Salud mental en Chile

Es un tema concreto, real y medible. Para quienes trabajamos en el ámbito de salud y en especial en salud mental, es evidente que las enfermedades neuro psiquiátricas han ido cobrando cada vez más importancia como origen tanto de discapacidad (son el grupo más importante de licencias médicas en afiliados a Isapres), como en gastos indirectos (productividad, costos estatales en subsidios, empleabilidad, entre otros).

Basta mirar los temas más recurrentes de discusión u opinión en nuestras redes sociales, si es que salimos de la contingencia, para darnos cuenta de que no hay otra área de la salud que despierte más interés: todos tenemos al menos un par de amigos que postean frecuentemente sobre temas de autoayuda o que opinan con mayor o menor conocimiento sobre enfermedades mentales y su tratamiento. La misma dinámica observamos en los matinales de televisión y en los programas de radio: gran interés en el impacto que tienen en nuestra calidad de vida los temas de salud mental.

Se habla también a favor y en contra de quienes nos dedicamos a este tema en redes sociales (dicho sea de paso, nunca he entendido por qué hay grupos anti-psiquiátricos y no hay anti-urólogos o anti-oftalmólogos) y de los tratamientos que usamos.

Pudiendo estar o no de acuerdo con algunos de los argumentos de algunos de los detractores de la Psiquiatría, lo objetivo es que hay en la comunidad un gran interés en los temas que nos ocupan. Sin embargo, esta mayor visibilidad en nuestro país no se ve reflejada en el discurso oficial del Estado, al menos en lo que a recursos se refiere. Seguimos teniendo un gasto público en salud mental muy inferior a lo requerido (alrededor del 2.2 % del gasto total en salud) e incluso menor a lo que el propio Ministerio se había propuesto como meta para el 2010 (5%).

Por otra parte, tampoco se ha hecho esfuerzos por regular la evidente inequidad existente para los usuarios del sistema privado de salud, por ejemplo en las coberturas de las atenciones psiquiátricas y psicológicas o en la exclusión de enfermedades mentales en los seguros catastróficos.

Un adulto en edad productiva, como podría ser uno de nosotros, afectado por un cuadro depresivo, durmiendo mal, con una angustia desbordante, con problemas de concentración,  tiene altas posibilidades de tener consecuencias negativas inmediatas como accidentes en su lugar de trabajo, conflictos con su pareja o hijos, además de lo que le podría ocurrir en un mediano plazo: discriminación por sus jefaturas o sus propios pares, menores posibilidades de ascender e incluso el tener mayor posibilidad de ser despedidos. Esto lleva a que muchas veces nuestros pacientes eviten consultar o bien oculten su diagnóstico y la necesidad de tratamiento.

Quienes trabajamos en Psiquiatría podemos constatar que incluso al interior de las instituciones aún existen prejuicios y temores respecto de nuestros pacientes. En algún hospital público todavía hay una orden no escrita de postergar la atención de salud en el servicio de urgencias a las personas que vienen derivadas de un servicio de Psiquiatría y en demasiadas clínicas privadas no existe servicio de internación para pacientes afectados por enfermedades mentales.

Esperemos que a futuro quienes tienen la oportunidad de corregir estas inequidades, tan vergonzosamente cotidianas, se atrevan a hacerlo.

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