Comunidad: vivir en paz y respetar los derechos humanos

El año 2009, junto a amigos de las comunicaciones, realizamos un documental de homenaje a Pepe Aldunate y el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo. Convocamos a algunos de sus integrantes y al propio Pepe a una esquina del centro de Santiago, que para el grupo había sido simbólica en su lucha no violenta contra la dictadura. Calle Zenteno esquina Alameda Libertador Bernardo O'Higgins, frente al edificio de la Comandancia en Jefe del Ejército.

En esa esquina, el año 1986, cientos de integrantes del movimiento, con sus rostros pintados a la usanza del camuflaje militar, se convocaron apuntando con sus dedos y leyendo letanías en lo que ese año había sido una fuerte represión de los militares a diversas manifestaciones de protesta antidictatorial. El mismo año que una patrulla del Ejército quemó vivos a Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas.

Cuando estábamos grabando, la periodista Teresa Salinas le hace la siguiente pregunta a Pepe: Si hoy, el año 2009, el movimiento tuviera que manifestarse en el frontis de algún lugar de dolor, lugar de muerte. ¿Qué lugar tendría que ser ese?. Sin pensarlo, Aldunate respondió: Las casas de los narcotraficantes. Ahí deberíamos manifestarnos, denunciando la cultura de muerte que la droga y los narcos significan.

No debe haber una doble lectura respecto a la gravedad de la situación de la seguridad en Chile. En forma y fondo, la delincuencia, la criminalidad, ha llegado a niveles que hace 10 años no imaginamos vivir. Y aquí estamos, con un debate público que no es una constante, sólo toma cuerpo cuando hay algún hecho grave. Como lo ha sido el incremento en las tasas de homicidio en la capital, los asaltos estilo Hollywood como los del aeropuerto de Santiago y la muerte de carabineros a manos del crimen organizado.

En este contexto se ha llevado a cabo el debate en el Parlamento con la finalidad de legislar iniciativas para enfrentar el delito y todas sus derivaciones. Como era de esperar, este debate ha ganado eco en las redes sociales y en quizás uno de los espacios más apetecidos por el mundo político que son los matinales de los canales de televisión abierta.

Sin embargo, en todo este debate, se nota una ausencia evidente, y es la invitación a construir comunidad. Los líderes de opinión, sean estos del ámbito político o no, enfatizan los conceptos de control y las necesarias medidas punitivas, que está muy bien, pero respecto a la prevención y dentro de ella, la promoción de la comunidad como espacio de creación de una cultura de la paz en nuestros barrios, poco o nada.

La historia nos demuestra que ha sido la comunidad organizada la principal fuerza movilizadora tras propósitos comunes, propósitos nobles y que han contribuido a una vida mejor para nuestro pueblo. En un país habituado a fenómenos climáticos extremos, que ha vivido situaciones de conflictividad social y política, ha sido la comunidad organizada la que ha logrado enfrentar las consecuencias negativas de estas situaciones, colocando siempre la organización de las personas, el interés común por sobre el interés individual y por sobre todo la perseverancia en construir unidos.

Fue así por ejemplo en los tiempos de dictadura. Los Comités de Derechos Humanos, los Comprando Juntos, las iniciativas en cooperativas, las comunidades cristianas de base, por nombrar algunas experiencias, eran espacios de confianza comunitaria, confianza social, donde la participación, la colaboración y el construir objetivos y propósitos comunes, contribuyeron a realidades que dotaron de dignidad, paz y respeto entre los que conformaban estas comunidades.

Sin embargo, el individualismo imperante, fruto de un modelo de desarrollo que enfatiza la competencia sin control, la posibilidad de tener más que de ser, sigue siendo el mejor aliado de uno de los mayores flagelos que vivimos como humanidad. El narcotráfico y la delincuencia.

Ciudad de México, Marsella, El Salvador, Santiago son algunas de las ciudades donde se hace evidente el impacto de esta realidad. Para ello, no basta con más cárceles, más armamentos modernos para las policías, o más rejas para las calles y pasajes de nuestras comunidades. No basta con exigir sólo a las autoridades de turno. Tiene que ver, además, con cómo cada una, cada uno de nosotros contribuye a salir de nuestros encierros, que nos dan una falsa seguridad, y con mis vecinos, mis compañeros de trabajo me organizo para recuperar nuestras calles, plazas y barrios.

La palabra "comunidad" viene del latín communitas y significa "cualidad de común, conjunto de personas que viven juntos, que tienen los mismos intereses o que viven bajo las mismas reglas"

De esto se trata de poder concordar entre todas y todos cómo queremos vivir, y no seguir con quien coloca el muro o la reja más alta de su hogar o quien tiene más alarmas. La seguridad a la que aspiremos tiene que estar basada en la posibilidad que nuestras niñas y niños puedan jugar sin ningún riesgo en las veredas de sus casas, en las plazas cercanas, que no sea la política del "gran hermano" llenos de cámaras de televigilancia lo que nos de tranquilidad, sino que sea el saber que mi vecino, mi vecina cuenta conmigo y yo cuento con ellos para vivir en un mismo espacio, en un mismo sector.
En definitiva, volver a aprender a vivir en comunidad. Vivir en comunidad es además la otra forma de decir: vivir en paz y respetar los derechos humanos.

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