¿Qué tendrá que ver un contenido de fe con los otros dos elementos "mundanos"? Pues, muchísimo, pues la fe, bien entendida, tiene directa relación con la vida no sólo individual o espiritual, sino con la vida en sociedad. La doctrina o enseñanza católica sobre el pecado original es un intento de explicar por sus causas (que es lo que se llama etiología) la indiscutiblemente universal experiencia humana del pecado que, en términos generales, significa hacer conscientemente daño, hacer el mal y que en lenguaje religioso se expresa como no hacer la voluntad de Dios, quien busca nuestro bien, nos ha creado buenos y para hacer el bien.
Esta universalidad aparece claramente reflejada en el libro del Eclesiastés (o Qohélet) cuando dice: "Ciertamente no hay en la tierra hombre tan justo, que haga el bien y nunca peque" (7,20). ¿Quién podría negar esta verdad? ¿Quién podría decir que jamás en su vida ha hecho el mal, arrojando así la primera piedra?
Sobre la base de diversas imágenes, Génesis 3 muestra que el origen de esta pecaminosidad se encontraría en una elección equivocada del ser humano, ocurrida al comienzo de la historia, en la que -abusando de su libertad- desconfió de Dios y le desobedeció, pretendiendo llegar a ser como Dios, pero sin Dios, es decir, con sus propios medios. Como consecuencia de este acto de soberbia se habría producido un quiebre en las relaciones del ser humano en cuatro ámbitos: con Dios, consigo mismo, con los demás (representado en echarle la culpa a la mujer) y con el entorno natural (representado por la mujer que culpa a la serpiente que la tentó). Ese acto de desobediencia primigenia sería la "madre de todos los pecados" y habría ocasionado la inclinación al mal de la naturaleza humana, inclinación tan fácilmente perceptible en nuestra propia existencia.
Más allá de si estamos o no de acuerdo con esta explicación, me parece que sus consecuencias son indiscutibles, pues las vemos todos los días y a todo nivel, incluidos nosotros mismos. El egoísmo, la falta de preocupación por los otros, especialmente por los más necesitados, es una fuente inagotable de injusticias sociales. Para qué hablar de ese pecado capital llamado avaricia que consiste en un afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas (Diccionario de la lengua española online). Pecado capital significa que genera otros pecados.
Cómo no identificar la avaricia como la causa de tantos casos de corrupción, como sucedió en el bullado caso Fundaciones donde, a modo de ejemplo, se hizo famosa una imputada por la adquisición de lencería, la que, al parecer le sirvió para generar pingües ganancias como microempresaria durante su arresto domiciliario. Y con esto llegamos de un paraguazo al ámbito de la política.
Lo que se da en nuestras relaciones habituales a nivel social, adquiere una importancia mayor en la política, en cuanto que allí el poder del que se dispone es mayor, como también el daño que se produce. De ahí que la falta sea más gravosa. Nótese que el origen de los desfalcos fue un hecho positivo y formulado con buena intención: aligerar los requisitos, hasta un cierto monto de dinero, con la finalidad de acelerar la llegada de los fondos solicitados para atender con prontitud las necesidades presentadas en los proyectos respectivos. Una iniciativa loable, pero que se saltó un pequeño detalle: el pecado original y sus consecuencias.
Podría poner tantos otros ejemplos, pero esto lo dejo a la observación y reflexión de los lectores.
Me parece que son varios los principios o elementos de ayuda que nos presenta esta doctrina del pecado original para la política, la vida personal y social, válidos tanto para creyentes como para quienes no lo son. Aquí presento algunos.
En primer lugar, una aclaración: No le podemos echar la culpa de nuestras fechorías al pecado original, como diciendo "no nos quedó otra"; porque nuestra naturaleza humana, si bien es cierto está inclinada al mal, no está determinada al mal, es decir, "sí nos quedó otra", no hacer el mal. Somos tentados a hacer el mal, pero nosotros decidimos si nos dejamos seducir por la tentación o la rechazamos.
En segundo lugar, estar siempre conscientes de nuestros límites, de nuestra falibilidad, para estar atentos, vigilantes a las tentaciones que nos pueden llevar a hacer daño a otros. Esto a nivel organizacional y político significa que todo proyecto debe considerar el carácter falible del ser humano y, por tanto, incluir en la planificación el o los organismos fiscalizadores correspondientes, porque de no ser así se corre el riesgo de crear verdaderas estructuras de pecado que constituyen un pecado social (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1869).
Finalmente, y a modo de síntesis, recordemos que el sabio refrán que dice "hecha la ley, hecha la trampa", por lo que tenemos que aguzar nuestro ingenio para cerrar los espacios que permitan los aprovechamientos ilícitos. Sí, la chispeza también se puede utilizar para el bien.
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