Crónica de un reportero desde Gaza

Tuve la oportunidad de acceder al relato de un reportero, al cual le correspondió cubrir el genocidio en Gaza durante los primeros meses del conflicto y que tuvo la fortuna de regresar sano y salvo a su país. He aquí, sin más, su historia.

Soy un reportero que cubre la actualidad internacional para una cadena de TV y fui asignado al actual conflicto en la Franja de Gaza. En el curso de dicha labor, experimenté una situación muy extraña e increíble, que me atrevo a calificar incluso como mística. Por este motivo, creo que necesito, y además debo, compartirla con ustedes.

Se me asignó a cubrir la marcha de los palestinos que huían de la zona norte de Gaza, motivada por el aviso israelí de que dicha zona, a diferencia de la zona sur, sería bombardeada, aviso que al poco tiempo comprobaríamos que era falso, puesto que el sur también resultó bombardeado. Junto con el camarógrafo, premunidos ambos de nuestro casco protector y chaleco antibalas, nos acercamos a dicha caravana de seres desesperados, marchando como quienes deberán subir al cadalso a la vuelta de la esquina. Y con razón. Cada cierto tiempo una bomba de aviación o un disparo de tanque israelí diezmaban la marcha, levantándose un fuerte viento con olor a pólvora, que taponeaba los pulmones de quienes permanecían vivos.

Y así proseguía esta marcha macabra, que circulaba entre cadáveres ya en descomposición, cuerpos de recién fallecidos o heridos con pocas posibilidades de ser atendidos, puesto que muchos hospitales han sido bombardeados. Son imágenes que, por su inhumanidad, no podré olvidar por el resto de mi vida. En cierto momento, después de que un proyectil de artillería explotara cerca de la caravana, detectamos a un integrante de ella que sobresalía claramente del resto. Poseía las típicas facciones de la raza semita, al igual que el resto de ellos. Pero se distinguía por no portar en absoluto bienes personales y en cambio, cargaba una pesada cruz sobre sus hombros. Y al acercarnos más, pudimos ver que sobre su cabeza lucía una corona de espinas y su rostro estaba ensangrentado, probablemente por haber recibido las esquirlas producidas por la reciente explosión.

Pues bien, nos acercamos con cautela, para ver si podíamos entrevistarlo, teniendo presente eso sí, que nunca falta algún demente que pretende hacerse pasar por un personaje histórico. Y así, nos pusimos en contacto con él.

Nos recibió con una amable sonrisa y nos saludó diciendo: "la paz sea con ustedes". Y a continuación nos extendió su mano en ademán de saludo. Y ahí ya no tuvimos dudas sobre su identidad, al estrecharla y palpar el orificio que la atravesaba de lado a lado. Consternado y temblando por esta increíble constatación, logré con dificultad, preguntarle qué hacía ahí, exponiendo su vida, en circunstancias que ese no era su pueblo. Me respondió:

- Querido amigo, ¿acaso no sabes que yo nací hace dos mil años en Belén, Palestina?
- Sí, Señor, pero siempre entendí que usted era judío
- Así es, pero el judaísmo es una religión, no una nacionalidad
- Puede ser, pero creo que usted debe saber que la mayoría de aquellos a los cuales acompaña son musulmanes
- Por supuesto que lo sé, pero también son hijos de mi Padre y creen en Él. Además, sienten una gran veneración por mi Madre y a mí me consideran como un profeta. Y aunque así no fuera, sentí la obligación de venir a morir una vez más con mi pueblo, compartiendo su martirio. Y recuerda que esta es ya la tercera vez que es expulsado de su tierra, al igual que en 1948 y 1967
- Bien, Señor, no quiero retrasar más su marcha, por lo cual le agradeceré que me conteste una última pregunta: En caso de que lo vuelvan a crucificar, como parece muy probable por lo que está ocurriendo con esta caravana, ¿volvería a orar a su Padre, rogando por el perdón a sus verdugos, aduciendo que no saben lo que hacen?
- ¡Ay, mi querido amigo! No sabes cuánto desearía poder volver a hacerlo si se da el caso, pero a mis deseos debo anteponer la verdad: en esta ocasión, ellos ¡sí saben muy bien lo que están haciendo!

Y después de esta última respuesta, nos despedimos de Él y lo vimos alejarse con su cruz a cuestas, acompañando a ese pueblo que gime con destino a su incierto y, posiblemente fatal, destino. En eso estábamos cuando, de pronto, siento un fuerte olor a pólvora y percibo que me encuentro tirado en el piso y con el camarógrafo zamarreándome para tratar de reanimarme.

- ¿Qué pasó?, le pregunto.
- Una bomba estalló en las cercanías y la fuerza del viento que levantó la explosión te arrojó al suelo y perdiste el conocimiento
- Pero, ¿y qué ocurrió con la entrevista?
- ¿Cuál entrevista?
- ¡La entrevista al hombre con la cruz a cuestas! ¡Si tú la estabas filmando!
- ¿Qué cosa? ¡No! ¡No había ningún hombre con una cruz a cuestas ni yo lo estaba filmando...!
- Perdona, pero ¡no puedo creerlo! Si era un reportaje sensacional y fuera de lo común. Si hasta estreché la mano de ese hombre y sentí el calor de ella
- Lo siento, pero creo que la explosión te hizo experimentar algo similar a lo que le ocurre a quienes ingieren drogas.

Presa aún de mi aturdimiento comprendí que, pese a haber perdido la conciencia por algunos minutos, pude soñar. Y es un sueño que atesoraré por el resto de mi vida. Porque jamás podré olvidar ese saludo divinamente acogedor ofreciéndome la paz, y la calidez incomparable de esa mano que pude estrechar con la mía. Y pensándolo bien, en realidad no había un hombre con una cruz en aquella marcha macabra; más bien había decenas de miles de seres humanos, cargando cada uno la pesada cruz de una cruenta ocupación militar que parece no terminar nunca. Y percibo que no hay fuerza humana que pueda lograrlo, por lo que solo resta suplicar a aquel hombre con la cruz a cuestas -Dios para los cristianos y profeta para los musulmanes- para que acuda al rescate de SU pueblo.

Hasta aquí el relato al cual accedí. No estoy en condiciones de dar fe de su autenticidad. Sin embargo, en mi condición de creyente y cristiano, considero que frente a una situación tan monstruosas e inhumana como la del holocausto en Gaza, no cabe sino concordar con la conclusión del periodista: sólo cabe invocar al Cristo nacido en Belén hace 2 mil años, para que no se consume la eliminación física del pueblo palestino que pretende la potencia ocupante y para que dicho pueblo recupere por fin su libertad.

Sí, porque creemos que la humanidad no sería capaz de sobrevivir a una segunda crucifixión de Cristo después de 2 mil años, ejecutada en la misma tierra que lo vio nacer y por los mismos verdugos.

A la eterna memoria de todos los palestinos masacrados en el genocidio de Gaza y Cisjordania, comenzado en 2023

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