“NO”: la película y la historia

La película de Pablo Larraín sobre el plebiscito de 1988 es un intento por contar la gran historia (la batalla por recuperar la democracia) a través de la pequeña historia (la elaboración de la franja televisiva de la campaña del NO). No era sencillo hacerlo. Es sabido que el mejor guion puede frustrarse si no consigue articular coherentemente la forma y el fondo. Los creadores de esta cinta esquivaron ese riesgo y construyeron una narración convincente y emotiva.

Sería un error, por supuesto, juzgar la película como si fuera una crónica histórica o un documental sobre la última etapa de la dictadura. No puede tomarse al pie de la letra.

Se trata de una ficción, que se apoya en material fílmico de la época, pero en cuya elaboración el director y el guionista ejercieron su derecho a recrear los acontecimientos, escogiendo determinados elementos y descartando otros.

Es inevitable que quienes estuvimos sentimentalmente comprometidos con la campaña del NO veamos la película bajo el influjo de la nostalgia. Seguramente esto nos lleva a ser indulgentes con sus defectos.

Han pasado 24 años, y es comprensible que los jóvenes vean a Pinochet como prehistoria y sientan que la vida en libertad es lo más normal del mundo. Gracias a la película, tendrán una idea aproximada de lo que significó derrotar electoralmente a una dictadura que entonces parecía invencible.

En boca de algunos personajes de la cinta escuchamos las dudas que existían entre los opositores respecto de participar o no en el plebiscito. El recuerdo de la farsa de 1980 influía razonablemente en las aprensiones de mucha gente.

¿Cómo aceptó Pinochet un plebiscito que podía perder? ¿Cómo se creo un escenario que hizo posible el triunfo opositor? Hubo una confluencia de varios factores.

El plebiscito fue concebido por el régimen en un contexto triunfalista, cuando Pinochet no imaginaba que, en la coyuntura de 1988, se iba a crear un frente tan amplio en su contra.Los comandantes en jefe de las FF.AA. se vieron obligados a proclamarlo como candidato, pero sabían que esta vez, a diferencia de 1980, no podían prestarse para validar un proceso fraudulento, porque el mundo observaba lo que ocurría en Chile y, si la estafa se consumaba, las instituciones armadas iban a quedar irremediablemente enlodadas.

Lo que la película recrea es la fase final de una larga lucha. Al respecto, hay que decir que la franja televisiva, que fue muy gravitante, no habría tenido mayor trascendencia si antes no hubiera habido un esfuerzo exitoso por inscribir a 7 millones de electores y por asegurar una votación limpia, con un tribunal calificador de elecciones que diera garantías y con apoderados del NO en todas las mesas de votación.

Tiene mucha razón Genaro Arriagada, que fue secretario ejecutivo del Comando del NO, al explicar el valor específico de la franja de TV: “Es la culminación de un proceso comunicacional que empieza muchos años antes y que se enmarca dentro de esa idea de que lo que le ofrecíamos al país era reconciliación, democracia, una convivencia más alegre, seguridad, no violencia. En un momento de mucha tensión, también le da a la gente la idea de que tiene que ir a votar, porque somos más, porque somos gente en la que se puede confiar…” (La Segunda, 10 de agosto de 2012).

A esas alturas, las fuerzas antidictatoriales habían conquistado significativos espacios de libertad. Pese a las restricciones de la censura, los diarios La Época y Fortín Mapocho jugaban un papel relevante en la batalla informativa.Las revistas Análisis, Cauce, Apsi, Pluma y Pincel y otras habían ganado muchos lectores. Las radios Cooperativa y Chilena hacían un inmenso aporte a la extensión de la cultura de la libertad.

La campaña del NO se desplegó sobre el terreno abonado por las protestas nacionales, la revitalización de los sindicatos y las organizaciones estudiantiles, la acción semilegal de los partidos, la multifacética actividad cultural y, en primerísimo lugar, la epopeya del movimiento nacional en defensa de los derechos humanos.

Las fuerzas opositoras transitaron por un camino que implicaba legitimar la Constitución, pero que era probablemente la única alternativa en las circunstancias de entonces, pues permitía hacer participar a la mayoría del país y capitalizaba las diferencias en el seno del régimen. Hay que anotar, además, que la campaña se desarrolló luego de la dura derrota de quienes creyeron que era posible abatir a la dictadura mediante la lucha armada.

El reto fue crear condiciones para que la mayoría de la población sintiera que era posible impulsar una forma de acción cívica que no representaba un riesgo excesivo y podía convertirse en el punto de partida de la reconstrucción democrática.

Decenas de miles de personas fueron perdiendo el miedo durante la campaña, adquirieron confianza en sus propias fuerzas, se integraron a los comités de barrio, lucieron en la calle las chapitas del NO. Y esa gente actuó de una manera desconcertante para el régimen: “sin odio, sin violencia”, como decía Patricio Bañados cada noche en la franja de TV.

La película incluye escenas en las que el dictador aparece en toda su vulgaridad. Lo vemos vestido de civil, sonriente, politiquero. Un zafio con poder. Se trata de un personaje que no tiene parangón en la historia de Chile en cuanto a la falta de escrúpulos.Esperemos que sientan algo de vergüenza quienes colaboraron con él hasta el último día de su régimen.

¿Es posible aprender de la historia? No perdamos la esperanza. Lo primero es impedir a toda costa que surja una nueva tiranía en nuestro país.

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