¿Por qué hay encapuchados?

En relación al fracasado intento del Gobierno por sofisticar la represión policial a través de la llamada “Ley de los encapuchados" llama la atención la ceguera existente entre los políticos acerca de las verdaderas causas de este tipo de protesta violenta, que, por cierto, no se debe a que la policía no disponga de medios represivos suficientes, ni a que la justicia le falten instrumentos legales para combatirla.

Desde el poder siempre se ha pensado que el único medio para terminar con la violencia social es la violencia misma. Las políticas frente a la delincuencia siempre han consistido en aumentar el número de carabineros, endurecer las penas, perseguir, encarcelar, disuadir a través del peso del código penal y de la represión.

La historia ha demostrado que estas medidas no son verdaderamente eficientes y que solo neutralizan en forma muy mitigada a los antisociales. Y es que detrás de ellas hay una idea equivocada de lo que pueden ser estos fenómenos

¿Qué son los encapuchados?¿Qué motivaciones tienen para actuar de esa manera?Esas son las preguntas que deberíamos responder.

No cabe duda de que por más que sean precarias las ideas que puedan sostener sus acciones vandálicas, detrás de ellas hay un propósito político. Se trata de una especie de anarquismo, de acción al margen de las instituciones y contraria a ellas que busca destruir un mundo con el que no se está en absoluto de acuerdo.

No hay nada en ellos de constructivo, solo quieren expresar una protesta universal, que no se detiene ni siquiera en aquellas agrupaciones sociales que podrían estar por defender sus derechos.

Los encapuchados no creen en nada, ni en nadie: especialmente no creen en partidos, ni de derecha ni de izquierda y en general utilizan un lenguaje agresivo y moralista en contra de todo lo que se les opone. Se aprovechan de toda manifestación pública, sin importarles su objetivo, para desencadenar su furia al abrigo de los movimientos masivos.

Puede ser el final de un partido de la selección, una manifestación estudiantil, una romería al monumento de Allende, una huelga sindical, o una manifestación por los derechos humanos.Todo es válido y en cualquier cuadro llevan adelante su acción destructiva.

Están en contra del Estado y de sus instituciones, en particular de aquellas que hacen uso de la violencia (policías, carabineros, militares, etc.), buscan mostrar su repudio a todas las expresiones del orden social y no tienen mayores consideraciones en destruir paraderos del Transantiago, negocios particulares, oficinas bancarias, casas particulares y hasta quioscos de diarios. Son la fuerza violenta de los indignados, la parte desencantada de los movimientos utopistas, la potencia corrosiva de la desilusión sin esperanza.

A diferencia de los delincuentes, que se ocultan y actúan en las sombras, los encapuchados quieren que sus acciones se muestren a la luz pública, desean que sus actos aparezcan fotografiados en los diarios, que sean comentados en la televisión y en las radios, aunque despierten repudio general.

Y esto es así porque su intención no tiene objetivos de poder: no buscan ganar influencia para llegar al gobierno o para allegar militantes a su causa. Solo quieren que se sepa que repudian el orden social actual y que no aceptan ningún tipo de transacción con el. ¿De dónde proviene una actitud como ésta?

Si consideramos que una sociedad sana es aquella que funda sus instituciones en consensos, en principios básicos de convivencia aceptados por la inmensa mayoría de sus integrantes - situación que posibilita la paz social - no cabe duda de que si existen este tipo de fenómenos anómalos en la nuestra, es porque el factor de unidad nacional está dañado.

Y esto sigue ocurriendo porque los desencantos que generó la dictadura militar en Chile y los gobiernos que la han sucedido, aún siguen todavía dañando nuestra convivencia.Si hacemos el recuento de las instituciones de nuestro país, observamos que buena parte de ellas tiene poca credibilidad entre los ciudadanos.

Las causas de ello son poderosas, porque después de haber sido cómplices de una dictadura criminal, no ha habido de parte de ellas una auténtica autocrítica que permita restituir las confianzas.

Por otra parte, la Realpolitik ha hecho estragos en los principios que sustentan el quehacer de los partidos políticos, y los cambios que se han prometido han tardado más de la cuenta en llegar. El sistema económico que lo ha transformado todo en un negocio ha derivado en un “sálvese quien pueda” en el que impera la ley de la selva.Los abusos provocados por la codicia han hecho también su parte.

Y la guinda de la torta: los medios, en sus shows de noticias, han privilegiado las denuncias escandalosas que dan rating, a la información cuidadosa y documentada.En este cuadro, se han corroído las bases mismas de nuestra convivencia y los valores sociales andan por el suelo.

Por eso, hay un sector de nuestra sociedad que ha caído en el completo desaliento: no espera nada de las autoridades y tampoco tiene confianza en que sus aspiraciones puedan abrirse paso en este mundo que los excluye. Solo les queda manifestar su rabia, encapucharse y ponerse a destruir todo lo que encuentran a su paso. Son parias asumidos como tales, sin complejos, y de buena gana harían explotar este mundo que no les permite integrarse.

En este cuadro, en lugar de intentar inútilmente solucionar el problema con leyes represivas, deberían buscarse los consensos necesarios para construir una sociedad más inclusiva, más justa, más serena, más solidaria y más unida.

Y sobre todo, deberían reconstruirse las instituciones afectadas sobre fundamentos creíbles y sostenidos en la voluntad de todos los ciudadanos. Es la única manera eficaz de combatir a los encapuchados.

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