Luego de varios años de acusaciones de abuso sexual, maltrato físico y psicológico, contra su fundador, Luis Fernando Figari, y de otros integrantes del Sodalicio para la Vida Cristiana, el Vaticano anunció la intervención de ese movimiento católico fundado en Perú en 1971 y que en Chile es dueño de la U. Gabriela Mistral, de un colegio en Huechuraba y de una comunidad en los Trapenses, en el sector alto de Santiago.
Como con los Legionarios de Cristo, la intervención supone una acción de la Santa Sede más profunda y extensa que el mero cuestionamiento individual, un cuestionamiento hacia las prácticas, modos, y quizás, hasta su propia institucionalidad.
¿Constituye entonces este nuevo escándalo sexual de la Iglesia un hecho aislado o ya podemos identificar un patrón institucional que explique la comisión de estos actos?
Como forma de desligar responsabilidades institucionales, hay sectores que insisten en la idea que los casos de violaciones y abusos sexuales descubiertos, denunciados y reconocidos estos últimos años en la Iglesia, serían situaciones que ocurren en cualquier institución, que no habría una condición especial en la Iglesia para que estos hechos se repitan y que además no se trataría de conductas generalizadas sino más bien de situaciones excepcionales y particulares.
Por un lado, efectivamente los delitos de abusos y violaciones se trata de conductas individuales, sin embargo, dada la actitud pasiva frente a la denuncia, la incapacidad de la Iglesia durante años de hacer justicia y el modo de permanente encubrimiento por parte de la jerarquía, es posible concluir que hay algo más que sólo conductas individuales.
De hecho, más allá de las acciones emprendidas recientemente por la Iglesia para condenar y luchar contra los abusos, subsisten señales contradictorias que ponen en tela de juicio la comprensión profunda del fenómeno por parte de la Iglesia.
Hace pocos días atrás, el Papa Francisco por ejemplo, ofició la misa del fallecido cardenal Bernard Law, "la figura central" del escandaloso episodio de encubrimiento sistemático de cientos de casos de sacerdotes que abusaron de menores de edad en la arquidiócesis de Boston, una de las más importantes de EEUU, sin llegar a informar jamás a la policía ni tomar medidas para atajar el problema.
Estos hechos fueron denunciados en 2002 por el trabajo periodístico del Boston Globe, lo que significó el retiro del Cardenal, y su debida protección por parte de los tres últimos pontífices, ocupando rimbombantes cargos en el aparato estatal vaticano, sin una declaración de arrepentimiento ni menos respondiendo a la justicia norteamericana.
Este caso detonó sólo en los EE.UU. denuncias de más 10.000 víctimas menores de edad y casi 4.500 sacerdotes involucrados, muchos de ellos trasladados a otras diócesis e incluso países, o en el mejor de los casos a Roma, a desempeñar diversos puestos protegidos de la justicia y - me imagino - sometidos sólo al escrutinio divino mediante el sacramento de la confesión.
Desde entonces podemos anotar casos en casi todas partes. En Irlanda con más de 10.000 testimonios de niños abusados en los últimos 10 años, cuatro obispos obligados a dimitir y millonarias indemnizaciones a las víctimas; en Australia con más de 1.000 sacerdotes excomulgados desde 2012; el bullado caso en México del padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, hallado culpable por abuso sexual contra menores de edad, fraude y extorsión, que como con los sodalicios, valió la intervención Papal de esa comunidad religiosa que consideraba a Maciel como un verdadero santo, promovido sin obstáculos por Juan Pablo II, y defendido entonces por los fieles quienes estuvieron dispuestos a poner las manos al fuego por el cura, haciendo caso omiso a las graves acusaciones realizadas hace más de 50 años de perversiones y delitos cometidos, lo que finalmente y en forma muy tardía le significó una leve sanción de retiro a la vida de penitencia y oración.
¿Qué hay tras esas débiles señales? ¿La incapacidad de ver lo evidente tras una enceguecida fe que cree que la única justicia válida es la de Dios, incluso sobre la ley de los hombres? ¿Ignorancia? ¿Asociación ilícita derechamente?
Por muy poco natural que sea, no estoy seguro que el celibato sea lo que explique estas conductas, y ciertamente, la homosexualidad no es la responsable de estos actos.
¿Qué entonces? ¿Sólo una desprolija selección psicológica de los seminaristas? Me parece que no, creo que el tema central pasa por la relación asimétrica que se produce entre la Iglesia (sus pastores) como poseedora de una revelación, de una Verdad divina, y los fieles (sus ovejas). En esa asimetría de pastor como luz guiadora con el báculo del poder y apoyo hacia la mansedumbre, la ignorancia, la idiotez del cordero débil y confundido, radica el germen de los abusos.
¿No hay acaso una noción de superioridad teológica en la religión? ¿No fue esa la postura de la Iglesia en la evangelización latinoamericana por ejemplo, la de una supuesta lucha entre la civilización (cristiano-occidental) y la barbarie (indígena)?
La relación se repite, el sacerdote provisto del poder de Dios, que absuelve, perdona, muestra el camino versus el niño todavía inmaduro, en formación de sus valores, el joven débil, emocionalmente inestable que busca la guía de su pastor.
La posesión de una verdad única, divina y excluyente por parte de la Iglesia, a veces la fragilidad psicológica de algunos feligreses que se transforman en verdaderos esclavos emocionales, la sensación de impunidad al interior de la institución por parte de los abusadores y una jerarquía que no termina de sopesar la gravedad de los delitos de sus protegidos, son probablemente los elementos centrales que posibilitan que, a diferencia de otras instituciones, sea en la Iglesia donde haya mayor ocurrencia de delitos (no faltas ni errores), de delitos de violencia sexual contra menores de edad sin personalidad formada y en procesos de aprendizaje moral, adultos de baja educación o de fieles incapaces de cuestionar la autoridad de un sacerdote.
No son hechos aislados los que ocurren en forma sistemáticas en casi todos los países del mundo, donde los responsables no son solo curas de pueblo o sencillos párrocos de barrio sino también sacerdotes universitarios, obispos y cardenales con un patrón similar de comportamiento, construido en la confianza ciega del abusado frente al abusador, la desatención del entorno, la complicidad de los testigos y el ocultamiento de la autoridad eclesial.
Como muestra, y si consideramos sólo los casos denunciados en Chile los últimos 10 años, y condenados por la justicia civil y canónica, al menos el 3,48% de los sacerdotes chilenos han sido responsables de violación y abusos a menores de edad o han sido encubridores de estos mismos delitos.
Si mantenemos ese porcentaje en profesores ¿ud. sabe cuántos docentes estarían condenados por los mismos delitos? 7.588 ¿Y militares? 3.068, es decir, el 10% de los condenados y presos en Chile serían profesores y militares condenados por violación a menores de edad, cifra ridícula que no resiste ningún análisis.
No hay ni peruanos ni abogados ni bomberos, ni cuidadores del SENAME con una incidencia tan alta en estos gravísimos delitos, incidencia que se refleja en cada uno de los países donde la Iglesia católica tiene intereses.
Entre otras cosas, es por eso que la visita del Papa a Chile ha generado tanta controversia entre la ciudadanía, que si bien puede entender o no los datos estadísticos de incidencia de abusos por parte de sacerdotes o desconocer la realidad que ha ocurrido en otros países o en los movimiento apostólicos elitistas bajo el liderazgo de los Macieles, Figaris y Karadimas, pero percibe un desajuste en la construcción del relato moral de la Iglesia con la vida y derrotero que queremos tener los chilenos en pleno siglo XXI, porque los fieles de Osorno, no son “los zurdos” de Osorno cuando alegan por la presencia de Barros en ese obispado, ni Hamilton, Cruz o Murillo son niños mimados queriéndose vengar de un cura perverso pese a ser “santo”.
Estos curas no son sólo abusadores sexuales son dominadores de conciencias y opresor de espíritus libres. Y de eso es responsable la Iglesia.
Urge que los fieles se den cuenta, lo que es yo, afortunadamente, me di cuenta hace rato.
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