En los últimos días han surgido distintas voces respecto a cuestionar aquella democracia que deja sujeta a la decisión plebiscitaria grandes decisiones. El ejemplo del Brexit en Reino Unido, y recientemente lo ocurrido en Colombia, ha estimulado estas opiniones. En ambos casos, debido a la alta abstención, han sido mayorías exiguas las que han determinado hechos políticos relevantes para sus países.
En este contexto, es inevitable recordar la épica vivida en Chile el domingo 5 de octubre de 1988, cuando después de años de articulación de la resistencia democrática, lucha y movilización social, con un alto costo en vidas, llegamos casi la totalidad del padrón electoral, más de 7 millones de personas, a votar si queríamos que la dictadura continuara, o queríamos que la dictadura terminara. El resultado fue que un 53,36%, más de 3 millones novecientas mil personas del total de votos escrutados votó por la opción “No” a la continuidad de Pinochet.
Años después, con tres gobiernos elegidos democráticamente, y ante la predominante presencia del marketing, y los altos costos de pagar a “voluntarios” para hacer las campañas de los candidatos, en definitiva, con la alta influencia del dinero en las campañas electorales, un experto en estas lides, me preguntó, ¿sabes cuál ha sido la campaña más barata y exitosa a la vez? No, le dije. Pues la campaña del “No” para el plebiscito de 1988.
Movilizó a millones a votar, miles de voluntarios de manera gratuita fueron los voceros del significado de votar por el No. En cada calle, cada lugar de estudio, de trabajo, en cada barrio. Los elementos de propaganda fueron surgiendo de manera espontánea en cada ámbito de la sociedad que se movilizaba tras esta épica de conquistar la libertad, la democracia y terminar con la dictadura. Y todo esto con el miedo como contexto diario.
Cierto, son tiempos distintos, ha pasado mucha agua bajo el puente. Sin embargo, lo extraño es que algunas de las demandas de entonces, de esa construcción épica global, como lo fue una educación pública, gratuita y de calidad; como también pensiones dignas, o leyes laborales que defiendan a los trabajadores y finalmente una nueva Constitución, irrumpieron en el escenario. Desde la llamada revolución pingüina hasta el día de hoy, cuando más de un millón de chilenos ha marchado pidiendo que se terminen las AFP.
¿Son las formas, o los procedimientos para resolver nuestras controversias como sociedad los que, entonces, están en crisis? ¿Es la democracia representativa la única forma valedera que tenemos para encontrar soluciones a nuestras diferencias como sociedad?
Me atrevo decir que no. Creo que el problema es mucho más de fondo que un procedimiento. Tiene que ver con interpretar y hacer eco del signo de los tiempos. Con recuperar el sentido noble de la acción política. Es cierto, liderar con convicción procesos políticos y sociales significa señalar un rumbo, un objetivo; pero escuchando al pueblo, y no tratándolo como si la soberanía fuera solo un concepto vacío.
Lo vivido en Reino Unido, y en Colombia, algo nos señala. No creo que porque haya ganado el “No” en Colombia, ese país quiera la guerra y no la paz.
Por ello, 28 años después del triunfo del “No”, el desafío para todos los actores políticos, pero sobre todo para quienes tienen la convicción de que Chile necesita de una profundización de su democracia, se requiere que la acción política recupere el sentido común y vuelva a ser vista como el espacio de representación genuino de las personas.
Hace 28 años nos movía una genuina y honesta vocación de cambio. Muchos no dormimos la noche anterior, y amaneciendo nos dirigimos a los lugares acordados. Enlaces, encargados de recinto, apoderados de mesa, los que llevaron las colaciones, los de las centrales de cómputos paralelos.
Que tenga sentido el sacrificio de quienes años antes sembraron con sus vidas ese día de tremenda alegría para la patria entera es el desafío permanente.
Que la política vuelva a tener sentido es el desafío urgente.
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