Los del sueño colectivo vamos por más
No es sorprendente que por estos días se intente desplazar algunas trincheras políticas.Sabíamos que eran tiempos propicios para quienes tienen dificultades para hablar con claridad de cara a la ciudadanía, en diálogo de iguales.
Llevan décadas hablando al interior de un grupo reducido y nosotros llevamos relativamente pocos años de hacer notar nuestra voz de manera colectiva y potente luego del retorno de la democracia. Cuando digo nosotros hablo de la calle, del pueblo, de movimientos sociales y políticos emergentes.
En este punto me detengo para reconocer el rol histórico de quienes no cejaron, a quienes se sostuvieron a pesar de la burla o la ignominia porque además, sostener sus posiciones los llevó a la soledad y al destierro democrático.Porque también se desaparece o destierra en democracia cuando desde el poder no se aceptan las diferencias, se abusa de las mayorías electorales y se exige, so pena de silenciamiento o invisibilidad, la obsecuencia absoluta.
Esta ha sido una práctica recurrente desde el advenimiento de la democracia.
Pero dicho esto quiero referirme a ciertos reclamos de enclaves intermedios que han practicado la militancia política desde la perspectiva electoral y que desde la derrota 2010 no tenían mayor presencia en los escenarios de las reivindicaciones nacionales hasta esta última elección.
Llama a la extrañeza que algunos se enseñoreen como propietarios en exclusividad de las ideas fuerza de un programa que no fueron capaces o no quisieron implementar cinco años atrás.
Si tal era la convicción porqué esperar la derrota, porqué esperar que los movimientos sociales instalaran los temas en las calles y generaran las condiciones para que un liderazgo valiente se hiciera cargo de esas grandes líneas y lo tradujera a un programa, en el marco de un Chile preparado para el gran salto.
Me parece una injusticia supina que unos pocos pretendan adueñarse de un sueño colectivo.
De un sueño que por sobre todo le pertenece a los excluidos, a los que sobran, a los que con legítimo derecho no quieren ser más carne de cañón electoral.
En la construcción de Chile que viene debemos estar todos, cada uno desde su rol, en igualdad de condiciones, sin mezquindades, sin pasar factura por cada basa electoral u organización que nos abre la puerta o podemos mostrar como afín.
Es tiempo de convicciones. Es tiempo de grandeza.
Eso respecto de los que amagan dentelladas de pasillo.
También vimos de los otros, los de antiguas fauces que mantienen un par de colmillos intactos y que hacen extrañas apariciones ostentando como referencia cargos de un pasado de poder al que le cuesta renunciar. Manifiestan extrañeza ante lo que denuncian como un cambio de trato, cierta sospecha de cambio de reglas, como si el trato y las reglas del que profitaron por años debiera mantenerse allí, inalterable, tanto para su eterno beneficio propio como para el de su élite.
El asombro y la verdadera pregunta es por qué cuando ya no tienen cargo ni representatividad alguna, salvo por aquella añosa memoria de un rol histórico que alguna vez ostentaron, se los sigue convocando al escenario de los medios nacionales de comunicación para comunicar apenas sus reales intenciones: defensas corporativas que buscan imponer intereses particulares por sobre el interés común del pueblo de Chile.
Si disculpan mi suspicacia, esas voces me recuerdan a las cercanas reacciones de las AFP, que ahora que ven amenazados sus intereses proponen enfáticos, desde cambios de ley hasta nuevas condiciones para sus afiliados con tal de sostener el sistema del cual han profitado y con el cual se han enriquecido a costa del bienestar de todos.
A los primeros, si logramos como país consolidar el cambio de ciclo, ojala no se pierdan en rayadas de cancha mezquinas. Cada uno desde su lugar tiene un rol fundamental para avanzar hacia ese Chile más inclusivo y justo.
A los segundos, ya jugaron, (para ponerlo en términos mundialistas) varios tiempos, fueron dueños de la cancha, la pelota y el arbitraje. Y los que apenas podíamos espiar desde afuera del estadio vamos por más.
Vamos por más ojalá sin chantajes, reconociendo la injusticia profunda que sostiene el orden de cosas que construyeron con nuestra omisión e indolencia.
Por último a nosotros, a los que hemos dejado hacer, ¿vamos a seguir de brazos cruzados mientras se nos va la vida en el grito de sálvese quien pueda?
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