El poder de lo imaginario

Las demostraciones de histeria de las jóvenes admiradoras del artista canadiense Justin Bieber lo dejan a uno pensativo.

¿Qué ataque de chifladura puede apoderarse de esa manera de estas niñas, como para producir estos gritos, llantos, desmayos y otras manifestaciones desmesuradas?

¿Qué fuerza es capaz de desencadenar tales entusiasmos?

¿Qué pueden estar viendo ellas en este joven?

Esta última pregunta es pertinente, porque no cabe duda de que no están viendo lo que realmente se presenta ante sus ojos, sino eso que se llama “una imagen”, una especie de sueño que el artista encarna y que poco o nada tiene que ver con la realidad.

Si el fenómeno se redujera a estas reacciones desbocadas de calcetineras, el asunto no daría para mayores reflexiones.

Pero lo que ocurre es que este entusiasmo por las “imágenes” no se limita a las emociones que producen en su público algunos artistas de renombre, sino que alcanza niveles que traspasan toda nuestra vida social, incluyendo la religión, la política, la publicidad, el comercio, la economía, y hasta el amor.

Para ser justos con estas niñas –en verdad, bastante ingenuas – no podemos dejar de percibir que toda nuestra vida está atravesada por entusiasmos que nada tienen que ver con la realidad y que provienen de proyecciones imaginarias con las que contagiamos a las cosas y más todavía, a las personas.

La señora que sueña con pasearse por las calles con un vestido o una cartera de marca, está entregada con la misma fuerza que las calcetineras al prestigio de una ilusión.

Lo mismo ocurre con las opciones políticas, que en la mayoría de la población se sostienen en “imágenes” de personajes políticos que logran a través de acciones mediáticas elevar su nombre en las encuestas.

La participación del ministro Golborne en el rescate de los mineros lo catapultó de inmediato hasta la cumbre de la popularidad, transformándolo en un posible candidato de la derecha.

No hubo ninguna transformación en su persona, él siguió siendo el mismo, lo que cambió fue su “imagen”.

Lo mismo ha ocurrido en los últimos días con el ministro Andrés Allamand.

El rol que jugó en la búsqueda de los desaparecidos de la Isla de Juan Fernández esculpió su nueva “imagen” pública en los medios, y ya tenemos otro candidato posible para el 2014.

La escena en que él aparece abrazando a su mujer – escena espontánea, por lo demás – hizo subir su “imagen” a las nubes. (Aparece ahora el peligro de que sean las catástrofes y no las decisiones ciudadanas las que elijan a los candidatos. Más de alguno debe estar soñando con que sobrevenga alguna en la que pueda tener protagonismo).

En la economía, las imágenes cuentan hasta tal punto que de ellas depende en gran parte el modo como funciona el mercado.

La bolsa es un mercado de “imágenes”.

Un rumor que hace que una empresa caiga en descrédito, sobre bases falsas o verdaderas - no importa–puede significar su quiebra.

La “imagen” exitosa de La Polar, construida con malas artes, le permitió a sus operadores ganar grandes cantidades de dinero.

Las “imágenes” generan fenómenos económicos de alcance mundial probablemente tanto o más poderosos que los movimientos “reales” producidos por factores efectivos.

Por su parte, toda la publicidad se mueve en función de desarrollar, fortalecer o destruir las “imágenes” de las marcas. Lo que importa en este ámbito es el juego de las apariencias y de poco interés resulta que los productos en venta respondan o no a los atributos que se publicitan.

En el terreno religioso, todo se explica también por la fuerza o la debilidad de las imágenes.

La distancia existente entre los resultados de la investigación histórica y el contenido de las creencias de los fieles es una prueba fehaciente de ello.

La iglesia ha sido consciente de esta fuerza de la ilusión desde sus orígenes y ha encaminado toda su acción apostólica hacia el fortalecimiento de las “imágenes” que espontáneamente se han ido creando en su seno: hombres santos, guías espirituales, pastores de todo tipo, incluyendo a algunos que finalmente no lo eran tanto.

También ha sabido crear nuevas, cuando la historia las ha hecho necesarias.

La antigua querella religiosa entre iconoclastas e iconódulos, no fue otra cosa que una disputa sobre el poder y la forma de asentarse en el corazón de los fieles las imágenes.

La actual crisis del catolicismo no es otra cosa que una deflagración de su “imagen” y una incapacidad para restituir la fuerza que históricamente esta tuvo.

¿Y en el amor? Bueno, ¿El enamoramiento no es la transformación de un ser humano en una imagen?

¿O creen ustedes que todos ven a la persona que es objeto de vuestro amor como ustedes la ven?

¿Y les tengo que hacer la lista de las formas de venta de ilusiones relacionadas con el amor, como la moda, los estiramientos de cara, los cosméticos, las gimnasias, las siliconas, el botox, etc., etc.?

Es decir, lejos de vivir en la verdad, como se pretende, la mayoría de los seres humanos vivimos en lo imaginario y eso hace que en nuestro mundo sea infinitamente más poderosa la apariencia que la verdad.

Los poderes se constituyen a partir de sueños y son ellos los que finalmente guían en gran medida nuestra existencia.

Lo paradójico es que su fuerza es tan omnipotente que es soberbia pretender controlar su surgimiento, su alcance y su poder.

Y ¡cuidado!, porque cuando los sueños se apoderan de un país y no se es capaz de despertarlo a tiempo, puede abrírsele paso a las peores atrocidades.

De modo que no miremos a estas pobres niñas con aires de superioridad, como si estuviéramos a salvo de la locura que se ha apoderado de ellas.

En realidad, ellas son los ejemplos más flagrantes de un fenómeno en el que estamos todos de un modo u otro involucrados, pues nadie se salva hoy día, ni nadie se ha salvado nunca del poder omnipotente de lo imaginario.

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