Los presidentes sudamericanos se reunieron el pasado 30 de mayo en Brasilia, convocados por el presidente Luiz Inácio Lula Da Silva, quien buscaba reforzar la desvalorizada integración del sur y poner en tabla el rol de la región en la nueva geopolítica internacional, en momentos en que varios de los concurrentes afrontan conflictos políticos, crisis económicas y tensos vínculos bilaterales.
Los presidentes no se reunían desde la VIII Cumbre de la Unasur en Quito, en el 2014, ocasión en que se transfirió la presidencia pro témpore de la Unasur del presidente de Surinam, Dési Bouterse, al presidente de Uruguay, José Mujica. Lo más valioso entonces de la convocatoria es que acudieron todos al llamado del presidente Lula. Como es lógico después de nueve años de desencuentros, se puede considerar una Cumbre aproximativa.
Estando así las cosas, no fue entonces una gran sorpresa que los presidentes acordaron establecer solo un grupo de contacto, integrado por los cancilleres, quienes trazarán una hoja de ruta para la integración. Este es ni más ni menos que el logro de esta Cumbre. Un resultado modesto, pero realista.
Este es el consenso, un mínimo que retrotrae la integración de la región hacia sus inicios en las primeras cumbres presidenciales donde se buscaba acordar políticas de integración regional y temas de interés para la región. Sin embargo, el encuentro era necesario ya que se considera un foro clave para el conjunto de temas pendientes entre los países participantes.
En la declaración final los presidentes acordaron "reafirmar la visión común de que América del Sur constituye una región de paz y cooperación, basada en el diálogo y el respeto a la diversidad de nuestros pueblos". Los cuatro compromisos son similares a los acordados hace 23 años. 1. Democracia y Derechos Humanos 2. Desarrollo Sostenible y Justicia Social 3. Estado de Derecho y Estabilidad Institucional 4. Defensa de la Soberanía y No Injerencia en Asuntos Internos.
Los compromisos tuvieron una discusión de fondo. Si bien es cierto que la presencia del presidente de Venezuela fue acogida con respeto por parte de sus homólogos, también las críticas estuvieron presentes. Lo que muestra que América del Sur es un territorio que tiene problemas comunes y requiere de todos sus miembros para resolverlos. Es meritorio que la Cumbre haya adoptado compromisos entre sus miembros, aunque en su discurrir se revelara una tensión interna sobre todo en materia de Democracia y Derechos Humanos, el que parece equilibrarse con otro compromiso, el de la Defensa de la Soberanía y la No Injerencia en Asuntos Internos.
La presentación de la "cuestión" de Venezuela como una narrativa demonizada por los enemigos del régimen por parte del presidente Lula recibió sendos reproches, tanto del presidente de Uruguay y, del Presidente Boric, quien destacó a los derechos humanos y la democracia como las bases de su acercamiento regional. Lula y Boric quedaron en las antípodas. El primero ha buscado un acercamiento pragmático, el segundo ha sincerado una cuestión de principios.
La sorpresa fue el total y absoluto rechazo a relanzar la Unasur. Todo va a comenzar de nuevo ya que el esfuerzo estará enfocado en instaurar "un diálogo regular, con miras a impulsar el proceso de integración de América del Sur y proyectar la voz de la región en el mundo". Aunque ¿se puede decir que América del Sur está en movimiento de nuevo?
Los cancilleres quedaron sin plazo para realizar su labor. Tampoco será expedito, y será sometido a un trámite regular, aunque se espera una colaboración sin pausa ante el cometido. Los cancilleres tienen un menú de opciones en materia de integración. Una de ellas, es la creación de un área de libre comercio en América del Sur.
Esto implica reemplazar el paradigma europeo por el norteamericano: La UE o el Nafta. A diferencia de la Unión Europea, el Nafta no establece organismos gubernamentales supranacionales ni crea un cuerpo de leyes por encima de las leyes nacionales de cada país. Nafta es un tratado en virtud del derecho internacional, del que forman parte los tres países de América del Norte. Eso es lo que llamaríamos una integración menos ideológica y más comercial. Lo que parece un buen punto de partida para acrecentar el intercambio intrarregional en América del Sur.
Existen obstáculos, y el principal es que gran parte de la opinión pública considera que la integración debe ser entre democracias que respeten los DD.HH. y el Estado de derecho, lo que implica restaurar una democracia legítima en Venezuela. La transparencia, los procedimientos institucionales y la separación de poderes se ha vuelto crucial en las democracias del sur. La democracia venezolana tiene tareas pendientes: retirar a los militares de la política contingente, garantizar elecciones legítimas, repatriar a millones de sus compatriotas y permitir la alternancia en el poder.
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