nacionalismos que poco a poco se van convirtiendo en una amenaza.
En este camino los partidos políticos juegan un rol fundamental. Deben estar a la altura de la nueva era que comenzó el 11 de marzo, sustentado en proyectos de construcción colectiva, que empujen una democracia representativa y vinculante con sus territorios y demandas locales para levantar las diversas banderas de cambio.
Los proyectos personalistas, caudillos y lógicas clientelistas deben erradicarse por completo de los movimientos y partidos políticos de oposición. La ciudadanía ya nos castigó una vez, no podemos volver a dar las mismas señales que nos llevaron a sufrir el fin de un ciclo político que parecía prometer el comienzo de un largo proceso de transformación.
El desafío de la articulación de un bloque amplio y diverso, que sustente bajo un ideario común no es algo sencillo, no existen atajos, pero si desde ya podemos dar las señales que la voluntades y convicciones están.
El llamado a los actores del mundo progresista es a estar a la altura, Chile y su pueblo los necesita. El sueño de un país distinto no terminó con Bachelet, sino más bien es un mensaje que solo con la unidad de las fuerzas progresistas seremos capaces de seguir empujando ese Chile que tanto queremos, lejano a ese neoliberalismo agotado que no nos ha permitido soñar con un país más justo.
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