Nuevamente nos muestra sus fisuras la sociedad en que vivimos. Vuelve a convocarse la opinión pública ante el espectáculo de un delito cometido por un sujeto joven que, por no provenir de las escalas de degradación económica ni social del entorno, agudiza su reproche y no esconde sus instintos de venganza “social” sostenida en la inveterada e insípida ilusión de que la ley y la justicia cubran con su manto, por igual, a ricos y pobres.
El resto del drama, lo alimenta y consume el morbo colectivo incentivado por las campañas mediáticas, auspiciadas en parte por el deber de informar y en parte no menos mayor por motivaciones de rating y comerciales.
Y todo el montaje que ante el drama moviliza a las instituciones destinadas a investigar para establecer la entidad, génesis y categoría del acto criminal, para graduar y perseguir responsabilidades y para juzgarlo, se desvanece en cuanto “hecho social”, camuflándolo, enmascarándolo, enmarañándolo entre aguas enturbiadas, sea por los productores del espectáculo, sea por el vocerío que indiscriminadamente y bajo el embrujo de los “guionistas mediáticos”, clama por la “res vindicta”, por el desquite, por la venganza, por el ajuste de cuentas.
¡Pobre niño rico! pero y también ¡pobre niño pobre!
Cuando sobre ambos cae el estigma de la delincuencia y el delito, el ojo de la ciencia descubre y establece escasas semejanzas y causas y motivaciones diferentes, pero qué duda cabe que ambos son victimarios a la luz de la Justicia y víctimas bajo el prisma de una sociedad de cuyo vientre indiferente y provocador provienen.
El agresivo delincuente no es un ser extra social en tanto de hecho y de derecho pertenece al patrimonio de la sociedad de donde surge, por lo que, si no queremos invadir de dogmas erróneos nuestra concepción acerca del fenómeno, debemos catalogar el delito como “un hecho social”que acusa en forma violenta e irredenta a la sociedad donde se da y sólo por la circunstancia de producirse y de rechazarse como tal.
El delincuente no nace, es un producto del genotipo humano que se ha maleado por una ambientosis familiar o social por lo que, sin perjuicio de sus actuaciones psicóticas también podrá calificársele como un típico “sociópata”, en ningún caso inimputables al rigor de la ley penal de acuerdo a sus respectivas responsabilidades y a los efectos de sus actos.
La violencia no es producida aleatoriamente, por un azar del destino, sino que es parte de una cultura de conflictos familiares, sociales, políticos o de neurosis colectivas ,especialmente y en general, del sistema globalizado que nos impone estilos de vida que, antes de acercarnos entre si, sus objetivos consisten en distanciarnos y mantenernos dentro de un sistema que los jóvenes no han fabricado.
Por lo que es nuestra (artificiosa) realidad la que debemos enjuiciar.
Cuando la sociedad exalta como valores excelsos de la vida al placer y al dinero, cuando aplaude el éxito y la riqueza obtenidos por los medios que sean, cuando desprecia al hombre honesto como a un ser débil y enaltece al fuerte que prevalece sobre los demás con astucia y con violencia; cuando aumenta la rigidez de la sociedad y las autoridades pregonan que “todo está bien”y cuando el desface entre el discurso y la realidad es tan profundo, consciente o intuitivamente, muchos jóvenes desconfían de las supuestas bondades del mundo que han heredado.
Y cuando en la sociedad existen familias desintegradas y padres incompetentes para su misión de educar a sus hijos en la escuela de los valores universales del ser humano, y llevados, por comodidad o arribismo, por el único afán de culturizar bajo el rigor de las grandes expresiones del modelo consumista y hedonista, a auspiciarles o a incentivarles el modus vivendi del “CARPE DIEM” (aprovecha cada día, no te fíes del mañana) haciéndoles presa del vértigo y de la velocidad de la instantaneidad, en donde todos son y somos “banalidades”...
...Entonces ¡cuidémonos de estos segmentos porque finalmente son la causa de la causa del mal causado!
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