No encaja con su temperamento. Por tanto, que Sebastián Piñera se muestre frente a la opinión pública como víctima, que diga ser objeto de una sucia y malintencionada maniobra política con el solo propósito de enlodarlo para menguar su intento por alcanzar un segundo período como mandatario de la nación, obedece simplemente a una estrategia cuya finalidad no es otra que evitar responder a los reproches legítimos que se le exponen, dado lo que ha sido su permanente zigzagueo como hombre dedicado al mundo de las finanzas bursátiles y la política.
Es paradójico que alguien como él, pretenda escabullirse del escrutinio acerca de cuáles son sus verdaderos intereses, saber si cumplirá su compromiso de separar aguas y si zanjará de una buena vez ésta dualidad, pero prefiere tomar recaudo con una retórica impropia que soslaya una vez más el tema de fondo.
En su naturaleza de ludópata compulsivo, también “juega con las palabras”, como el más avezado apostador que es, donde ha demostrado tener un talento y velocidad en la compraventa de paquetes accionarios que le han redituado ganancias que son la base de su patrimonio y prosperidad económica, amasando una fortuna de más de dos mil millones de dólares.
Convengamos al menos que algunas de sus transacciones comerciales se han visto empañadas por cuestionamientos imprudentes y pocos ortodoxos. Como si eso no bastara, ahora nos ofrece una nueva y sorprendente etimología de si mismo.
Días atrás hizo una apología de su trayectoria con una inmodestia que da vergüenza, haciendo ostentación de sus pergaminos académicos en la Universidad de Harvard, para hacer relucir su doctorado en economía que obtuvo en ese plantel; pero también por la impúdica falta de rigurosidad con que aborda datos acerca de su propia biografía.
Es imposible no refutarlo, permitirle que instale la idea de que todo lo que dice se ajusta la verdad, porque de modo inexcusable, omite información crucial.
Se ufana de haber trabajado “intensamente para poder formar empresas que generaron oportunidades y que crearon más de 50 mil empleos”.
Aparte de la creación de Bancard, su primer emprendimiento empresarial, cuesta individualizarle nuevos proyectos impulsados a partir de una traza similar. Tengámoslo claro, su órbita de negocios ha girado en torno a la compraventa de paquetes accionarios que le han permitido tomar el control mayoritario de muchas empresas existentes, lo que es muy distinto a la innovación productiva, que dice es su principal activo y motivo de orgullo.
Esa jactancia desaparece cuando se le pide que explique la compra de las denominadas “empresas zombies” que arrastraban pérdidas y que le permitieron ahorrarse el pago de $44.000.000.000 en tributación, aprovechándose de una franquicia tributaria excepcionalísima que éstas tenían con el propósito de recuperarlas y sacarlas de la crisis en que se encontraban.
Su respuesta es absurda y exasperante, sobre todo proviniendo de quien fue Presidente de la República y aspira nuevamente al más alto cargo del país: “No quiero entrar en detalles, porque no tengo el tiempo”. “Se pagaron todos los impuestos que correspondían. Uno tiene que pagar los impuestos que establece la ley”. (sic).
Se pasa de listo, ya que esconde en su respuesta el dato más importante, porque ni reconoce y tampoco admite que la suma que canceló es muy inferior a la que correspondía tributar de no mediar dicho artilugio legal. Ese es el hecho central. Hasta aquí, el único damnificado ha sido el tesoro público.
Mientras no se desligue totalmente de sus negocios, por más que alegue ser víctima de una campaña sucia, su reclamo no surtirá efecto alguno ante una ciudadanía más exigente y mejor informada.
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