En la carretera, en medio del tráfico de un domingo por la tarde, un niño le pide a su padre escapar de un destino que percibe inexorable, como ya ha pasado a otros niños como él, víctimas en medio de una encerrona que, con violencia y balazos, no esboza ni la más mínima empatía por la vida de quienes sólo deben ser protegidos.
Probablemente al otro lado, hay también un niño secuestrado por quienes lo han hecho un instrumento más de sus delitos, carne de cañón para cargar sus culpas y amedrentar a sus familias, transformado en victimario cuando también debió ser protegido, antes que lo expulsaran del colegio o probara la mercadería de la mano de turno, y recibiera la orden del que roba y reduce, acompañando al que ostenta sus hazañas con el "fierro cargado". No parece existir entre ambos mundos siquiera un vértice que los conecte más que este encuentro fortuito en la peor escena posible. Cuesta imaginar cómo revertir este momento. Hemos llegado demasiado tarde y el costo los están pagando niños a un lado y otro de esta historia.
Nos pueden matar y nos están matando. Hace rato la infancia es aniquilada en los intereses de bandas criminales que operan con impunidad y señorío en sus barrios, donde les arrebatan sus espacios, en que el juego hoy es tirano y la complicidad es delictiva, donde la droga seduce e inunda con su aroma los parques. Los matan una y otra vez, las madres pierden a sus hijos y las abuelitas a sus niños queridos, niñas abusadas y explotadas y jóvenes que sueñan con vivir hasta los 25, muertos en vida como zombis que trasladan su muerte de un lugar a otro.
Los niños se han transformado en la moneda que se transa con violencia, el terror que angustia a quien sufre y al que hace sufrir y pareciera que estamos en asombro, inmovilizados. Con un diagnóstico claro, sólida evidencia, reflexiones en matinales y noticiarios que lo repiten una y otra vez; pero con análisis y discusiones no salimos de ésta. Sin voluntad de impulsar una agenda larga de prevención social que recupere los espacios protectores, que fortalezca la comunidad, la escuela y la familia, no cambiaremos el destino de una niñez arrebatada, secuestrada, olvidada, que termine en trayectorias de crimen y dolor.
El cambio es urgente y debe ser ahora, porque es de largo plazo, el narco y la delincuencia avanzan, porque no estamos dando la pelea donde debemos darla, en las causas y no sólo en los efectos. Contar con una oferta preventiva de calidad, oportuna y local, con garantía y evidencia es fundamental para evitar que los niños se inicien en el delito. Ese día en la Costanera Norte dos niños se encuentran frente a frente en una historia que jamás debió ocurrir, en un país que dice proteger a su niñez, que celebra leyes que así lo dicen, pero que en la calle nos muestra una realidad que no queremos ver. Debemos cambiarlo.
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