Insoslayable no referirse a la renuncia de una treintena de militantes de trayectoria dilatada y destacada figuración partidaria, que pusieron fin a su militancia de años en la Democracia Cristiana. Es imposible no hacerlo, dado que se trata de examinar el trasfondo que hay tras la conspicua lista del éxodo y cuya vocería más preponderante la asumió Mariana Aylwin.
Resultaba evidente que las posturas políticas de la denominada corriente “Progresismo con Progreso” inocularon al torrente sanguíneo de la falange una alteración de sus signos orgánicos que afiebró los ánimos.
A ellos se les sindica como los mentores de la idea de levantar una candidatura presidencial a primera vuelta, en el entendido que se buscaba perfilar más nítidamente la esencia y razón de ser de la colectividad, pretensión que tropezó con el menguado resultado que obtuvo Carolina Goic, ubicándola con un magro arribo a la meta.
Lo paradójico es el dispar resultado, dado que ella no consiguió ni aproximarse cercanamente al caudal de votos que obtuvieron sus camaradas que postularon al parlamento bajo las reglas de un nuevo sistema electoral, diferencia muy llamativa si consideramos que lo hicieron en un pacto paralelo al de la Nueva Mayoría (Convergencia Democrática), donde comparativamente lo de la DC respecto a otros partidos del conglomerado oficialista, no sale tan damnificada a la hora del conteo de los votos.
Sin querer minimizar la derrota, ordenando las cifras mediante sumas y restas, aparece de inmediato un dato irrefutable que no se puede escabullir, la asimetría de 387.664 sufragios que logra la candidatura de Carolina Goic y los 568.598 que congregó la plantilla de candidatos que supuestamente debían respaldarla.
A todas luces no es un asunto menor la brecha que arrojan ambos resultados y no parece convincente la manida excusa que los apoyos locales no son traspasables a figuras y liderazgos presidenciales que son la argamasa de un proyecto político.
Es clarísimo que hubo mucha desidia, también escasa voluntad para brindarle un explícito trabajo territorial que le diera mayor relieve a una candidatura cuyo origen era el corolario de definiciones políticas que interpretaban el sentir de la colectividad.
Lo que ocurrió en la realidad, fue una seguidilla de zancadillas y un maltrato constante que mermaron sus posibilidades de despegue que difuminaron su perfilamiento con una serie de cuestionamientos que no cejaron ningún instante por parte de la denominada “disidencia”, propinándole en términos personales una continua erosión a su candidatura y la mayor debacle electoral experimentada por un aspirante presidencial demócrata-cristiano.
Pero no es todo y tendremos que esperar el desarrollo en los próximos días de la Junta Nacional para saber el derrotero que tomará una colectividad que ha ido perdiendo gravitación en el devenir del país, como la tuvo en un tiempo pretérito no tan lejano.
En la antesala de ese quirófano político, aguardamos por los signos vitales de una colectividad que nos dirá si supera la agonía o simplemente se trató de un peritaje forense.
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