El país no tiene tiempo para Plan B

Reza el dicho popular que tanto va el cántaro a la fuente hasta que al final se rompe.Entonces quizá valga la pena insistir, porque es ligeramente probable que se compadezcan de las ciudadanas y ciudadanos, aquellos que con impunidad y descaro insisten sobre sus actitudes y dichos, como si el país se redujera a un festival de farándula política o a una competencia de empate de titulares.

Pensar Chile con seriedad implica no jugar apuestas y ser capaces de concitar entre la ciudadanía apoyos a programas de gobierno que subviertan el orden establecido por los en apariencia inamovibles grupos de interés que han gobernado el país por décadas.

Entonces la enumeración de rigor y aquí lo del cántaro, si en un programa de gobierno no se dice con claridad educación pública gratuita para todos, reforma en el sistema de salud, reforma en el sistema de AFP, reforma tributaria, renacionalización de los recursos naturales, avanzar en la elección directa de los intendentes regionales, potenciar los presupuestos de las regiones de manera que administren más que el magro 10% actual.

Si no se habla claramente de cambiar el sistema binominal y reformar el mecanismo de quórum.

Si no se presenta un programa que transparente cuando las inversiones en determinadas materias, por ejemplo energía, son necesidad de conglomerados económicos o beneficio para el desarrollo del país.

Si no se establece una planificación contundente en términos de desarrollo de las regiones que permitan pensar que en un plazo razonable dejemos de ser un país unitario y macrocéfalo.

Éstas son apenas las líneas gruesas del extenso listado.

Por eso ya no sirven las declaraciones de intención generales en donde se nos promete “mejoras en la educación”, “descentralización efectiva”, “programas de mejoramiento de vivienda” y otros tantos eufemismos con los que pretendemos declarar que vamos a cambiar las cosas sin que en la práctica se cambie absolutamente nada.

En términos concretos esas vaguedades recuerdan a los festivales de anuncios. De hecho debiera estar prohibido que un anuncio constituya noticia.

Ante este estado de cosas cuando se repasan dichos y declaraciones preocupa especialmente que todas las esperanzas de transformaciones profundas estén cifradas en que la ex presidenta Bachelet asuma la candidatura presidencial.

Un ciudadano de a pie esperaría que los partidos políticos sean capaces de articularse para ofrecer una plataforma concreta de avance en las demandas sociales, que sean además capaces de concitar credibilidad, en sus estructuras partidarias, en las instituciones del Estado.

Reconstruir las confianzas, recuperar liderazgo no puede ser tarea de una sola persona. O quizá sí, si finalmente se produce el necesario recambio generacional y la constitución de nuevos equipos. Ver y escuchar a los mismos actores durante tantos años sólo conduce a cierto hartazgo y un inevitable escepticismo.

O quizá sí, si comprobamos de manera empírica que además de los rostros se renuevan las prácticas.

Pero para esto no podemos entregar un cheque en blanco en términos de fe pública.

Necesitamos, aún a riesgo de parecer inconvenientes o díscolos, hablar con claridad y franqueza.

Para virar el rumbo necesitamos de equipos que sostengan el timón en un mismo sentido.Y eso no depende solamente del capitán del barco.

Por eso preocupa ver líderes que apelan a la lógica de una sola figura y la conviertan en el Norte de su acción política, declarando que no hay plan B.

Los contenidos son más importantes que las tapas del libro. Personalizar la próxima elección presidencial es casi estar más concentrados en los afiches de campaña que en el tipo de país que se quiere construir.

Y no sé si estaremos por creer una vez más “que la alegría ya viene” para que la sonrisa termine en una mueca estampada en el rostro.

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