Febrero, el mes en que los ojos de Chile se centran en Viña del Mar, el mes en el que nos quieren mostrar como la “ciudad bella” nos sorprende con su belleza y entretención. Son los días en el que el Festival de la canción nos deleita con momentos que durante años hemos guardado en nuestra memoria colectiva. Pero este festival sin ninguna duda es completamente distinto a los anteriores. Hoy más que nunca el “otro festival” es el que nos duele y nos debe convocar a repensar el modelo de comuna y sociedad que queremos construir.
El estallido social, cuya movilización ha sido una de las más grandes de toda nuestra historia democrática, vino a cambiar el paradigma político y socio-cultural, y a su vez, cuestionar un modelo de sociedad que del exitismo individual basado en lo material por sobre bienestar, nos lleva a plantearnos de cómo entre todos somos capaces de conversar, dialogar y empujar la construcción de un país con mayor justicia social, a través de instituciones democráticas robustas bajo un nuevo marco jurídico y constitucional que emerja del Proceso Constituyente, una oportunidad única para recuperar la confianza colectiva en los pilares de la democracia y sus instituciones, claves para superar el subdesarrollo.
No hay duda que el activo más valioso que puede tener una ciudad es un buen gobierno comunal. Los últimos 20 años de Viña del Mar, liderados en su mayoría por la actual alcaldesa, han sido un desastre, en todo ámbito. Es lamentable ver como una de las comunas con mayor riqueza del país, la sexta que mayor recaudación genera por impuesto territorial, sigue manteniendo los niveles de segregación urbana, territorial y socioeconómica.
Incluso la propia CASEN 2017 refleja un 16% de pobreza multidimensional, 2% más que el promedio de la región, algo impensado para la comuna eje del Gran Valparaíso.
Es aquí donde vive a diario el rostro real de Viña, no el que responde a campañas de marketing y nos habla de un estereotipo de belleza alejado de la realidad. Los dolores de Viña del Mar están en los cerros, en los campamentos, en esa pobreza invisible abandonada por la autoridad.
Si bien la segregación territorial no es nueva en Viña del Mar, tiene una data histórica, posterior a la crisis de 1929, la ciudad en su transición hacia una política de desarrollo al turismo y el impulso de la infraestructura municipal pasó a convertir a nuestra comuna en un puente de oportunidades, incentivando la llegada de familias, nuevos polos de desarrollo y expansión urbana, creando así nuevos asentamientos hacia los sectores altos y periféricos que carecen de infraestructura pública, marcando así lo que sería la ocupación por estrato socioeconómico: los más ricos concentrados en el plan y borde costero, clase media en zonas de pie y medio de cerro y los más pobres en zonas rezagadas, periféricas, con baja conectividad, servicios, infraestructura y focos de empleo e inversión público-privada.
La topografía y la fragmentación territorial como motor de “las tomas”. La consolidación de los asentamientos informales, abandono del Estado y la autoridad, no existencia de una visión estratégica de largo plazo y baja consolidación urbana solo dificulta idear soluciones a una comuna que en su grueso vive de la segregación y el abandono.
La ciudad bella de unos pocos, a costa del sacrificio de muchos. Debemos ser capaces de proponer una alternativa a la agotada lógica de mercado en el crecimiento urbano de Viña, sumado a una desregulación del suelo que genera guetos y marginación social.
Por otro lado, la incapacidad de potenciar la ciudad como foco estratégico de inversión público y privado, con verdadera planificación y diversificación es una deuda histórica con la comuna.
Solo como dato el 96% de las empresas de la comuna son micro-pequeñas, albergando a cerca de 240 mil trabajadores, en las que destacan las áreas de la construcción, comercio y sector empresarial.
Ni hablar de que hay un trabajo ampliado en apoyo al pequeño locatario, comerciante y empresario, más bien el interés público está acotado al de unos pocos.
Datos del año 2018, un 4% del presupuesto comunal está destinado a inversión e infraestructura, mientras que un 15% está destinado a horas extras irregulares y honorarios suma alzada, algo que explica la prioridad, gastar 4 veces más en horas extras a directivos y contratos a honorarios que ni la propia alcaldesa ha sabido explicar, cosa de ver su situación frente a investigaciones de Contraloría.
Viña del Mar si bien es una comuna de grandes oportunidades y riqueza, en ella conviven grandes dolores, de marginación, pobreza, abandono de sus cerros, deterioro del casco histórico, que se sustenta en una administración que hoy más que ofrecer un modelo de gestión, generó un modelo de negocio para enriquecer a una minoría que ha destruido el municipio, favoreciendo operadores políticos que lo único que los mueve es seguir manteniendo cuotas de poder para obtener beneficios individuales por sobre colectivos.
Este 2020 es un año clave, en el que la ciudad y el país se juegan un cambio en el modelo de sociedad que queremos vivir y desarrollarnos.
La política es la herramienta que tenemos para transformarlo todo, es la administración de la polis, llegó la hora de recuperar y devolverle a la ciudad y el país lo que es suyo. Depende de todas y todos los viñamarinos que así sea.
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