A pesar de decir disparates, como la eventual ruptura de relaciones con China y Brasil o el cierre del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Milei se encamina a ganar las elecciones presidenciales porque tiene una ventaja decisiva sobre sus adversarios: ha advertido con claridad que sin equilibrar la macroeconomía, es imposible vivir con dignidad en la Argentina.
En las elecciones PASO se puso en evidencia la sintonía de una parte importante de la ciudadanía con la propuesta de Milei: es indispensable alcanzar el equilibrio fiscal, prerrequisito indispensable para bajar la inflación, recuperar el valor del trabajo y brindar un ambiente de previsibilidad para el comercio y la inversión. La corriente principal de la vida de los argentinos depende de disponer de una moneda que cumpla sus funciones de reserva de valor, unidad de medida y medio de intercambio, ninguna de las cuales es capaz de cubrir hoy el devaluado peso argentino.
Para lograr el equilibrio fiscal es indispensable reducir el gasto público, sobredimensionado desde el golpe de Estado de 1943, del cual acabamos de cumplir 80 años. En ese largo periodo, los gobernantes de distinto signo (peronistas en primer lugar, pero también radicales, militares, conservadores y macristas) construyeron, consolidaron y perpetuaron la cultura del gasto fiscal expansivo como mecanismo de poder a través de militantes rentados, prebendas y privilegios para sus partidarios.
Con esta cultura transversal a todas las fuerzas, los gobernantes tuvieron ventajas de corto plazo, pero condenaron a la Argentina a la decadencia: como bien dice Milei, de estar entre los seis países más prósperos del mundo, hemos caído al lugar 140.
En estos 80 años Argentina figura como el país con la peor política económica del mundo, incluyendo una inflación anual promedio de 80%, lo cual llevó a sacarle 13 ceros a la moneda. Esa política convirtió a la Argentina de utopía y país del futuro, capaz de atraer 6,5 millones de inmigrantes europeos, en distopía y fábrica de pobres.
Esa cultura del manejo irresponsable del Estado y su manipulación para reproducción del poder es denunciada por Milei y comprendida por buena parte del pueblo, que conoce miles de anécdotas de casos de abuso y malversación de los fondos y recursos públicos. Todos saben que en los últimos 80 años se creó un Estado fofo, con algunas prestaciones buenas, pero con mucha grasa improductiva, que solo sirve a los fines de los gobernantes y sus acomodados de privilegio.
Por eso tiene tanta credibilidad el virulento discurso de Milei sobre la necesidad de reducir el gasto público y el déficit fiscal. Milei repite una y otra vez este mensaje, con distintas formas discursivas, incluyendo afirmaciones delirantes, como privatizar el Conicet.
A pesar de sus disparates en estos temas y de sus extraños vínculos con ultratumbas perrunas, Milei sigue avanzando, porque sus adversarios están distraídos. Así se desprende de los discursos de Bullrich, Massa y los demás candidatos que, en lugar de focalizarse en el problema central que angustia a los argentinos, se quedan en asuntos secundarios y cosméticos.
La Argentina es como una casa en llamas, donde los moradores sienten en sus cuerpos el ardor de las brasas. Milei se presenta con equipos de bomberos para apagar el incendio, con diversos medios, muchos de ellos exagerados e impracticables. Entre otras medidas, se incluyen hachas para destruir el taller de innovación de la casa. Pero su foco es apagar el incendio para que las personas puedan vivir de nuevo allí.
En cambio, los otros candidatos hablan de temas secundarios. En entrevistas, Bullrich habló del café que tomó con una amiga en la avenida San Juan de Buenos Aires, mientras Massa y Kicillof siguen culpando a Macri y al FMI. Lejos, muy lejos del problema central que sufre la gente, con la casa en llamas.
Milei marcha hacia la victoria, salvo que sus adversarios reaccionen drásticamente y se enfoquen en el problema central. Pero la cuesta a remontar es muy alta. Es real lo que dice Milei: le hicieron fraude en las PASO, con rotura, destrucción y ocultamiento de boletas; de contar con fiscales (y seguramente los va a tener para octubre), sus 30 puntos hubiera recibido al menos 35%.
Mientras tanto, Massa y Bullrich tendrán que remar para aumentar lo que tuvieron en las PASO (20 y 16% respectivamente). En otras palabras, Milei tendría una ventaja de 15 puntos sobre el segundo. En caso de llegar al 40% podría ganar en primera vuelta. A pesar de sus excesos y disparates.
¿Cómo revertir esta situación? ¿Cómo frenar este huracán que parece avanzar con fuerza arrolladora? El único camino que se percibe es el cambio radical, para dejar de insistir con el discurso de promesas vanas y superficiales y hacerse cargo del problema central del país: esa concepción patrimonialista del Estado, para usarlo al servicio del poder, que fue una forma refinada de fraude electoral creada por Perón, en reemplazo del fraude patriótico de la década de 1930.
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