Seguramente no es la primera columna y última que leeremos de lo que nos dejó la elección de Brasil, ni que tendremos una única respuesta dentro de las diversas tesis que hemos leído en RRSS o conversado en alguna sobremesa, en el que se intenta plantear los orígenes, causas, diagnósticos y respuestas de lo que está sucediendo en Brasil, Latinoamérica, USA y en algunos países de Europa.
Seguro será que estemos de acuerdo en que las causas responden a múltiples razones políticas, culturales, sociales, históricas y económicas.
Cada análisis tendrá su propia ponderación, matiz con otros análisis y conclusiones. Lo que sí es claro es que hoy tras lo que sucedió el domingo en Brasil nos debe hacer replantear el relato y el camino a construir, volviendo al lenguaje de los comunes, con una ciudadanía, que en su amplio espectro y diversidad cambió su estructura cultural y formas de entenderse y comunicarse. Estos mismos en parte son los que han perdido la esperanza en la política como herramienta de movilidad, incluso algunos en la propia democracia.
El resultado de la elección de Brasil sin duda abrió un amplio debate de como desde el progresismo urge la necesidad de configurar un nuevo relato y del cómo debe empujarse desde la (re)construcción de las confianzas individuales, colectivas y sociales, desde los barrios, agrupaciones y organizaciones.
Hay muchas causas que pueden explicar la respuesta política y cultural de la ciudadanía y sus opciones dentro de los procesos democráticos, pero al menos aquí prefiero resumirlo en algo breve, por más que cueste.
La crisis de la socialdemocracia y de la propia desvaloración de la democracia como régimen político, en especial en las nuevas generaciones, obedece a que no hemos sido capaces de dar frente a ese neoliberalismo material y cultural que destruyó la lógica colectiva y nos consumió a un individualismo tal que en algunos casos nos dejó de importar el bienestar del vecino y del barrio a cambio de mi propio bienestar.
Es ahí donde no hemos sabido interpretar a esa nueva ciudadanía, en el que ya no basta con repetirle los logros de que fuimos nosotros quienes redujimos la pobreza de 40% a 11%.
Ese es el dilema de la izquierda hoy, superar lo que se hizo como parte del relato y construir uno nuevo, desde la autocrítica y de las angustias de una clase media emergente, que busca otros caminos y respuestas.
Hemos corrido el cerco cultural, en buena hora, pero sin tener las respuestas o creer que las teníamos cuando las preguntas habían cambiado, preguntas de esa mayoría que ha dejado de tener representación, que confió en algún momento, pero que hoy ve en otros una mejor garantía de desarrollo individual y familiar.
Los tiempos nos obligan y comprometen a construir un relato que sepa interpretar los anhelos de esa mayoría, que superó la pobreza, de esa clase media emergente.
Hemos abandonado el lenguaje de “los comunes”, desconociendo sus angustias y problemas, del que pasa sobre 2-3 horas diarias en el transporte público, que demanda mejor trabajo, salario, transporte, salud, educación, bienestar y, aunque a ratos lo banalicemos, mayor crecimiento y seguridad pública para él y su familia.
Es ahí el desafío, de volver a retomar ese lenguaje, del ciudadano que gana menos de $550.000 y que representa el 70% de la población, y en ese campo disputarle a los Bolsonaros, quienes pretenden ofrecer “atajos” como respuestas a esas demandas.
El relato abandonó estas causas y son los Bolsonaros que la han recogido y la han hecho propia, a través del discurso del miedo, odio y violencia pura, de una brutalidad que pocas veces se había visto en democracia.
No basta disputarle a los Bolsonaros con la consigna del “NO A BOLSONARO”, es abandonar nuestra propia convicción histórica.
Puede leerse un poco pesimista, pero la derrota cultural ya es un hecho, hay que masticarla, digerirla y enfrentarla.
Brasil eligió a un militar trasnochado, ultra conservador, misógino, incitador al odio y que violenta al homosexual, a las mujeres y al migrante por sobre alguien que es parte del círculo político protagónico del mayor escándalo de corrupción de los últimos 15 años, pero que en su momento supo sacar a más de 30 millones de brasileños de la pobreza.
¿Cómo es posible que estos mismos hayan votado por Bolsonaro? El individualismo, la no-condena a la corrupción, la no-respuesta a la crisis de confianza, la no-respuesta a la violencia, por mencionar algunas.
He ahí la necesaria autocrítica y el punto de partida. El caso de Chile no es muy lejano, los niveles de confianzas han tocado mínimos, incluso mirando los indicadores de Latinobarometro del año 2016 que ubica a nuestro país en los últimos lugares en niveles de confianza entre personas.
Por esta razón es que asocio la derrota cultural a ese neoliberalismo que consumió nuestros patrones de consumo y conducta, que valora más la apertura de una nueva multitienda que la discusión pública de cómo superar las desigualdades e injusticias sociales.
En fin, los Bolsonaros son un producto que emerge por nuestra propia incapacidad de dar respuestas a una ciudadanía que desde la superación y la movilidad cambió las preguntas y no hemos sido capaces de volver a interpretarlas.
Este último año ha sido el de la catarsis de la izquierda, siempre necesaria, pero que requiere pasar a la acción.
Sin duda es vital la unidad del mundo demócrata, de centro e izquierda, progresista, socialdemócrata, liberal, humanista cristiano para alcanzar una mayoría política y social que de gobernabilidad y permita estos cambios, como también lo es el volver a tomar el lenguaje de los comunes, sus limitantes, problemas, demandas, conocer sus angustias, dolores, y hacer del relato su lucha y nuestra lucha.
De hablarle de barrios y ciudades integradas y con mayor seguridad pública, de una economía y modelo de desarrollo distinto, que garantice un mayor bienestar, de un crecimiento sustentable que sea para todos, y no solo para ese 1% que concentra el 30% de la riqueza del país, donde tener mejores trabajos y salarios es posible, una pensión digna más que de sobrevivencia, y de seguir levantando las banderas que permitan correr el cerco cultural.
Que el lenguaje de los comunes sea nuestra principal bandera, forma y lucha de liderar un nuevo ciclo y proceso político de reconfiguración.
Frenar la arremetida ultra fascista y conservadora aún depende de nuestra propia capacidad.
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