Hace unos días vi un video corto que elogiaba a un perro que no se atrevía a entrar de un patio a la casa por una puerta de vidrio corrediza que estaba abierta, porque antes había chocado con ella cuando estaba cerrada. Y la malhadada moraleja era que ojalá los seres humanos aprendiésemos de ese "sabio" comportamiento; quizá queriendo decir que, para utilizar un refrán, no volviésemos a tropezar con la misma piedra.
Este pretendido monumento a la sabiduría es, en realidad, todo lo contrario: Un ejemplo de torpeza. Porque lo que se evidencia es que el protagonista perruno de esta historia no es capaz de distinguir cuando la puerta está abierta y cuando cerrada (y quizá quien la posteó tampoco), actuando como si siempre estuviese cerrada. Si nosotros, seres humanos, debido a una mala (o buena) experiencia actuamos siempre de la misma forma, sin considerar las circunstancias, estamos dando muestras de ceguera, de la más pura estulticia, de que cuando la sabiduría nos ha perseguido siempre hemos sido más rápidos que ella (forma elegante de decir "imbécil"). Es por esto por lo que en derecho se habla de circunstancias agravantes y atenuantes.
En la misma línea se ubica la extendida condena del vilipendiado "sentimiento de culpa", concebido -ilusamente- como una invención del pensamiento judeo-cristiano. Si fuera así, no se encontraría presente en culturas no-cristianas. Es cierto que la exacerbación de este sentimiento constituye una patología, y que en esta situación extrema las iglesias han colaborado en mayor o menor medida, pero este sentimiento radica en el mismo ser humano en cuanto tal, una de cuyas notas características esenciales es la responsabilidad.
La responsabilidad es la capacidad que tenemos de dar cuenta, de responder por las decisiones libremente tomadas. El sentimiento de culpa es otra forma de decir responsabilidad, en cuanto se trata del dolor o arrepentimiento experimentado por el daño cometido a otros o a sí mismo y que ha de llevar a la reparación del mismo en la medida de lo posible. Postular que hay que eliminar este sentimiento es un error garrafal, porque con ello se estaría eliminando la responsabilidad, en especial, ante las injusticias cometidas.
Más aún, y para que se dimensione la magnitud de esta necedad, la ausencia de este sentimiento es propia de sociópatas y de personas con daño cerebral en los lóbulos frontal y temporal que los lleva a perder la capacidad para reconocer y responder a estímulos emocionales y morales.
Cuán necesario es hoy en día para nuestra convivencia familiar y social, en especial en el ámbito de la política, el cultivo de un sano sentimiento de culpa, que va de la mano con la humildad, entendida como el reconocimiento de nuestras limitaciones, de que nos equivocamos y de que hacemos el mal; pero que también tenemos la capacidad de arrepentirnos, corregirnos y reparar.
Parafraseando un texto bíblico (Proverbios 9,10), podría decir que el sentimiento de culpa es el principio de la sabiduría.
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