Hipercriticismo acrítico (o la crítica delirante)

El hipercriticismo acrítico es un síndrome que se ha ido posicionando como un rasgo característico en nuestra sociedad, hasta alcanzar un rango de hegemonía: nos encontramos inmersos de lleno en el cabal ejemplo de lo que es una paradoja. Basta con escuchar las noticias, y me refiero a su doble faceta de 1) contenido y 2) quienes las transmiten y comentan. Súmele a ello el efecto amplificador de las redes sociales y tenemos como resultado un panorama desolador, porque se ha generado un ambiente de desconfianza y crispación que a nada bueno puede conducir.

Dada la polisemia de los términos, explico qué entiendo por cada uno de ellos. Por hipercriticismo quiero decir que todo se critica, por una parte, y, por otra, que se hace de una forma generalizada, como si todo estuviera malo, pasando por alto lo de bueno que pudiese haber. A modo de ejemplo, que haya habido abusos e irregularidades en algunas fundaciones, no significa ni que todo en esas fundaciones sea malo ni que todas lo sean o que el sistema en sí sea malo, puesto que fue diseñado para un bien: para otorgar celeridad en el acceso de fondos, en especial en situaciones de emergencia. Si no existiesen estas instituciones, se criticaría la burocratización y la demora en la llegada de la ayuda.

Esta reacción es ya consecuencia del segundo término, acrítico. Es decir, sin discriminación. Discriminar tiene un sentido muy positivo, que se refiere a distinguir una cosa de otra. La crítica acrítica es aquella que se realiza sin considerar los contextos, los diversos niveles o grados, los matices. No es lo mismo un error que un engaño, una equivocación que una mentira. Es una crítica que no está basada en hechos verificables, sino en rumores, en emociones, en una cantidad de opiniones tendenciosas e infundadas; en una palabra, delirantes, las que para peor no se dicen, se vociferan una y otra vez hasta el cansancio.

La hipercrítica acrítica puede contribuir a dejar las cosas tal como están o, por el contrario, "a botar la guagua con la bañera", es decir, a eliminar lo bueno junto con lo malo.

Me parece delirante, por citar un caso, que se intente vincular al ministro Jackson con el robo de los computadores de su ministerio, y que esta idea esperpéntica sea insinuada con comentarios tendenciosos de una emisora radial con cobertura nacional, que se autocalifica como imparcial y objetiva. ¡Qué mal chiste! Más bien recuerda la manipulación noticiosa de los tiempos de la dictadura cívico-militar.

No es éste un llamado a dejar de criticar, lo cual es tremendamente necesario y de gran ayuda para construir una sociedad más humana, sino a recuperar la ecuanimidad, "a buscar argumentos, ponderar razones", a fomentar el "pensamiento crítico o analítico", como decía en una columna anterior (La libertad y el arte de pensar, de abril de 2023). Es una exhortación a tomar conciencia del espiral destructivo al que nos conduce este síndrome y hacer algo para remediarlo.

Deberíamos trabajar con ahínco en reconocer, fomentar y felicitar lo bueno, lo honesto, lo justo, para así poder construir confianzas y generar un ambiente social en el que prime la amistad cívica y el bien común.

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