En las manos equivocadas

El país se conmociona al saberse que un donante de órganos no pudo salvar vidas, tras su fallecimiento, por no contarse con los medios de transporte que permitieran llegar a tiempo a quienes los necesitaban. La falta de sensibilidad mostrada por el ministro de Salud agravó la falta cometida.

La reacción pública ha estado plenamente justificada. Varias vidas humanas estaban en juego. El Estado debió reaccionar, aunque se tratara de hacerlo en tiempo mínimo. Pero esto debiera hacernos preguntar si estamos aplicándo la misma norma a una empresa infractora como Essal en el caso de Osorno. La ineptitud demostrada, el riesgo humano involucrado y la tardanza en reaccionar llegan aquí a grados sublimes. 

El presidente de Essal nos cuenta la historia de lo mucho que ha realizado la empresa para solucionar un problema que ellos mismos han creado. Algo que nunca debió producirse. Nos dice lo muy eficiente que han sido al solucionar una crisis que es consecuencia directa de la negligencia de la empresa infractora. 

Luego se disculpa. Pero la disculpa aparece como un añadido de buena crianza. Lo que no calza en este guion, apta para todo espectador, es la idea es que el costo humano directo sea igual a cero. 

En el largo tiempo en que se vertió petróleo en el agua potable, tiene que haber existido un lapso donde los usuarios consumieron petróleo, todavía sin haberse percatado plenamente de estar haciéndolo. A menos que sus costumbres alimenticias sean verdaderamente extrañas, no debió sentarles nada de bien. ¡El petróleo se mezcló con el agua por horas sin que nadie se diera cuenta! 

¿Por qué los reportajes periodísticos no señalan nada de esto? Las perspectivas de análisis son muchas y cuando no hay riesgos se encuentran rápido. ¿A qué se le tiene tanto miedo colectivo?, ¿nadie se ha dado cuenta de este detalle? 

Algo marcha muy mal cuando se dice que, en Osorno, la gente “no confía” en consumir agua potable, a pesar que los responsables les aseguran que no hay nada que temer. ¡Qué cobarde manera de decirlo! Esto muestra la dificultad nacional para decir las cosas de frente. No se desconfía del agua sino de todos aquellos que tienen la responsabilidad de que el agua esté en condiciones de ser consumida. Y eso es mucha y muy poderosa gente. 

Lo peor de todo es que los temores son justificados. La declaración del operario que detonó la crisis de Essal es como para palidecer. En una empresa donde los ejecutivos ganan tanto, dejan la operación misma en manos de una sola persona en condiciones de trabajo lamentables. La razón de ser de esta empresa estaba librada a las más precarias condiciones. 

No merecen la confianza pública. No porque los ejecutivos sean responsables directos del error final que detonó la crisis. Son responsables de una cadena de precariedad consentida, negligentemente permitida, irresponsablemente generada.

No había control de la operación, los medios de seguridad para evitar el accidente eran nulos, las maquinarias empleadas tenían desperfectos.

Se puso en manos equivocadas un servicio vital para muchos. Hay que ponerle fin.

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