"Pucha, Marcelo, te creía inteligente", me dijo alguien de derecha cuando le comenté que soy un convencido de que el próximo gobierno podrá ser, nuevamente, de centro derecha.
Me empezó a argumentar que la elección presidencial corre forzosamente la suerte de las municipales. Me insistió que estas fueron un desastre para todo el sector. Aseguró, como si fuera un oráculo, que la segunda vuelta va a ser entre la izquierda de Yasna Provoste, la que propone expropiar los fondos de pensiones, y la extrema izquierda de Jadue, el que propone explícitamente abolir la propiedad privada y expropiar medios de comunicación. En suma, ese alguien ya estaba cotizando pasajes para irse del país. "No quiero criar a mis hijos en un país de izquierda", decía, "donde los comunistas me van a quitar hasta el alma".
No es para sorprenderse. Una parte de la derecha, la que no cree en la política, tiende a ser derrotista y a buscar eso del "mal menor", como se apreció en la elección de gobernador metropolitano. Usualmente tiende a calificar de cobardes y de "mal menor" a los que no creen en la "mano dura" o a los que se alejan de la "única derecha", esa continuadora de la obra del -para ellos- sacrosanto Gobierno Militar -eufemismo pinochetista para dictadura, único concepto aplicable a un régimen que concentró en una sola mano al menos dos funciones-poderes del Estado.
El escenario de una izquierda desatada, la que grita El Pueblo Unido en el balcón de la Municipalidad de Santiago e insulta a Felipe Alessandri, uno de los mejores alcaldes de la historia de la comuna, cree que ya todo está resuelto y convencida que ya lo ganó todo, y tiene a un sector de la derecha -los entreguistas, cobardes y timoratos que defienden intereses más que principios- convencidos de que todo está escrito.
"Es imposible ganar la elección presidencial", decía mi interlocutor. ¿Lo es realmente? C.S. Lewis decía, en "El Problema del Dolor", que la palabra imposible generalmente implica una cláusula oculta, que comienza con "a menos que..." Y aquí, ese "a menos qué" es precisamente lo que hace que la rueda de la fortuna no esté clavada para la izquierda.
Si la elección ya estuviera definida no habría encuesta que no dijera que el presidente ya estaría definido, como ocurrió en todas las elecciones en Chile desde 1990. La evidencia demuestra lo contrario: que el escenario hoy está particularmente difuso. Los resultados de lo que ocurra en la presidencial dependerá mucho de como se sucedan las cosas en los próximos meses.
Por lo pronto, dependerá primeramente de lo que haga la derecha. Hace casi cuatro años atrás la centroderecha democrática ganó porque hizo lo correcto: centrar la discusión de la campaña en la libertad, la solidaridad, la democracia, los derechos humanos, el progreso y la justicia. Con la promesa de "tiempos mejores" fuimos capaces de encarnar los sueños de ese inmenso universo de ciudadanos poco ideologizados, que no se sienten ni de izquierda ni de derecha, y que en Chile representan mucho más de la mitad del universo electoral.
El problema fue que, a poco andar, los "tiempos mejores" se tiñeron de un gobierno que se derechizó, se lleno de tecnócratas y ministros que se creyeron empáticos con frases hirientes para la ciudadanía, con un Presidente interviniendo en la escena internacional más que en la propia, cuando la realidad era que las demandas de justicia social seguían incrementándose. El Estallido Social no fue cosa de un par de cabezas calientes: tuvo que ver con una ciudadanía disconforme con la desigualdad de trato imperante. No entender esto condenaría a la derecha por años a ser una minoría irrelevante.
Algunos creen que atrincherarse es el camino: se equivocan rotundamente. Esos mismos vienen cometiendo error tras error, y el primero de ellos fue atrincherarse en la opción rechazo. Votar contra el sueño de millones de chilenos de una Constitución hecha en democracia, a pretexto de mantener cohesionado al sector, fue un desastre político. Negarse a ver que la sociedad quería cambios y más estabilidad, especialmente en pandemia, desconociendo la existencia de las ollas comunes, de la pobreza y de la desesperanza que provocó la crisis sanitaria, era una locura. Y lo fue.
Pensemos en el siguiente error: llevar mayoritariamente de convencionales constituyentes a candidatos matriculados con el rechazo. Era evidente que su discurso sería incoherente. Salvo, claro está, para los votantes de derecha de Las Condes y los de Providencia-Ñuñoa, que apoyaron a candidatos mayoritariamente a los candidatos más extremos posibles, los que creían que deben mantenerse los cimientos de la Constitución de 1980 como si se tratara de un dogma de fe.
Derechizarse es un error para el sector, es cosa de ver los resultados electorales. ¿Qué parte de la derecha sufrió mayor castigo electoral? Veamos: el Partido Republicano presentó 486 candidatos a concejales, obtuvieron 12, siendo su mejor resultado: 188.542 votos, 3,10% del electorado, algo así como 380 votos por candidato, de los cuales 23.533 corresponden a un solo candidato. Un magro resultado considerando el desproporcionado gasto efectuado por ellos. Y en el resto de las elecciones no les fue mejor: de los constituyentes 8 candidatos, 2 elegidas; de 12 candidatos a alcaldes, elegidos 0; de gobernadores, 0.
El camino no está hacia la extrema derecha, como parecen creer algunos, los que se amparan en los poderes fácticos y que anhelan los tiempos de "una sola derecha". A esa derecha nunca le han interesado demasiado los votos ni ser mayoría: Allamand, en los 90, alertaba que "RN tiene el 18% de los votos, pero (...) el señor de la Sofofa, que respalda a José Piñera, vale más para designar al candidato presidencial del sector que el partido completo".
¿Qué hemos aprendido de las elecciones recientes? Que el electorado hace años no se casa con nadie: en una elección prefiere a unos, pero si esos no los satisfacen para la próxima van por los otros. Las personas son altamente volubles al escenario en el cual se encuentran a la hora de votar. Eso, por cierto, genera problemas a quienes siguen pensando como antaño, que el votante era ideologizado y fiel a su postura política.
Pero con la volatilidad no basta: para ganar la centro derecha requiere llegar al centro y al mundo independiente, dejados de lado por la extrema izquierda, los que no encuentran espacio en pactos políticos cada vez más radicalizados, compitiendo entre ellos por quien es más de izquierda, y demostrarles que la senda de progreso va para el otro lado.
Tráteme de iluso, o de ingenuo. Pero los hechos para mi son claros: si la centro derecha hace bien las cosas, y gira hacia el centro, ganará en diciembre la Presidencia de la República. Porque al igual que el año 2009 y al igual que en 2016, serán los votos moderados, los de centro y los independientes, los que decidirán el futuro de la elección.
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