¿Empresas privadas? No, todas son públicas y con roles sociales

Con las múltiples formas de expresión que tienen los colaboradores para referirse a lo que pasa dentro de una organización, el permanente trabajo con variados "grupos de interés" o colectivos con los que ésta debe interactuar a nivel de país, región o ciudad, así como el nivel de respuesta que moralmente debe acometer frente a una catástrofe natural, me permito hoy poner en duda el concepto de "empresa privada".

Usted aclarará -y tendrá razón- que la distinción entre lo privado y lo público de una empresa hace referencia al origen del capital, de quién es el dueño, si es el Estado o un particular. Sin embargo, las empresas, y las sociedades en las que se desenvuelven, ya no son tan simples como para basarnos en esta única dimensión.

Se trata de una clasificación incompleta para referirse a una entidad moderna que cuenta con infinitas interacciones con múltiples contrapartes, personas y procesos, inteligencias naturales y artificiales, y un largo etcétera.

A mi parecer, no existe hoy tal cosa como la empresa privada. Todas son públicas, porque no pueden tener presencia sin una comunidad que las sostenga. La cita -que no es mía, sino de Humberto Maturana- con el paso del tiempo, lejos de mantenerse como una afirmación posible, se instala cada día más como una verdad irrefutable. Una exigencia cada día mayor en un contexto en el que, el impacto de la forma de ser y hacer empresa, se siente y se vive en cada rincón, en cada persona, en cada comunidad.

A hacerse cargo

La reciente DANA en España, así como muchos otros desastres naturales alrededor del mundo, no sólo nos recuerdan la vulnerabilidad del ser humano y del aparente desarrollo que hemos alcanzado, sino también la enorme brecha que aún tenemos, desde el ámbito de las empresas, para hacernos cargo de ese rol social y público del que habla Maturana.

Si bien podemos comprender que la naturaleza a veces nos sorprenda, ¿cómo es posible que mientras la discusión empresarial está profundamente avanzada en cuanto al uso de la tecnología y la inteligencia artificial, no seamos capaces de anticipar un episodio como la DANA, con el debido tiempo para mantener a las personas y las comunidades a salvo? ¿Estamos haciendo realmente un trabajo preventivo integrado?

Vemos que la gestión de personas y recursos humanos es, hoy, un valor clave en el desarrollo organizacional y, aun así, en momentos como éste vemos que no se cuida a los propios colaboradores ante una situación de crisis ambiental. ¿Hasta qué punto estamos cuidando a nuestros equipos, cuando más lo necesitan?

O ¿cómo se entiende que, teniendo las empresas un potencial de alcance gigante, termine siendo "el pueblo", una vez más, el que ayuda al pueblo, resolviendo las necesidades de suministro y ayuda tras la catástrofe? En Chile, algo de esto vimos con los incendios en Viña del Mar, el verano pasado. Y lo vemos año a año, con nuestro aporte solidario a la Teletón, y también con nuestras propias catástrofes naturales, como terremotos, avalanchas e inundaciones. Nadie duda del valor de la resiliencia y la solidaridad para una comunidad, pero, ¿debe descansar sólo ahí la capacidad de un país o una ciudad para ponerse de pie tras una catástrofe de dimensiones?

En Almabrands llevamos más de 15 años trabajando para la creación y el desarrollo de mejores empresas, esas que, sin ser perfectas, crecen con la mirada de su impacto en las personas y la comunidad, siempre al centro. Esas que, inspiradas por el propósito, tienen la convicción de que el resultado económico no es el único aporte que realizan al mundo y a sus stakeholders y por ende están dispuestas a ir más allá en su rol e involucramiento social.

Este es un llamado a creer de verdad en la frase de Humberto Maturana, a no refugiarnos en la mirada no política de lo que se supone que es una empresa, sino a asumir la responsabilidad y el compromiso que conlleva serlo.

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