Oportunidades y desafíos para los partidos emergentes

En los últimos días, ha sido el tema obligado de la agenda política las desavenencias que existen entre la DC y el PC, en relación a una aparente "excesiva influencia" de los comunistas en la Nueva Mayoría. Las diferencias entre estos partidos, como sabemos no son nuevas, y sus precedentes ya son de larga data. Profundizarlos mayormente no será el tema de fondo de esta columna. En su lugar quisiéramos subrayar dos aspectos de cara a lo que resta del mandato, pero en el que los diálogos políticos estarán marcados en buena medida por las elecciones municipales (2016) y las parlamentarias y presidenciales (2017).

Primero, resaltar el debate que se ha generado en torno a la viabilidad en términos de la continuidad que tendría el oficialismo. Las acusaciones de la DC respecto a esta excesiva influencia del PC en la agenda gubernamental hizo meritorio que la propia Presidenta Bachelet tuviese que intervenir declarando que "no era efectivo que haya una imposición de un partido sobre otro en el gobierno".

De aquí a lo que resta del mandato, como se dice en buen chileno, "habrá mucho paño que cortar" en relación a una eventual continuidad de la Nueva Mayoría, y que se enmarca en un momento donde el sector más cercano al senador Alejandro Navarro en el MAS, y la Izquierda Ciudadana (IC) de Sergio Aguiló están decidiendo apartarse desde ya a la Nueva Mayoría, aunque sin comprometer el apoyo a la tramitación de las reformas.

Al parecer, los partidos del ala más progresista en el oficialismo consideran que no han tenido una real influencia en la conducción de la agenda, precisamente por la reticencia que existe en sectores de la DC por impulsar reformas emblemáticas del gobierno (basta con recordar la tormentosa discusión de la Reforma Tributaria). Y junto a ello, está el hecho del descrédito que mes a mes observamos en las encuestas, las cuales, apuntan al unísono con una tendencia a la baja tanto en la aprobación de la Presidenta, como al nivel de identificación con los partidos y bloques tradicionales.

Pero el descrédito constante, tampoco es sinónimo de que se presenten alternativas reales a lo que comúnmente se le llama el duopolio, y ello especialmente con el voto voluntario. Aquí subyace el segundo punto que queremos resaltar: las alternativas que hubo hace poco, encarnada en el Partido Progresista (PRO) de Marco Enríquez Ominami, también se han visto salpicadas con casos de financiamiento irregular de la política. Y hechos como estos pueden despertar una apatía y desconfianza aún mayor frente a los nuevos referentes y movimientos políticos alternativos de cara a las elecciones.

En este sentido, los esfuerzos que están haciendo Revolución Democrática, el Movimiento Autonomista encabezado por Gabriel Boric, el Partido Poder Ciudadano u otros proyectos políticos alternativos en fase de consolidación, son proyectos interesantes aunque todavía incipientes, cuyo éxito podría residir en la capacidad que tengan de hacer un gran acuerdo nacional que vaya en concordancia con las demandas y pulsiones ciudadanas que apuntan a consolidar derechos sociales, una renovación en la forma de hacer política y una superación del actual modelo país que si bien permitió una transición relativamente pacífica en los noventa, actualmente está en una fase de agotamiento. La realidad actual de los partidos alternativos no es algo negativo en sí mismo, pero si estos proyectos no tienen la posibilidad de pactar en un gran acuerdo nacional, en el que coexistan diagnósticos y soluciones compartidas, nos recordará una vez más el refrán, "a río revuelto, ganancia de pescadores".

En las últimas décadas, Chile se ha vuelto un país política, económica y socialmente más diverso, y junto a ello, las últimas elecciones presidenciales (en las que ya regía el voto voluntario), nos dieron cuenta de ello con un amplio abanico electoral, que en la primera vuelta contaba con 9 candidatos. Pero si observábamos la adhesión a las candidaturas, se  reflejó precisamente que con un amplio abanico electoral, el voto se diluye y los candidatos alternativos son difícilmente más competitivos ante coaliciones más disciplinadas y con adherentes que se movilizan política y electoralmente por sus candidatos.

Por ello, la conclusión es que el éxito de los partidos alternativos dependerá en gran medida de su capacidad de articulación política y electoral de cara a las próximas elecciones. Un amplio abanico electoral (como el de la primera vuelta de las presidenciales del 2013) debilitará fuertemente a los candidatos de partidos emergentes.

En consecuencia, el momento actual es un desafío, pero también una oportunidad para materializar una alternativa realmente competitiva, y esto dependerá exclusivamente de la voluntad política en los nuevos referentes políticos.

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