Siempre me han sorprendido las gotas. Tan frágiles. Tan inofensivas. Tan vulnerables a ser destruidas por temperaturas o superficies que las desparramen o evaporen. Lo paradojal es que ese mismo conjunto mínimo de H20 puede tener consecuencias colosales: Romper un dique, cortar la luz de una ciudad, arruinar la Mona Lisa. Gravísimo. Su aparente inocencia se transforma en el arma más letal cuando cae en el lugar equivocado. La gota depende del vaso. Y el vaso, en esta pequeña porción de territorio, ya está cerca de rebalsar.
El Monsalve Gate es grave. Muy grave. Primero, es grave por la gota. Como sociedad nos ha tomado años hacer frente a uno de los grandes males de nuestra cultura: Lacra de los abusos y acosos, especialmente en el ámbito laboral. La ley Karin, largamente debatida, por fin dio paso firme y entregó herramientas concretas para hacer frente a ello. Pero al mes siguiente de su implementación, uno de los líderes más influyentes del Gobierno, el ministro del Interior subrogante, se encarga de dar el más tétrico contraejemplo. Muy grave.
Como país nos hemos demorado muchísimo, siglos, décadas, en reconocer el lugar que les corresponde a las mujeres en nuestra sociedad. Por fin, luego de un arduo trabajo, la inercia histórica ha dado paso a nuevas generaciones de talentosas mujeres que lideran las carreras "masculinas" de otrora -ingeniería, el epítome de aquello- y que pueblan las cúspides del mundo público y privado. Sin embargo, a días de haber coronado su talentoso inicio profesional con el ingreso al mismísimo Palacio de Gobierno, una jóven y talentosa ingeniera denuncia ser vulnerada por uno de los más altos jefes. Muy grave.
Una nueva generación de jóvenes juró cambiar el -para ellos- triste ejemplo de una política hermética, añeja e indolente. Entre sus banderas enarbolaron -con pretensiones de vocería única y excluyente- promesas de una ética superior y un gobierno feminista. Pero ante la vulneración de una mujer en el corazón mismo de Gobierno -acaso copucha entre los pasillos de palacio-, prefirieron mirar las urnas o los intereses de sus amigos que el dolor de la víctima. ¿Cuándo recapacitaron? Cuanto no les quedó otra alternativa. Muy grave.
¿Y el vaso? También es grave por el vaso. La gota cae en un vaso frágil. Más frágil de lo que pensamos. Un vaso de barro que casi estalla cinco años atrás. Un vaso que sintió la presión de cuatro años de incertidumbre constitucional, saliendo airoso pero herido de un proceso de cambio sin retorno. Y como si fuera poco, un vaso que en los últimos meses ha recibido bruscos embates que han amenazado sus fibras de tierra: un profundo golpe a la confianza pública luego de la filtración de un escándalo de corrupción sin precedentes, multisectorial e interinstitucional -los Hermosilla Papers-, y un batacazo al poder judicial con el descabezamiento parcial de la institución que debería ser el sostén ético de nuestra sociedad, manteniéndonos a salvo del imperio del caos.
Y, como colofón, todo esto en el marco de la más honda crisis de seguridad pública que hemos registrado, con el avance vertiginoso de temerarias narco-bandas con poder económico, político y de fuego, amenazando la capacidad del Estado de dar respuesta al acuerdo primigenio de nuestra vida social: la convicción de que solo en él reside el monopolio de la fuerza, permitiéndonos vivir en paz bajo su cuidado.
Pobre chilito. Herido por angas y por mangas. Dolido por desastres naturales, económicos y, cada vez con más frecuencia, político-institucionales. Sabemos que saldremos adelante, siempre lo hacemos. Pero como nos gusta sufrir de más. Para qué hacer las cosas bien si las podemos hacer peor. Para qué responder debidamente una denuncia si la podemos responder mal. Para qué ser probos si podemos ser sinvergüenzas. Para qué preocuparse de una gota si es solo eso: una gota. Una insignificante gota. Pero nuestro vaso -varios lo advierten- está con abundante agua. Quizás demasiada. ¿Rebalsará? Depende de nosotros. Podemos y debemos hacer las gotas mejor. Lo necesitamos.
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