En lo últimos años, la telemedicina había estado evolucionando y expandiéndose como nunca antes lo había hecho. El advenimiento de nuevas tecnologías, tanto en el campo de la salud como en el de las telecomunicaciones, había permitido logros impensados. En nuestro país, al comienzo del actual gobierno, se dio inicio al ambicioso proyecto del Hospital Digital. Sin embargo, por diversos motivos, esta iniciativa no ha logrado despegar.
La suerte que tuvo el Hospital Digital, es la que tuvieron antes durante años la inmensa mayoría de los proyectos de telemedicina en el mundo. Las razones siempre fueron múltiples y de diversa índole: el acto médico presencial es irremplazable, no es factible cobrar dichas prestaciones, no se puede garantizar la protección de los datos, no existen las herramientas tecnológicas necesarias o, simplemente, prestadores y pacientes no tienen interés en incorporar esta nueva modalidad.
Afortunadamente, tal como ha ocurrido a lo largo de la historia, las imparables fuerzas de la naturaleza moldean de forma indeleble el curso de la historia humana y la telemedicina no fue la excepción.
Habían transcurrido apenas unos pocos días desde la llegada a Chile del COVID-19 y la revolución de la telemedicina floreció en todo su esplendor. Los principales prestadores privados del país armaron en tiempo récord sus servicios de telemedicina, ofreciendo consultas remotas en casi todas las especialidades. Fonasa generó los códigos para el cobro de las consultas a distancia, empujando con ello también a las Isapres. Aparecieron guías clínicas con recomendaciones en distintas especialidades, incluído el mismísimo COVID-19.
Y, como guinda de la torta, resurgió desde sus cenizas el Hospital Digital, con servicios tan innovadores como la teleconsulta de Medicina Intensiva, que entrega asesoría a distancia de manos de mayor experiencia a aquellos con menos, dada la contingencia pandémica.
De la noche a la mañana desaparecieron las trabas históricas que nos impedían dar este salto. Nos dimos cuenta que la presencialidad podía ser prescindible en aras de permitir el acceso, que los recursos tecnológicos existentes eran suficientes y que tanto prestadores como pacientes estaban dispuestos a dar el paso, existiendo la motivación o necesidad suficientes.
Pese a lo mucho avanzado en tan poco tiempo, es nuestro deber pensar activamente en el futuro de la telemedicina en Chile. Un punto esencial es dar énfasis a las tecnologías que permitan certificar la identidad de pacientes y tratantes tales como con métodos como el reconocimiento facial, que permitan lograr niveles de seguridad adecuados para la emisión de licencias médicas y recetas retenidas.
Debemos estar abiertos a innovar en terrenos inexplorados, como la realización de exámenes de laboratorio o imagenológicos en los hogares de los pacientes. Esto con análisis remoto de los resultados y por qué no, despacho automatizado del equipamiento respectivo.
Ya no parece ciencia ficción pensar en un ecógrafo portátil transportado por un dron, el cual es utilizado por el propio paciente con asistencia por videoconferencia y cuyo análisis del resultado es ejecutado por especialistas que puedan estar a cientos de kilómetros.
Gracias al Coronavirus, la telemedicina triunfó en el presente, pero es nuestro deber llevarla hacia el futuro como se debe.
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