En la historia siempre ha habido culturas dominantes. Son los pueblos poderosos los que marcan con su impronta las formas de arte, de vida, las técnicas, las costumbres y hasta los valores de los pueblos más débiles.
Esto en nuestra época es evidente y en Chile, mas evidente todavía. Basta salir a la calle y ver cómo se alimenta y se viste nuestra gente, entrar a un mall, pasearse por una avenida llena de autos y vehículos de transporte, observar los edificios, mirar los letreros de publicidad redactados en inglés (Sale). Nada de eso ha sido inventado por nosotros.
De lo que se concluye que lo que consideramos espontáneamente “nuestro mundo” no es tan nuestro como tal vez desearíamos. Este fenómeno se da de un modo u otro en el mundo entero, y es lo que se ha llamado “la globalización”, pero en Chile esto ha adquirido un especial carácter que ha generado una situación anómala de desvalorización de lo propio y de sobrevaloración de lo ajeno.
Un ejemplo clarísimo de esto se da en el terreno de la música popular y si se lo quiere observar en toda su crudeza, en el Festival de Viña del Mar. En medio de la farándula desencadenada observamos todas las formas del deseo de hacer como hace el otro, formas que se han admirado desde la distancia, pero para las que no se ha tenido nunca billete de entrada: las alfombras rojas, los desfiles de “estrellas”, las premiaciones con “galvanos”, etc. Todo hecho como si estuviéramos en Hollywood (donde no estamos) pero sin la fastuosidad y la elegancia que caracteriza estos eventos en la metrópolis.
Y lo que evidencia el Festival de manera crítica es la incapacidad de asumir la creación propia con todos los que deberían ser sus derechos. En Chile la música propia no es muy valorada y tampoco puede decirse que efectivamente sea el espacio sonoro en que vive la gente, como ocurre en países en los que la difusión de lo nacional ocupa un lugar más equilibrado.
La globalización ha hecho que la música anglosajona haya copado espacios múltiples de la vida en el planeta y es sin contestación la mas escuchada y la mejor conocida. Es tal la amplitud de su influencia que se ha disimulado completamente su propio carácter nacional, y se la toma como si fuera simplemente la música del mundo, la música de todos, pasando por alto que es una música que como cualquier otra nace de tradiciones muy nacionales, que se canta en un idioma específico, que remite a técnicas y tradiciones muy propias del país que la produce.
Es esta música la que en Chile mas se difunde. ¿Ocurre esto en todos los países occidentales? De ninguna manera. Este es un fenómeno local. La mayoría de los países han encontrado formas de impedir que la música global cope todos los espacios.
A pesar de todas las medidas que se han intentado implementar en nuestro país, la difusión de la música en inglés sigue siendo abrumadoramente mayoritaria.
Se ha intentado explicar la falta de difusión de lo nacional afirmando que nuestra música no tiene la calidad de la música extranjera, cosa que solo en ciertos casos es cierta. Los grandes valores de la música nacional tampoco se difunden mayormente.
Si comparamos las ventas de discos o las cifras de difusión de Violeta Parra, por ejemplo, con las que exhibe un artista como Jamiroquai en nuestro país, veremos que a pesar de los homenajes y reconocimientos póstumos a nuestra artista la diferencia es descomunal a favor de este último. Y es que, aunque los discursos digan otra cosa, la realidad muestra que la identidad cultural de los chilenos no está puesta en la obra de la gran chillaneja, sino en la música global.
¿Es esto una tragedia? Aparentemente no. Así son las cosas desnudamente observadas y sin tapujos nacionalistas. Nuestro pueblo es más global que nacional. No le interesa mucho su propia cultura. Es lo que debemos concluir. Y si los artistas nacionales vienen dando una lucha por lo nacional desde hace muchos años, lamentablemente eso no ha generado cambios sustanciales.
Y es que se han buscado las soluciones sin asumir la razón de fondo de esto: no son las radios o la televisión o las instituciones estatales las instancias que pueden solucionar este problema. El asunto es mas grave: es el pueblo, es la gente la que simplemente está inmersa de buen grado en una cultura globalizada y no ve ninguna razón para salir de esa situación. Por eso lo que digo no es una queja, sino una mera constatación. Y tampoco la hago buscando soluciones porque cambiar la cultura de un país, que es algo espontáneo, me parece prácticamente imposible. Para bien o para mal, las cosas son así.
Para verlo, basta seguir cada año con ojo atento las vicisitudes del Festival de Viña. Y un consejo, no se le ocurra hacer una crítica a un artista anglo porque le van a disparar con todo. Es obvio, se trata de un atentado a la identidad.
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