Era un día 4 o 5 de abril del año en curso, no lo recuerdo bien. Iba en un taxi por calle Santa Isabel. Observé qué, a buen paso, caminaba Álvaro Hurtado Guerrero, antiguo ingeniero de minas de la pampa salitrera de María Elena. Le grité con mi voz más fuerte. Me miró con una sonrisa, pero siguió, impertérrito, como concentrado absolutamente en algo fijo en el horizonte del atardecer dorado del otoño santiaguino.
Sin embargo, dos días después, el día 6 de abril, otro compañero nuestro de la antigua pampa y también ingeniero de minas, Carlos Espinoza Maturana, me comunica que el Álvaro, hombre enérgico y vital en torno a los 60 años, había fallecido de forma inesperada.
Me afectó duramente esta muerte. Pero nunca he creído que la gente, al morir, en su viaje al horizonte mas lejano que apenas se divisa, pasa a despedirse. Hoy, no lo tengo tan claro. Entonces, seguí con mi vida y olvidé el curioso incidente. Total, la vida es en general indiferente con la muerte: ¡¡Cuan largo me lo fiais!! , dice el Burlador de Sevilla.
Sin embargo, tal vez por gratitud, no conseguía olvidar a Álvaro, amigo entrañable y generoso, quien en un momento oscuro y errático de mi vida me invitó a trabajar con él, a Antofagasta y a la salitrera de María Elena.
Partí al norte, más feliz que "perro con pulgas", pues el trabajo como topógrafo del desierto me llenaba de nuevas esperanzas para un buen vivir y para alejar toda suerte de pellejerías que ya estaban sufriendo mis 4 hijos, entre 4 y 14 años.
La década de los '80 nos obligó a muchos a emigrar al extranjero, a Brasil y a otras gentiles tierras como Tanzania. Pero también, nos obligó a volver por el amor entrañable de los hijos que no se pueden abandonar ni por el más surrealista de los sueños del gran poeta criollo, cualquiera que este sea. Primero, los hijos.
El nuevo escenario era la Pampa del Tamarugal y sus salitreras, recostadas taimadamente en la Cordillera de la Costa, las que fueron siempre un horizonte tranquilo y gentil para nosotros los chilenos. Un refugio digno, donde restañar las heridas del abandono y el desamor. El sol abrasador no falla nunca, casi; y el frío de la mañana se tolera por la certeza que -poco a poco- su calorcito nos estimulará en el duro trabajo. Por eso, somos alegres los habitantes de la pampa. Estamos siempre en buena compañía con la soledad y el viento invencible del desierto. Sereno, siempre sereno, en su crepúsculo dorado y sus nubes sonrosadas y mimosas.
A este noble escenario me invitó Álvaro Hurtado por aquellos años '80. Pero no tan solo a mí, sino a un buen número de técnicos, geólogos e ingenieros vinculados a la minería, generando una revolución tecnológica silenciosa y humilde en la industria salitrera. Tal fue la creación del Departamento de Desarrollo Minero.
Sin embargo, antes de seguir con este relato de desiertos y minerías varias, ¿Qué sentido podría tener un recuerdo tan privado y personal con un blog que pretende siempre un interés público, como el presente de Cooperativa? Y ¿por qué lo hago aquí?
Porque Álvaro Hurtado es la historia de un visionario, de un innovador sencillo y anónimo, de los que abundan en la historia del salitre, todos olvidados por la grandilocuencia de la academia histórica de la pampa. Por lo tanto, como pretendo ser un relator gratuito, no autorizado de ciertas causas perdidas, me siento obligado a hacerlo, teniendo en vista que nadie lo ha hecho en el caso de este recordado amigo.
Para que el lector lo sepa, debo indicar que desde los primordios de la explotación salitrera, a mediados del siglo XIX, se empleaba para prospectar una zona con buena ley explotable de nitratos el método del mechero, quien era un jornalero experimentado, provisto de una mecha o cordón para detonar explosivos, lo mantenía encendido con fósforos, portándolo en la mano izquierda, mientras en la derecha iba recogiendo a puñados tierra de una área conocida de caliche, para verter sobre la mecha ardiente. La intensidad del chisporroteo así generado le permitía al mechero deducir la ley del sector de caliche que eventualmente se debía explotar, en una escala subjetiva del 1 al 10. Este primitivo sistema de prospección se mantuvo a lo menos durante un siglo, originando la perforación del área a excavar y acopiar el mineral para su transporte a la planta.
Álvaro, aislado en una pequeña oficina de María Elena, con sus ventanas de guillotina y su arquitectura Art Deco, preguntó a los ingenieros responsables donde podía conversar con los geólogos del yacimiento. Le respondieron con aquel tono burlesco que adoptan algunos sabios que abundan en las burocracias industriales: "¿Geólogos ¡Tai más hueón! Pa' que sepai esto no es Chuquicamata o El Teniente. Aquí el mineral está arriba. En partes, aflorado. Entonces, ¿para qué queremos geólogos?".
Álvaro Hurtado no se amilanó por este trato burlesco y pronto convenció a su jefe que era necesario prospectar el enorme yacimento de Pedro de Valdivia y María Elena mediante geología sistemática y -previa consulta- contrató por primera vez en la historia de las salitreras a un equipo de jóvenes ingenieros y algunos geólogos de Copiapó. Observó, asimismo, que como no había geólogos y se excavaban largos rajos alineados, habitualmente se enfrentaban afloramientos rocosos estériles de rocas andesíticas situados en el trazado de la línea topográfica del rajo, de suyo muy duras, las que igual se tronaban y demolían, para luego desecharse. Por cierto, gastos innecesarios por excavación y tronadura de estéril.
Entonces, la innovación debía consistir en clasificar los terrenos aptos por ley de mineral de nitrato, previo a cualquiera explotación del terreno salitrero. Para lo cual se propuso un nuevo método de exploración, mediante planos de fotografía aérea, los que se entregaban al equipo de geólogos, quienes en terreno y antes de la excavación, demarcaban la sobrecarga estéril y la roca basal. De este modo y previo a la explotación, de suyo muy onerosa, se tiene un diagnóstico económico y previo del yacimiento, mediante cubicación muy aproximada y siempre evitando el estéril.
Para estos efectos, Hurtado contrató vuelos fotogramétricos en todos los eventuales yacimientos de nitratos, de tortas de ripio y de los desmontes de baja ley. Con lo cual la empresa, que estaba confinada, ya languideciendo, a un pequeño distrito de las pampas de María Elena, Coya Sur y Pedro de Valdivia, tomó un fuerte impulso con nuevas plantas de yodo, subproducto de la explotación de nitrato, extendiéndose luego al bórax y posteriormente, al litio en el Salar de Atacama. Gracias a la innovación, ignorada por la burocracia pampina en forma secular.
Con gran visión y dada la importancia del agua en la producción, Hurtado y su equipo de Desarrollo Minero completaron, en base a información de Corfo , un catastro y plan de ensayos de bombeo en ambas provincias, de Tarapacá y Antofagasta, de todos los pozos de agua (donkeys) de ambas regiones, complementado con la perforación de nuevos y potentes pozos de agua en el cantón de Carmen Alto (oficinas Puelma , Chacabuco y Lastenia) para lixiviar mediante pilas a temperatura ambiente la mayoría de las tortas de ripio y los desmontes y desechos del sector, y obtener en la forma de yodatos los ricos fluidos que se enviaron en aljibes a las plantas de yodo de Ossa y Coya Sur.
Paralelamente, y demostrando audacia y eficaz administración en los recursos de personal y de otros medios de que disponía, Álvaro encargó la exploración de otros yacimientos no metálicos en la Región de Antofagasta, concretamente, salmueras de potasio, bórax, litio en el Salar de Atacama, en el Salar de Quisquiro y en el Salar de Ascotán, en la comuna fronteriza de Ollagüe. Transformando en alguna medida, una empresa local, menor, en una empresa regional.
Especial mención merece la capacidad de anticipación de Álvaro, cuando estando en conocimiento que el camino del paso de Jama para acceder al mineral de Quisquiro -propiedad de la empresa y situado a unos 5 km. de la frontera con Argentina- estaba cortado por un depósito de nieve-hielo de unos 7m de alto por 500 m de largo, en el sector de La Capana, me solicitó que subiera a Calama y contratara un bulldozer para supervisar la apertura de la huella intransitable, y averiguara si estaba minado dicho paso en el sector chileno, para garantizar la seguridad de las cuadrillas mineras de la eventual exploración del Salar de Quisquiro y el libre paso futuro de los viajeros chilenos y argentinos por dicho paso de Jama.
Me sorprendió mucho este requerimiento que me hizo Hurtado. Se lo dije, preguntándole qué teníamos que ver nosotros con la apertura del paso de Jama para Chile y Argentina. ¿No era acaso una cuestión relativa a la Dirección de Vialidad de Chile o Argentina? ¿No éramos nosotros acaso una empresa privada? Me respondió: "¿No te parece que el destino nos ha dado, a un muy bajo costo, la oportunidad de hacer patria y un poco de integración latinoamericana, tan cacareada por los juristas, de abrir un camino importante para incrementar la salida de productos de Argentina y el intercambio de turistas por el paso de Jama? Somos mineros. Los mineros debemos ser siempre solidarios.
"No importa que nadie nos reconozca estos trabajos. Objetivamente, habrá valido la pena para todos. No podemos esperar que solo el Estado resuelva los problemas de obras y comunicaciones entre pueblos vecinos. Es la sociedad civil que los resolvió desde siempre, incluso antes de la aparición del Estado".
Me dejó perplejo por la evidente racionalidad y profundidad de sus palabras. Una vez llegado al punto de alta cordillera, luego de despejar con bulldozer el sector de La Capana y notando el sector minado antes de salir de Chile, con mi camioneta marqué un by pass y le solicité al operador del dozer excavar dicho desvío hasta llegar casi a la línea de frontera chilena-argentina.
Álvaro Hurtado tal vez no era cristiano, pero era un alma noble y trabajadora. Para mí, un cabal hijo de Dios, dotado de una vista de águila. Por mi parte soy creyente, y creo que existe un cable misterioso, más duro y santo que el acero, que nos une hasta la eternidad con nuestros queridos deudos y esta gente especial, los que ven más allá que muchos de nosotros y logran construir un mundo digno entre la tierra y el mundo celestial pues han sido escogidos por el Creador para humanizarnos y acceder en silencio y sin pompa alguna, al lugar de los elegidos por el único redentor.
Para mí, Álvaro Hurtado en su sencillez y buen humor era uno de esos escogidos, los visionarios, sin los cuales el mundo sería más injusto, violento y miserable de lo que es.
Por lo tanto, rezaré en la Capilla de la Adoración Perpetua de la calle Suecia por este amigo, muerto en silencio y sorpresivamente, sin que lo supiéramos, como se llega la muerte "tan callando". Sin embargo y como canta el tercio del Ejército español, cuando muere un camarada: "la muerte no es final".
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