Es una pregunta recurrente en las redes sociales y en conversaciones con amistades y familiares. ¿Qué vas a hacer cuando esta pandemia termine? Muchas esbozan la necesidad de estar con otros, de abrazarlos, de disfrutar de la compañía de muchos sin preocuparse de la distancia física, de encontrarse sin miedo. Algunos escriben acerca de viajar, sentirse libres de visitar otro lugar, perderse en una muchedumbre o simplemente volver a oler el mar y caminar. Cuando le pregunto a los vecinos de las comunas que recorro conversando acerca de las elecciones, no es difícil encontrar reacciones más concretas: Volver a trabajar.
A mí la pregunta me lleva a un lugar distinto. Desearía llevar las cenizas de mi madre al mausoleo de su familia fuera de Santiago, poder rendirle un memorial sin aforo, poder abrazar a toda su parentela aún viva, poder saludar a todas sus estudiantes agradecidas del apoyo que les brindó su profesora cuando eran liceanas en problemas. Mi madre no era de las que pensaba mucho acerca de su funeral, y en sus últimas semanas de vida quería que la dejaran ir. Quería morir porque su cuerpo ya no la acompañaba y apenas podía hablar o desplazarse. Sin embargo, siento la tremenda deuda de llevar las cenizas para que estén junto a la de sus padres, hermanos y hermanas, y también a las de su hijo que falleció a pocos días de nacer, mi hermano. A pesar de que a ella le importaba poco dónde sus cenizas terminaran, yo sí necesito hacer ese ritual.
Parece un deseo menor cuando pienso en las decenas de miles de familias que han perdido a sus seres queridos desde que comenzó la pandemia y que tuvieron que hacer funerales estrictos después de angustiosas separaciones para no contagiarse, ataúdes sellados, aforos pequeños y con el miedo de que el virus engendrara en todos aquellos que estuvieron en contacto con la persona fallecida.
Para seguir viviendo es necesario decir adiós a nuestros muertos con dignidad y solemnidad. Es parte de nuestra necesidad arcaica de renovar nuestros espíritus y nuestro compromiso con la vida el poder hacer honores a quienes partieron. La memoria necesita ritos colectivos, también la salud mental.
Es quizás por ello tan trágica la falta de verdad en el reporte diario de fallecidos que reportan las autoridades, donde se esconde sistemáticamente alrededor de un cuarto menos de los fallecidos. En esta última semana se reportan, por ejemplo, más 26 mil personas fallecidas aun cuando el número real sea sobre 34 mil. Además de las cifras y a falta de iniciativas de memoria desde la autoridad ya han germinado iniciativas que intentan memorizar esta tragedia. Proyecta Memoria y @COVID19CL, por ejemplo, han contribuido con eventos virtuales que intentan contar las historias y recordar a aquellos que se han ido, más allá de las cifras.
La memoria y la verdad acerca de aquellos que partieron es fundamental para continuar viviendo, una cuestión fundamental en la salud mental individual. Además, desde una perspectiva de salud pública, la verdad acerca de la cifra de fallecidos es central en internalizar la gravedad de este desastre pandémico. No hay dignidad en esconder las cifras de nuestros fallecidos. El necesario duelo que nos permite construir futuro requiere de la verdad, sabemos con certeza esto porque nuestro país aun no repara el interminable dolor de aquellos que tienen familiares desaparecidos.
Quizás cuando esta pandemia y sus restricciones terminen cada uno cumplirá con sus deseos actuales. De verdad espero que así sea, porque para muchos de nosotros lo primero será cumplir con la necesidad de dar vida a la memoria de aquellos que se fueron. Y hacerlo en comunidad, espero que participemos en ceremonias en la calle marchando y recordando a las personas que perdieron la vida en este período, para que por sobre todo nos sirva como una manera de comenzar a reparar los duelos pasados que el estado aún persiste en tratar de olvidar.
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