La torpeza y el mal espíritu andan sueltos en estos días en Chile. Mentiras, malas intenciones, desinformación y no poco morbo.
Imagino a muchos sentados cómodamente ante una pantalla gigante en sus casas, comiendo y con un vaso de líquido bien helado, consumiendo tragedia ajena.
Mientras en la conversa cotidiana pululan miles de expertos, todos con sus hipótesis llenas de contradicciones.
Pienso y me resisto a caer en la tentación.
Yo mismo, a ratos me he visto tratando de hacer lo contrario, escarbando argumentos, leyendo y actualizando ciencia para responder con estrictez. Incluso me he visto haciendo cálculos para demostrar el absurdo y concluir lo obvio, que ante la magnitud del infortunio hay escasa capacidad humana de reacción, y que ante el infierno la impotencia humana es total.
Como nunca he visto, he oído y he percibido cómo hoy en Chile la tragedia nos divide, entre buenos y malos, entre verdaderos y mentirosos, entre servidores y manipuladores, claro que sin saber quién es quién.
Y he visto cómo esa noble función pública de la política se empequeñece, hasta asumir toda la bajeza humana. Ahí están los traficantes de infortunio ajeno, haciendo del mal un negocio y una oportunidad electoral.
Y qué decir de muchos medios de comunicación, haciendo del dolor carroña mediática, hasta atontar a toda una nación. Pero también he visto notables excepciones.
Y entonces recuerdo y me encuentro con ese Chile de antaño y su larga historia de calamidades. Y rememoro esas historias del terremoto del 60. Vuelvo a escuchar la voz de mi madre contando cómo ante la impotencia, ante la tragedia, todo Chile se unía, tendiendo puentes de esperanza, abriendo espacios sin imaginar siquiera color político, condición social o intelectual, sólo bastaba de un lado tener y del otro necesitar. Así de simple.
Hoy y mañana, no quiero escuchar más mentiras, no estoy para oportunismos, ni para entretenciones sórdidas, tampoco estoy para polemizar, ni para demostrar lo contrario.
Hoy estoy para respirar hondo, para cerrar los ojos, para experimentar dolor verdadero y para agradecer el esfuerzo de tantos que se desvelan para dar esperanza. ´
Por los brigadistas de CONAF, por los bomberos, por carabineros, por las FFAA, por la PDI, por los trabajadores y empresarios; como por ese niño vendedor de helados que ofreció su mercancía a bomberos que acudía raudo a servir. También por esos comunicadores de esperanza y por esos que están en el primer frente de las críticas, porque tiene más responsabilidad.
Hoy estoy para hacer fuerza por mi país, para ponerme del lado de todos quienes construyen esperanza, para confiar en nuestras autoridades y en nuestra Presidenta, porque sólo así Chile, después de este infierno, tendrá un mejor porvenir. Dios nos ayude.
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