La solidaridad y el corazón de la centro derecha

Este sábado los dirigentes de Renovación Nacional proclamamos en forma abrumadora a Sebastián Piñera como nuestro abanderado presidencial. Eso, que ya sería suficiente motivo para estar contentos, la esperanza de poder superar al mal gobierno que nos ha dado la izquierda, vino aparejada de una segunda buena noticia.

Dentro de las ideas programáticas que Renovación Nacional entregó al Presidente Piñera en el acto de su proclamación, y que él ya acogió, se agregan a los tres principios básicos que correctamente él venía blandiendo, los de la libertad, la justicia y el progreso, un cuarto: la solidaridad.

A mi entender la solidaridad no solo es parte del corazón de la centroderecha, sino parte del alma de Chile, salvo de aquellos minoritarios que creen que el Estado debe hacerlo todo.

¿Se ha preguntado Ud. por qué la izquierda criticó tanto la llegada del Super Tanker para apagar los incendios? ¿O por qué cuestionan tanto a la Teletón? ¿O por qué preferirían estatizar al Hogar de Cristo, a Techos para Chile, a la Fundación López Pérez o a tantas iniciativas privadas que resuelven necesidades públicas?

¿Por qué les es incómodo ver cómo en Pumanque, asolada por el incendio más devastador de los últimos años, la reconstrucción se produce hoy en forma eficiente de la mano de los privados más que del Estado? ¿Por qué quisieran ellos incluso estatizar a los bomberos?

Para la visión estatista de izquierda, para la cual únicamente es el Estado el llamado a resolver los problemas sociales, es inaceptable que lo hagamos la sociedad o los particulares. Claro, tener un Estado grande aumenta su tamaño, al punto de transformarlo en una eficiente red de empleos y contactos. La izquierda no predica ni practica la solidaridad porque este es un concepto inherente a la centro-derecha.

Nosotros, en cambio, sabemos que la sociedad solidaria puede lograr grandes empresas y es la respuesta al Estado de Bienestar que propone la izquierda, cuya crisis resulta evidente ante la creciente demanda social de servicios asistenciales. Es cosa de ver a los miles de frustrados por la “gratuidad” en educación que nunca llegó.

Debemos hacer un mea culpa: por años, erradamente, entendimos que la solidaridad era un concepto más propio de la izquierda que de la derecha, porque pensábamos que se contraponía al discurso de esfuerzo individual y de mérito individual. Y precisamente es el trabajo en común lo que constituye aquello nos protege de quedar abandonados a nuestra suerte cuando llega la adversidad.

El individualismo excesivo es una mala visión de la libertad, porque reduce lo público dejando a la persona sola frente al Estado, produciendo así un vacío social y político que beneficia a la visión estatista de la izquierda porque lo termina llenando la burocracia estatista.

El individualismo engendra, según Tocqueville, una tipología humana débil, caracterizada por criar seres moderados pero sin virtud ni coraje y una tranquilidad pública que da pie al desinterés por todo lo político y el abono de la tiranía inevitable engendrada por ese egoísmo.

Por lo mismo la izquierda menosprecia los frutos obtenidos por el emprendimiento social solidario arguyendo que se producen por “lástima” o por “caridad”, pues ocupan un espacio que el Estado debería cubrir con alzas de impuestos.

Y es ahí donde se equivocan: el rol del Estado en materia social no es cubrirlo todo, sino promover y colaborar para que la sociedad,  que la izquierda confunde con el Estado, pero que no es igual, pueda cumplir con su rol solidario.

Hablar de solidaridad importa reconocer el rol político de la sociedad civil en sus diversas expresiones. E implica, además, atribuir al Estado un rol activo en la promoción de la asociatividad, en la debida regulación de la actividad privada y en el incentivo de un desarrollo al servicio de la justicia social.

Donde la mano invisible del Mercado no llega, bienvenida sea la mano solidaria de la sociedad, y donde aquella no pueda o no quiera llegar, opera la mano subsidiaria del Estado. Ese es el relato de siempre de la centro derecha: que los problemas públicos no son sólo problemas estatales sino de la sociedad.

Todo esto abre un campo enorme al relato programático de la centroderecha chilena.Hablar de solidaridad permite, por ejemplo, discutir sobre temáticas desde la sociedad organizada sin tener que pensar en el Estado de Bienestar de izquierda.

Así, por ejemplo, podemos abordar la problemática de las regiones como parte de una agenda comprometida de descentralización, sobre el aporte de los más jóvenes  para construir sistemas de seguridad social que permitan apoyar a los más ancianos y generar aportes sustentables para las generaciones futuras.

Podremos hablar de salud y entender que las ISAPRE deben tender a una estructura en la que los más sanos aporten solidariamente a los más vulnerables. Las metas solidarias parecen mejor y más realista opción que la inagotable existencia de derechos sociales.

El crecimiento solidario parece más acorde con la comunidad y el medio ambiente que el estatismo. El fin, el Estado solidario como concepto es una mucho mejor alternativa que el Estado de bienestar,

El acierto de volver la mirada hacia el corazón de los valores de la centroderecha,como la solidaridad, consiste en que al fundar el discurso político, el eje no está solo puesto en  las planillas de números, del crecimiento y de las cifras auspiciosas, sino en preocuparemos más de los valores políticos y de las ideas, cuya ausencia fue uno de los flancos débiles de la primera experiencia del primer gobierno de la derecha en el siglo XXI.

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