Incendios forestales, criminalizar o apagar

Por básico que resulte, el término Temporada de Incendios Forestales indica que los incendios ocurren y que se concentran en una época en particular. Este no es un dato menor cuando las autoridades parecieran centrar sus esfuerzos en hacer pensar que estamos ante algo inesperado, sorpresivo, y donde la información disponible impedía plantearse condiciones propicias para escenarios complejos como el actual.

¿Era posible anticipar una temporada como esta?Es la pregunta que debe responderse al momento de iniciar cualquier análisis sobre si se podía estar mejor preparados.

Varios años de sequía, cuestión que ya se veía aún más compleja al término del pasado invierno y que simplemente fue confirmado en diciembre por la Dirección Meteorológica de Chile que señaló a 2013 como el tercer año más seco desde 1866.

El hecho que en Chile la totalidad de los incendios son provocados por acción humana, ya sea intencional o accidental, e incluso los primeros incendios del mes de noviembre, ya eran antecedentes suficientes para proyectar una temporada compleja.

Experiencias pasadas, como los incendios de la temporada 2011-2012, que incluso costó la vida de 6 brigadistas, ya nos mostraba las debilidades del sistema para responder de manera oportuna, agresiva y logística apropiada ante incidentes que pudiesen escalar más allá de lo esperado, influidos entre otras cosas, por cuestiones meteorológicas que, siendo esperables, empeoran las condiciones del momento, exigiendo al máximo eficiencia y eficacia de la respuesta ante incendios forestales.

Sin embargo lo anterior, al escuchar a las autoridades pareciera que la Temporada 2013-2014 de Incendios Forestales nos sorprendió a pesar de los antecedentes existentes.

Superados por la emergencia surge entonces la búsqueda de un culpable, criminalizándola, mientras se incrementan las hectáreas devastadas por el fuego, amenazando y/o afectando la vida, los bienes y recursos naturales.

Sin embargo ante la verdad oficial, solemos olvidar que por accidente o intención, el incendio forestal una vez iniciado por una persona, comienza su propagación y con ello el escalamiento de la emergencia. La detección precoz y respuesta adecuada, con el objeto de detener el incendio en su fase inicial, disminuyendo el daño, resulta vital. Por lo cual ante situaciones esperables, es fundamental diferenciar origen y causa, de aquellas que son variables que se relacionan con su propagación, escalamiento, y labores de supresión.

Una forma simple de hacerlo es comprender que ante un hecho como un incendio son las policías, los fiscales y tribunales los responsables de llevar el proceso respectivo, desde la investigación hasta una eventual sanción. Cabe recordar que fue el Ministerio Público el que informó que durante 2013, 9 de cada 10 investigaciones quedaron sin condenas, y esta cifra refleja con claridad las bajas expectativas que podemos establecer en este tipo de investigaciones por sus complejidades.

Por otra parte, está la propagación del fuego desde el momento de ignición. Es aquí donde sí existe mayores posibilidades de manejo, pero ello está directamente relacionado con las capacidades de gestión de las fases de mitigación-prevención, preparación, respuesta, y recuperación. Es decir el antes, durante y después.

En este sentido, en gestión de emergencias suele decirse que desde lo táctico, estos incidentes son eminentemente logísticos, y por ello el recurso humano disponible, preparado y equipado resulta fundamental en lo cuantitativo como cualitativo; lo mismo ocurre con las capacidades aéreas para el combate, todo lo cual es algo que debe estar debidamente establecido y previsto de acuerdo a las condiciones esperables y escenarios proyectados. Algo en lo cual claramente ha primado la reactividad y falta de anticipación.

CONAF se ha quedado en el tiempo, teniendo recursos similares a los que se usaban en la década de los 90, helicópteros y aviones Dromader, casi en su totalidad arrendados, con baja capacidad de combate ante incendios de rápido avance ( 2 mil a tres mil litros por descarga).

Con un recurso humano de gran nivel, experiencia en combate de incendios y que requiere ser debidamente reconocido y apoyado, la falta de disponibilidad de recursos para ataque directo de mayor capacidad como aviones especializados o incluso adaptados como se hace en países como Estados Unidos desde la década de los 70 (por ej. capacidades desde 6 mil hasta 11 mil litros por descarga), ha hecho que, lo que inicialmente era una brecha asociada al desarrollo económico de nuestro país, hoy se establezca más bien en el ámbito del liderazgo, autoridad y con ello voluntad y decisión por dotar a nuestro sistema de una modernización urgente y necesaria, que sólo se posterga más con la construcción de explicaciones del nivel político, que análisis que lleven al aprendizaje y mejoramiento del sistema de emergencias, en este caso forestales.

Más muertes por Hanta en el verano, inundaciones en el invierno, son sólo algunas de las tantas consecuencias, también anticipables, de esta mala gestión que una vez más nos lleva a ver la fragilidad de nuestro sistema frente a emergencias de envergadura, y que pareciera que las administraciones se niegan a asumir, prefiriendo sumar a la comunidad en su incesante búsqueda de un culpable, en vez de centrarse en el aprendizaje, abordar los cambios, y en definitiva, prepararnos mejor para apagar los incendios, en una temporada que recién comienza.

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