Escribir acerca del calamitoso momento por el que atraviesa la Iglesia Católica chilena, nos plantea una exigencia de entrada: indicar que el atolladero en que está sumergida, es consecuencia de la perversión individual de clérigos que han perpetrado por años todo tipo de tropelías, la mayoría de ellas de índole sexual, fechorías que por cierto no se condicen con el ejercicio sacerdotal de irradiar el evangelio como eje central de su consagración religiosa.
Aunque desconocemos la magnitud de su ocurrencia al interior de los claustros, congregaciones, diócesis, parroquias, corresponde decir que la inmensa mayoría sí son fieles a los preceptos de la teología moral cristiana y se comportan como tales.
No obstante lo anterior, es imposible eludir el nefasto rol y desdén que han ejercido respecto a las víctimas, particularmente de aquellos que provienen de la jerarquía, cuyas expresiones desafortunadas no se hacen cargo de sus oprobiosas incongruencias eclesiásticas que acrecientan su descrédito, disminuyendo con ello su influjo y feligresía.
Dimitidos en sus funciones episcopales, han procurado atenuar y suavizar su deshonra clerical, lo que se conoce cómo “control de daños” porque simplemente la debacle se les vino encima, convocándose en Punta de Tralca como si con ello exorcizaran sus demoníacas acciones u omisiones que tanto daño han originado.
Es insuficiente y no responde a la gravedad de la situación leer un comunicado con declaraciones ambiguas y poco creíbles.
De hecho llaman la atención dos acápites brevísimos que resultan incomprensibles; el primero referido a un convenio que se estaría negociando con el órgano persecutor de los delitos (leáse Fiscalía Nacional) para encauzar las investigaciones. ¡Insólito, por decir lo menos! ¿Dónde queda la igualdad ante la ley?
Lo más impúdico es la afirmación, “no tenemos la obligación de denunciar”. Ningún periodista contra preguntó, tragándose completo el misericodioso discernimiento. Pasó de soslayo, cómo si nada.
Ya hemos conocido la noticia de que Ezzatti no encabezará el próximo Tédeum. La sola circunstancia de que esté citado a declarar en calidad de imputado como encubridor por el fiscal Emiliano Arias, lo inhabilitaba para estar al frente de dicha ceremonia.
Difícil tarea espera a quién lo suceda, ya que el contenido de la homilía estará determinada por el cuestionamiento a su ascendiente moral, lo que permite suponer que ella se verá refrenada en temas valóricos a consecuencia de tanta prédica y comportamiento impío. Un desajuste completo con los Diez Mandamientos.
Sería muy surrealista oír un sermón que abordase el tema del “aborto libre” como del mismo modo referirse a políticas de género. Ellos debilitaron su propia voz y mensaje con la degradación de su misión sacerdotal, haciéndose los lesos o ensordeciéndose con el repiqueteo del carillón para no escuchar los sonidos de sus inmundicias.
Aunque parezca una exageración, cada una de estas atrocidades, representa una especie de aborto porque han interrumpido la fe de muchos creyentes que se reflejaban en la imagen del “niño Jesús” y su promesa de salvación eterna. Es decir recitaban un evangelio que aprendieron a profesar, pero en el cual nunca se fiaron respecto a sus esperanzas celestiales.
Independiente de si usted es agnóstico, ateo o creyente, es innegable que la religión ofrece un consuelo sobrenatural, que al decir de los historiadores Will y Ariel Durant, permite “que millones de almas la consideren más valiosa que cualquier ayuda material, dándole sentido y dignidad a la más baja existencia y, por medio de los sacramentos, proporcionando estabilidad al transformar los pactos humanos en solemnes relaciones con Dios”.
Nadie dimensionó los niveles de perversión y delincuencia que se escondían en la apariencia sacrosanta de sus hábitos sacerdotales por curas que oficiaban en parroquias más con el propósito de satisfacer sus apetencias sexuales que con evangelizar; las que no diferían de la conducta impía de algunos obispos cómo Gonzalo Duarte, pero también no dejar de mencionar el cruel propósito de encubrimiento de uno de sus purpurados, al menos por ahora.
A éstas alturas ahondar en detalles, cuándo conocemos lo medular, hace innecesario agregar algo más. Sólo para finalizar, decir que el “hábito no hace al monje”. Afortunadamente hemos conocido a frailes impregnados de su misión social e incuestionable vocación religiosa, desprovistos de todo oropel.
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