Aún más increíble que las imágenes que hemos visto este último mes de manifestaciones, es el miedo y la ignorancia reinante. Chile se transformó en un pollo descabezado, corriendo sus últimos segundos y no se observa ningún camino posible para que esto mejore.
Algunos gritan 'se viene la guerra civil', y olvidan que en Chile tanto las fronteras como la tenencia de las armas están controladas legalmente, por lo que resulta difícil que se encuentren dos bandos civiles armados, dispuestos a enfrentarse en una guerra fraticida. Como ocurrió hace dos siglos, en 1891, cuando gobernaba Balmaceda, quién finalmente en una dramática decisión se quitó la vida.
Otros gritan ‘¡Montaje! ¡se roban los fondos de las AFP!!' y olvidan que a diferencia de otros países tenemos leyes y todavía existe un Estado de Derecho e independencia de poderes. En caso de ser necesario, se puede recurrir al Poder Judicial.
Amnistía Internacional y agrupaciones de DDHH acusan de violaciones sistemáticas contra los chilenos por parte del mismo Estado, mientras que el gobierno se defiende señalando que no ha transgredido ninguna ley.
Si se fija en el juego de palabras no hablan de lo mismo; son cosas distintas los DDHH y la ley imperante. Es cosa de ver la diplomacia entre EEUU y China por Hong Kong.
Aun considerando todo lo anterior, igualmente necesitamos retomar el orden que nos permita avanzar a alguna parte.
Sin lugar a duda las violaciones a los derechos humanos deben ser perseguidas y castigadas penalmente, y las cadenas de mando deberán responder por ello.
Sin lugar a duda, las agresiones a la policía en el correcto ejercicio de sus funciones deben ser perseguidas, juzgadas y sancionadas (¡apremios ilegítimos no vale!).
Claramente entre estos dos extremos los grises son muchos, el que defendió su vida, el que atacó sin razón, quién tuvo miedo y no supo reaccionar, el que reaccionó con proporcionalidad a la acción.
Por lo tanto, estableciendo el piso de cordura, nos queda preguntarnos. ¿Qué realmente sabemos?
¿Sabemos quiénes son los overoles blancos del Instituto Nacional? No.
¿Sabemos cómo pasarse el torniquete en el Metro se transformó en confrontación con lacrimógenas y guanaco simultáneamente a lo largo de toda la red? No.
¿Sabemos quién quemó el Metro? No.
¿Sabemos de qué poblaciones se supone que salían las turbas en esas fatídicas noches del 18 al 20 de octubre? No.
Por varias semanas aparecen barricadas por distintos lugares de Santiago, muchas veces sin manifestantes. ¿Sabemos quién las coloca?
¿Por qué no las apagan y retiran?
La lista puede aumentar bastante sin grandes esfuerzos, pero creo que el punto se establece, la respuesta siempre será la misma, No sabemos quién fue.
Con uso de drones, cámaras de tránsito, de cajeros automáticos, internas del Metro, recursos de seguridad ciudadana, carabineros con GoPro, vigilancia cibernética, vehículos con GPS, escuchas telefónicas, policías profesionalizadas, fiscales entrenados, y con todo el aparataje de un gobierno que centró su discurso durante años en la seguridad ciudadana, finalmente sólo tenemos teorías delirantes, medios de comunicación desquiciados y mucho miedo. ¿Incompetencia? Es difícil no hablar de incompetencia, más aún cuando la falta de resultados del problema delictual se intenta tapar con la crisis política y social de fondo.
Entonces llegamos al día de hoy, en que nos dicen que poner más uniformados es la única salida.
Nos dicen que hay que aplicar más fuerza, más armas, más violencia, y dar más atribuciones.
No podemos aceptar eso cuando la improvisación está a la orden del día.
No podemos aceptar eso cuando se observa la incapacidad de resolver la cosa más simple con los recursos actuales.
Necesitamos resultados reales y no más violencia, ni facultades para el uso de violencia.
Simplemente la violencia no es la solución.
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