Migrar no es fácil. Quienes deciden dejar su familia y su terruño pasan por tristezas que no imaginamos los que hemos vivido toda la vida en el mismo suelo. No toman este difícil camino por placer, sino como alternativa a un futuro oscuro y muchas veces de miseria.
Son hombres y mujeres que toman todo lo que tienen y emigran en busca de una oportunidad, solo equipados con su trabajo, su educación, sus ganas de aportar y la esperanza de un futuro mejor. Por respeto a sus sacrificios, antes de hablar sobre los inmigrantes y su situación debemos tratar de ponernos en sus zapatos.
La migración no es un hecho moderno. Chile ha recibido últimamente una gran cantidad de personas del extranjero, pero este flujo ha convivido con nosotros desde hace muchos años. Importantes comunidades han enriquecido nuestra cultura en diversos momentos de nuestra historia: peruanos, bolivianos, colombianos, palestinos, chinos, alemanes, coreanos, y un largo etcétera. Muchos han hecho familia y traído al mundo chilenos orgullosos de pertenecer tanto a la patria de sus padres y abuelos como a la que los vio crecer.
La inmensa mayoría de los inmigrantes son un aporte a Chile con su trabajo, su participación en la sociedad y sus costumbres, las que se complementan con las nuestras.
Por poner un ejemplo, el SII informó que en la tributación de la renta los inmigrantes aportan en promedio más impuestos que los chilenos. Y si bien hay quienes, por diversas razones, no siguen las reglas de nuestro país, estos son una ínfima parte de todos los extranjeros en Chile. Solo 2 de cada 100 inmigrantes han estado involucrados en algún tipo de delito, un porcentaje mucho menor que el de los chilenos.
Por esto, no se entiende que el gobierno ponga muros a la inmigración regular que proviene de un país como Haití. No es el país desde el cual vienen más migrantes ni aquel cuyos nacionales piden mayor cantidad de residencias definitivas, según datos de extranjería.
Puede ser que el gobierno haya tenido a la vista las condiciones en las cuales viven muchos de esos inmigrantes. Los reportajes relativos al hacinamiento, maltratos y abusos hacia los haitianos que hemos visto este último tiempo nos conmueven a todos. Dando el beneficio de la duda, quizás las autoridades de gobierno fueron movidas por la compasión al establecer este muro a la migración haitiana.
No obstante, es evidente que la solución no es separar las familias, ni cortar los proyectos migratorios de quienes buscan viajar al país. Mucho menos expulsar a personas que ya están en el aeropuerto, como se hizo en marzo. Esto último es desconocer completamente el drama humano del inmigrante y desechar sin remordimiento todos sus esfuerzos y esperanzas.
Si este gobierno desea hacer lo que no fue capaz el anterior, debe trabajar en una ley de migraciones con enfoque de derechos para los inmigrantes; una política nacional de incorporación a los extranjeros a la vida nacional; una enérgica persecución a quienes abusen de cualquier forma de ellos y capacitaciones para los funcionarios del Estado en el trato de los nuevos miembros de la sociedad.
Debemos trabajar todos juntos para poder tener una inmigración ordenada, funcional a los intereses de Chile, respetuosa de los derechos humanos y acorde con nuestra tradición de acoger al “amigo cuando es forastero”.
Una en la cual los extranjeros puedan encontrar oportunidades para sus familias y aportar en el desarrollo de nuestro país. Y para esto no hay atajos, soluciones parche ni salidas rápidas.
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