Lawrence E. Harrison, en 2001, tituló uno de sus libros "La Cultura Importa: cómo los valores moldean el progreso humano". Desde su encabezado nos plantea algo clave, no sólo para el desarrollo en términos amplios, sino que también para la definición de cómo las sociedades abordan aspectos tan claves y específicos como es la migración y movilidad humana.
Somos seres sociales, para subsistir y desarrollarnos construimos comunidades. Somos una especie frágil que requiere de éstas para enfrentar las permanentes amenazas y peligros, tanto propias de la convivencia, como eventos de la naturaleza. Nuestra fragilidad, durante esta pandemia, se ha mostrada ante una partícula a la cual le hemos llamado Covid, que se elimina con agua y con jabón, pero que ha causado la muerte de millones de personas en el mundo.
Esta fragilidad, muchas veces negada a partir de la soberbia que parece propia de la actual modernidad, suele estar acompañada de incertidumbre y, por ende, la búsqueda de certezas. De ver amenazas en vez de oportunidades. La migración es un ejemplo de aquello, un término que deberíamos reemplazar por movilidad humana, con el fin de poner en el centro lo fundamental, al ser humano, por sobre los aspectos políticos, administrativos, burocráticos y normativos con que suele asociarse el primer término.
Tememos a lo desconocido y con ello actuamos con resistencia y muchas veces rechazo ante quienes no conocemos. El nuevo vecino, el nuevo compañero de trabajo, a quién calificamos como diferente, o simplemente al que denominamos extranjero, pero que, en realidad, desde lo cultural suele ser ante quién es ajeno a lo que consideramos que no es propio.
Es preocupante entonces la situación actual, solo la punta del iceberg en cuanto a la reacción de un grupo de personas, y también quienes lideran desde las instituciones, frente a un fenómeno natural, tan natural y antiguo como nuestra presencia en el planeta: la movilidad humana.
La modernidad no puede llevarnos a perder humanidad, y eso es lo que está en juego cada vez que dejamos de ver personas, y colocamos etiquetas que solo construyen un personaje, al cual se le quita su condición como legítimo otro. El ser humano integral, especialmente aquel que busca en otras personas y comunidades aquello esencial y propio de nuestra especie, que nos ha llevado a progresar y subsistir a pesar de nuestra fragilidad. La capacidad de acoger, dar refugio, preocuparnos por el más débil y actuar de manera solidaria poniendo al servicio del más débil los atributos de nuestra comunidad.
Durante estas semanas han chocado dos mundos. Aquel que amenaza esta naturaleza a que me refiero, sin duda a sus representantes más visibles, con aquellos que comprenden la relevancia de acoger y refugiar al vulnerable y vulnerado, e incorporarlo a nuestra comunidad comprendiendo el valor de la vida, entregando protección y bienestar. Menos llamativos y visible que los primeros.
En un principio el debate fue totalmente monopolizado por el discurso burocrático, normativo y lejano a lo importante y urgente: una emergencia humanitaria. Esto sacó a la luz un enfoque cultural preocupante, no solo ausente de humanidad y compasión, sino donde se visibiliza un rechazo no solo a lo desconocido, sino también hacia la movilidad humana en América Latina y el Caribe, y por cierto que además sea pobre.
Esto también tiene componentes culturales y eso debe reconocerse, pero también abordarse desde el liderazgo político, social y de los actores que tienen la obligación de conducir estos procesos, pero también de cada uno de nosotros.
Por muchos años la pobreza en Chile fue enviada a las periferias. No se trataba solo de no mostrarla, sino también de marginarla físicamente. Eso no fue inocuo y debemos abordarlo y cambiarlo. Esto, en ciertos grupos, parece surgir con fuerza en esta catástrofe humanitaria, que seguirá acompañando a millones de personas en nuestro continente y donde no podemos estar pasivos tanto en el actuar dentro de nuestro territorio, como la urgencia por apalancar un trabajo multilateral inclusivo, proactivo, solidario y humanitario.
Hoy no estamos frente a una crisis migratoria donde el principal actor es la autoridad que ejerce control, que habla de ilegalidad, normativa y donde se evita abordar la integralidad de lo que en realidad es una emergencia humanitaria, que requiere una respuesta urgente y contundente.
Y verás como quieren en Chile...dice la canción... O el asilo contra la opresión, dice nuestro himno nacional. La duda que existe es si reescribiremos o reafirmaremos su contenido, si reconocemos nuestro origen, y por cierto si mostramos que hemos aprendido de nuestra historia reciente, valorando la acción humanitaria como algo central en nuestra forma de vida, u optamos por elegir el temor a lo desconocido, el rechazo a lo diferente.
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