Ollas comunes: dispositivo comunitario contra el hambre

Danae Mlynarz

Ultimos publicados:

• Ruralidad en la nueva Constitución: un paso adelante
• Agricultura familiar campesina en alerta
• Enfoque territorial en la Constitución

Al comienzo de la pandemia, entre abril y junio de 2020, surgieron como respuesta al desempleo, el hambre y la pobreza numerosas expresiones solidarias y de autogestión desde barrios y comunidades amenazadas y vulneradas en sus derechos de alimentación y salud. Las ollas comunes emergen como un espacio social de múltiples interacciones. Espontáneamente, diversas iniciativas ciudadanas y ayudas voluntarias surgieron a través de redes sociales y plataformas virtuales que permitieron visualizar sus demandas, además de organizar y coordinar información más específica de los nuevos requerimientos que imponía la pandemia. De ese modo se fueron canalizando apoyos sociales y productivos de parte de las propias comunidades, la sociedad civil, el sector privado y el Estado.

Ya pasados más de dos años de ese momento, en Rimisp quisimos saber qué pasaba con las ollas comunes en Santiago de Chile y caracterizarlas a través de un estudio que además se replicó en Lima (Perú) y en Montevideo (Uruguay). Más aun, considerando las últimas cifras con respecto a la situación de hambre en América Latina donde en tan sólo un año el número de personas en esa condición creció en 4 millones. Parte importante de este incremento se explica por la emergencia de la pandemia del Covid-19 y por la guerra en Ucrania, que está perturbando las cadenas de suministro y afectando aún más a los precios de los cereales, los fertilizantes y la energía.

Durante el trabajo de campo entrevistamos a 40 lideresas de ollas comunes de 10 comunas en la Región Metropolitana. Uno de los primeros hallazgos fue que 50% de ellas continúan activas, mientras que el 50% restante no pudo continuar funcionando por falta de recursos y apoyo. Sin embargo, todas señalan que en caso de necesidad extrema volverían a funcionar para alimentar a sus vecinos y vecinas. La principal característica de estos dispositivos contra el hambre es su autogestión.

Las ollas entrevistadas funcionan en su mayoría al alero de las juntas de vecinos y de organizaciones funcionales relevando el rol de estas históricas organizaciones barriales. Por otro lado, existe un número menor asociado a un campamento o "tomas de terreno", y otro que tiene características de ser una olla de origen familiar donde una familia en específico asume la tarea.

Por otro lado, constatamos que las ollas tienen diversos orígenes que podríamos clasificar de la siguiente forma:

- Condiciones de hambre y pobreza: Ollas comunes que nacen en cualquier periodo de tiempo como una respuesta solidaria entre vecinos para hacer frente a las condiciones de hambre y pobreza vividas. Este tipo de ollas existían previo al estallido y la pandemia, pero no estaban visibilizadas

- Dictadura militar: Ollas comunes que surgen en ese periodo histórico debido a las críticas condiciones de hambre y pobreza de la época y se han mantenido en el tiempo o han tenido una existencia intermitente. Tienen un perfil social, pero también de resistencia

- Estallido Social: Ollas comunes que surgen en octubre de 2019 con un sentido de protesta. Tienen el objetivo de visibilizar la coyuntura política y el descontento social del periodo, además de hacer frente a la situación de hambre y pobreza que vive la población más vulnerable de los barrios populares

- Pandemia y crisis sanitaria: Ollas que emergen debido a la crisis alimentaria y sanitaria derivada de la pandemia por Covid-19 desde marzo del año 2020

Las ollas comunes tienen una historia en nuestro país como dispositivo comunitario frente al hambre y no todas renacen por la pandemia, sino que estuvieron ahí haciendo frente al hambre y la pobreza en los barrios y poblaciones. Tampoco han desaparecido tras la apertura de las cuarentenas, sólo se han vuelto a invisibilizar a pesar del alza en el precio de los alimentos y la inflación en general. Su labor ha sido insustituible tras la falta de Estado para asegurar el derecho a alimentación. La pregunta que cabe hacerse es ¿cómo hacemos para aprovechar ese tejido social y sus aprendizajes a través de una política pública que las considere y se haga cargo del cuidado de las personas?