En la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados se encuentra en discusión un proyecto que busca reducir el número de parlamentarios, idea que fue instalada por diputados de Chile Vamos y que cuenta con el apoyo del Ejecutivo.
El proyecto propone una Cámara de Diputados de 120 miembros y un Senado de 40 senadores, lo que según sus impulsores vendría a solucionar tanto problemas económicos como de representación, debido a supuestos efectos distorsionadores del actual sistema electoral, que dieron cabida a los llamados parlamentarios del 1%.
Al respecto, tengo la convicción de que intentar reducir el parlamento no es más que una expresión de populismo, pues quienes promueven este proyecto aprovechan el poco respaldo ciudadano que tiene el Parlamento y lo usa para buscar limitar el ejercicio democrático. Ante esto mi posición es clara y desde ya, anuncio que este proyecto no contará con mi apoyo.
Durante los últimos meses nos hemos ido acostumbrando a escuchar la palabra populismo. Se nos dijo populistas cuando aprobamos el retiro del 10% de las AFP y también cuando respaldamos el pos natal de emergencia, es decir, para el gobierno y ciertos parlamentarios se es populista cuando se legislan proyectos que van en directa ayuda a las personas y que no implican sólo bonos focalizados.
Al respecto, considero que el llamarnos populistas, además de ser un antojadizo e irreflexivo uso del término, es una proyección de la forma de actuar del propio Gobierno y de sus parlamentarios.
El populismo es un concepto difuso y controvertido incluso para los académicos, sin embargo, este tiene características claras, tales como el continuo cuestionamiento a la institucionalidad democrática e incentivar, abierta o soterrádamente, la emergencia de líderes autoritarios, y aquello es precisamente lo que persiguen este tipo de proyectos, pues cuestiona la legitimidad del parlamento en base a supuestos efectos distorsionadores del nuevo sistema electoral, pues en algunos casos adjudica cargos de elección popular a candidatos con baja votación y deja fuera a candidatos con mayor votación y la razón de esto es que nuestro actual sistema electoral privilegia la proporcionalidad y fomenta la creación de pactos electorales buscando evitar la proliferación de caudillos.
Reducir el número de parlamentarios es dar pie atrás en el proceso democratizador que hemos llevado en la última década, en que pusimos fin al sistema binominal, regulamos el voto de chilenos en el exterior, avanzamos en equidad de género y otros aspectos que han hecho más democrático nuestro país.
Esta apertura, sin duda, ha traído cierta incertidumbre, más cuando existen distintas miradas sobre el cómo debe funcionar nuestra sociedad, pues como señala el politólogo Adam Przeworski, en democracia se tienden a reabrir conflictos que anteriormente se dieron por resueltos, por lo tanto, la democracia es en si misma una continua fuente de conflictividad; ante esto, no es la limitación de la democracia a lo que debemos apuntar, sino más bien a buscar mecanismos institucionales para hacerla más eficiente.
Considero que, si realmente queremos hacer más eficiente el trabajo legislativo, deberíamos discutir la pertinencia de seguir con un congreso bicameral o si es tiempo de transitar a uno unicameral y que éste cuente con mecanismos internos de control, tramitación y otros aspectos que ayuden a contar con un trabajo legislativo exitoso.
En este sentido, históricamente el bicameralismo ha respondido a criterios distintos a la representación popular, como lo son la tradición o aspectos territoriales, los que no tienen mayor sustento en una sociedad como la nuestra, que avanza permanentemente en materia de igualdad y por esto mismo, considero que el número de representantes de cada distrito debe estar en relación directa a su número de habitantes y no sólo a unidades territoriales.
Por otra parte, la función de perfeccionamiento del trabajo legislativo, en mi apreciación, puede ser llevado a cabo en una sola cámara.
Menciono esto, debido a que en los hechos, hemos asistido a una suerte de unicameralismo de facto, pues la mayoría de los proyectos de ley despachados por el Congreso Nacional en los últimos años se han resuelto en comisiones mixtas, las cuales son instancias extraordinarias y que son conformadas por un número igual de senadores y diputados.
Dichas comisiones tienen la función de dirimir las discrepancias que se producen en la tramitación de un determinado proyecto de ley o de reforma constitucional, sin embargo, éstas más que excepciones, han sido la regla.
Esto genera incentivos a dilatar innecesariamente la tramitación de los proyectos, y además nuestro bicameralismo produce duplicidad de esfuerzos, ya que muchas veces discutimos de forma simultánea proyectos similares.
Finalmente, junto con reiterar mi rechazo a la reducción en el número de diputados y senadores, hago un llamado a los parlamentarios de Chile Vamos y al Gobierno a dejar el populismo de lado y a asumir de mejor forma la conflictividad propia de un régimen democrático, y que si bien, en un sistema electoral proporcional se puede generar cierta distorsión, ésta es mínima, ya que los parlamentarios elegidos con menos del 2% de los votos no alcanzan a ser el 4% de la Cámara de Diputados.
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